30 mayo 2021

Ranas de chocolate - 4

 


4

Era el último día de curso en Hogwarts y esa tarde Luna solo quería meter los pies en el agua y mirar la puesta de sol hasta la hora del banquete final. Dumbledore daría su último discurso para cerrar un curso lleno de emociones y altibajos, a los que ella daba vueltas en su mente en ese momento mientras deshojaba margaritas a la orilla del Lago negro bajo la sombra de un enorme abeto y observaba cómo el calamar gigante saludaba al castillo a lo lejos sacando sus hermosos tentáculos a la superficie -esa criatura le maravillaba-. Sumida en los recuerdos de esas últimas semanas, se estaba dando cuenta de que entre los preparativos para la vuelta casa, estaba agotada y ese rato en el lago era el único momento de paz que tenía para ella en todo el día.

No había dormido nada bien desde que salió de la enfermería. Las heridas aún le dolían. Y ya tenía las maletas preparadas, aunque para ello se había pasado toda esa mañana buscando sus últimas pertenencias por todo el castillo. Empezaba a sospechar que los Nargles no podían hacer tantas travesuras solos. Este año parecía que sus compañeras de habitación estaban más aburridas que el anterior. Se colocó una flor detrás de la oreja como le gustaba hacer con su varita y lanzó un suspiro. Puso otra flor entre la venda que llevaba en la muñeca izquierda. Ya estaba casi recuperada de sus lesiones tras el encantamiento aturdidor.

               Sacó unas cuantas hojas de pergamino del pequeño bolso de tela que llevaba consigo, eran varias copias del mismo papel en el que había una extensa lista de anotaciones desordenadas sobre la serie de objetos que había encontrado por los pasillos esos días para completar su equipaje de regreso a casa. Había ido pegando ese inventario por las zonas del castillo que los estudiantes frecuentaban más con paciencia y ahora ya con el objetivo cumplido los había vuelto a recoger. Con delicadeza empezó a doblar cada papel hasta transformarlo en un barquito e iba metiendo cada pequeña nave en el agua observando cómo se emborronaba la tinta y con un toque de su varita les hizo navegar en círculo uno tras otro y  evitando que se hundieran.

Con cada figurita de papel que echaba al agua posaba en el lago todo tipo de pensamientos. Meditaba sobre todo acerca de que, a pesar de la tristeza que le embargaba en ese momento, podía considerarse una persona muy afortunada. Había conseguido enfrentarse con éxito a otro año sorprendente en Hogwarts. No se dejó derrotar tras haber permanecido largo tiempo bajo la dictadura de una bruja vestida de rosa, y en ese camino había conocido a gente extraordinaria a su parecer que le había enseñado una verdadera magia y, tras haber mirado al mal a los ojos, casi sentía que podía utilizar la palabra “amigos” tras todo lo ocurrido con quienes habían confiado en ella, protegido y arriesgado la vida. Definitivamente, echaría de menos al Ejército de Dumbledore ese verano y sentía que era lo mejor que le había pasado en ese castillo.

Se sumió en ese oficio tan entretenido mientras tarareaba una canción sobre una lechuza que no llegaba a entregar una carta a un mago, hasta que se vio interrumpida por  un sonido que procedía desde un rincón de frondosos árboles que le hizo ponerse en guardia. Comenzó a mirar a su alrededor buscando el motivo por el cual su paz se empezaba a perturbar de nuevo, mirando sobre todo a su espalda. Para ella ese sonido no pegaba con el bosque, sino con un sitio oscuro en el que había estado recientemente. Era el sonido de una magia agresiva que hizo que varios animales se asustasen.

Una bandada de pájaros levantó el vuelo.

Alguien estaba lanzando hechizos, alguien le estaba haciendo daño al bosque. Puede que fuera más de una persona, pero no sonaba como si estuvieran batiéndose en duelo, eso había a prendido a distinguirlo este año. Le pareció divisar varios destellos de varita y por la forma parecía que procedían todos de la misma varita y no había respuesta de un contrario. Y en ese momento, Luna pensó que quien fuera seguro que no sería tan atrevido en el bosque prohibido, o al menos esperaba que no fuera tan insensato.

Una parte de ella se puso alerta, pero la otra le decía que debía mantener la calma y no tenía por qué preocuparse. Aunque empuñó su varita con fuerza.

No había comentado nada a sus nuevos amigos acerca de esa tensión tan extraña que había empezado a notar esos días, la cual hacía que estuviera siempre alerta, más que nada porque pensaba y observaba de primera mano que cada uno lo estaba pasando a su manera y que tenían sus propios problemas -sobre todo Harry- y porque, finalmente, lograba volver a su ser y pensar con tranquilidad hasta encontrar esa voz serena que la hacía seguir adelante con optimismo. Sabía que aunque fueran brujas y magos, seguían siendo humanos y no de piedra con respecto a lo que sentían tras una experiencia tan impactante...

Más sonidos extraños.

 Esperaba divisar algo con claridad en la espesura del bosque y de repente, una silueta se fue acercando hasta el claro donde estaba sentada la chica y en la lejanía salió un muchacho rubio entre los arbustos; arrastraba la túnica del uniforme de la escuela en una mano y con la otra sostenía su varita, caminaba de forma distraída y a la vez enfadada, buscando cosas contra las que descargar esa ira que parecía invadirle.

Cuando se fue acercando un poco más hacia el agua pudo distinguir de quién se trataba; el joven Draco Malfoy no parecía estar de buen humor, aunque eso no era una novedad.

               Al verle, algo le dijo a Luna que no había peligro después de las cosas que había visto en el Ministerio de magia. No era ni por asomo la peor cara de los Malfoy que había presenciado, pero se empezaba a poner un poco más nerviosa que cuando no lograba identificar al intruso del bosque. Ella no se animaba a mirarle directamente pues temía que le vinieran recuerdos que le hicieran recrear ciertos momentos en el Ministerio.

Al parecer, el chico aún no se había percatado de la presencia de la muchacha en la otra punta de la orilla junto al árbol, quizá por las luces del lago al atardecer.

Ella no pensaba decirle nada, prefería observar.

De repente, el muchacho empezó a rasgar su túnica, primero con un encantamiento de su varita y después con sus propias manos hasta hacerla girones, descargando su rabia en la prenda dejando intacto el escudo de la casa Slytherin, el cual decidió guardar en el bolsillo de su pantalón tras observarlo unos instantes y, bajo sorpresa de la muchacha, lanzó el resto de la túnica a lago. Pareció quedarse muy a gusto tras ese acto.

“Luego la rara soy yo” –pensó la chica, preguntándose seguidamente si era posible que le hubiera atacado alguna criatura en el bosque debido al aspecto tan descuidado y poco común en él.

Malfoy lanzó un largo suspiro y pareció entrar un poco más en calma mientras observaba cómo la prenda de su uniforme que acababa de estropear se iba flotando hacia el interior del lago. Deshizo el nudo de su corbata y con ello pareció tener otra sensación de liberación. Recorrió el terreno con detenimiento, como si intentase disfrutar del paisaje y a la vez le estuviera echando una maldición con la mirada hasta que reparó en Luna Lovegood:

-¿Qué haces aquí? –pregunto el chico con un bufido de sorpresa. Al parecer, no esperaba encontrarse con nadie por allí a esas horas y siendo el día que era.

-Hola, Draco Malfoy. Hago barcos de papel –respondió la chica como si fuera lo más natural del mundo y el chico no lo supiera ver mientras echaba otro barquito al agua. Le observó con detenimiento un instante de forma analítica de arriba abajo con más detalle que antes y después siguió con su tarea preguntando: - ¿Eras tú el que estaba armando todo ese jaleo?

-¿Qué más te da, niña? –el se encogió de hombros incómodo por saber hasta dónde había presenciado la chica su entrada a la orilla del lago.

-Bueno, he asumido que deberías ser tú porque vienes del bosque de donde procedía el ruido, tienes cara de enfado y la varita en guardia.

-No estoy enfadado.

-Entonces estás triste –susurró Luna.

El chico pareció no escuchar y apartó la mirada de ella para dirigirla al agua.

-Lovegood, no estoy enfadado, estoy furioso –respondió en un tono muy desdeñoso y de exasperación, recalcando la palabra furioso-. Y lo que quiero es dejar de encontrarme con idiotas como tú y que nadie me dirija la palabra, porque, créeme, será mejor para ti.

-Vale, pero, en mi defensa, diré que yo había llegado antes a esta parte del lago…

-¡No puedo pasear por ningún rincón de este maldito colegio sin tener que aguantar estupideces…! –exclamó dando la espalda a Luna dispuesto a retomar el camino por el que había venido- Qué ganas tengo de perderos a todos de vista.

-Pues por aquí hay unas flores que causan ceguera momentánea… -comentó Luna mirando a su alrededor con ojos curiosos.

-Oye, niña, ¿te estás burlando de mí, o qué? –espetó él dándose de nuevo la vuelta y yendo hacia el árbol donde la chica se encontraba. Fue dando zancadas, algo amenazador, cuando, sin querer, tropezó con una gruesa rama que le hizo perder el equilibrio y caer en una esponjosa capa de hierba.

Malfoy profirió una maldición al viento.

-¿Te has hecho daño? –preguntó Luna dejando lo que estaba haciendo con el papel y los barquitos e incorporándose un poco más hacia donde él se encontraba.

-Anda, olvídame –contestó el chico incorporándose con el orgullo herido. Se sentó en una roca para sacudirse la camisa y los zapatos- ¿Por qué crees que quiero hablar contigo, si eres un bicho raro que se junta con el sucio de Potter?

-Tal vez no sea yo con quien debas hablar, pero no creo que saques mucho provecho destrozando el bosque…

-Vete al infierno…

-Creo que ya he estado… -respondió Luna volviendo a sentarse cómodamente en la posición que tenía antes y dirigió su mirada hacia la puesta de sol.

Entonces él se giró para observarla tras ese comentario y siguió su mirada hacia el agua. Parecía que el sol estaba transformando el paisaje en un lago de fuego. Volvió a posar sus ojos en los de la chica y observó cómo estos se encendían en un gris azulado e intenso bajo la luz.

“¿Es cierto que estuviste?” –se preguntó el chico observando esta vez el vendaje que tenía Luna en la muñeca –“¿Tú? Una niña invisible y sin idea de batirse en duelo...”.

Draco se puso de pie y empezó a caminar hacia donde la chica estaba sentada, observándola muy frágil. Tenía algo raro en la mirada, no parecía tan “Lunática”, pero estaba más rara de lo normal.

-Tranquilo, Malfoy –dijo ella poniéndose en pie y desperezándose-. Se ve que necesitas estar solo un buen rato...-cogió del suelo su bolso de tela, se lo echó al hombro y se dispuso a regresar por el camino de vuelta al castillo, por lo que al mismo tiempo se fue acercando al muchacho. Quedaron a pocos metros de distancia y señalándole al suelo le dijo: -Ten cuidado, por esta zona al ponerse el sol suelen salir duendes.

Él se la quedó mirando entre embelesado e incrédulo. De las pocas veces que se había encontrado con esta chica, nunca sabía cuándo hablaba en serio o si es que siempre le tomaba el pelo a todo el mundo.

Instintivamente, al ver que la Ravenclaw iba alejándose de la orilla y se acercaba a él, el Slytherin, al ver estrechándose tanto la distancia entre ambos, le impidió el paso y alzó su varita apuntándole serio cerca de su fino cuello, lo que hizo que Luna se detuviese en seco y se le quedase mirando a la espera de lo que fuera a pasar.

Ni ella ni él mismo sabían exactamente lo que pretendía hacer. Pero la chica perdió el extraño miedo que podía tener antes cuando irrumpió en el lago al observarle fijamente.

Se quedaron mirando el uno al otro un momento y de repente Luna dijo:

-Qué ojos más tristes.

Ese comentario descolocó e indignó al joven Malfoy. No sabía cómo responderle, por ello, acortó un poco más la distancia con intención de intimidarla. Casi tenía rozando su varita en el fino cuello de Lovegood e intentaba que no le temblase el pulso ni la mirada.

Parecía que cuando más interactuaba con el Slytherin la Ravenclaw iba perdiendo ese miedo. O que todo lo que le transmitía se convertía en pena.

Y entonces ella recuerda algo.

Sin apartar la mirada del muchacho y con delicadeza, Luna empezó a rebuscar en su bolso y sacó una cajita pentagonal en dorado y azul, tenía una ranita dibujada en el centro.

Era una rana de chocolate.

-Toma –dijo sosteniendo la mano libre del chico con cuidado.

Esta vez la chica tenía las manos cálidas, él no se movió ni rechazó el contacto. Automáticamente se dejo llevar.

-¿Qué pretendes? –cuestionó Draco llevando la mirada de los ojos de Luna a la mano que tenía extendida con el regalo que parecía que le estaba haciendo.

-Creo que lo mejor para terminar este día tan malo es algo dulce

-No quiero nada tuyo -dijo Draco con desprecio pero bajando su varita.

-Da igual, quédatelo –ella apartó sus manos del chico y se hizo un poco más hacia un lado y se empezó a alejar de vuelta al castillo mientras él la seguía con la mirada sosteniendo el obsequio de la joven en la mano.

-Recuerda, al anochecer salen duendes –dijo la Ravenclaw como despedida sin darse la vuelta para mirar al joven.

Draco siguió contemplando la marcha de Luna. Intentaba escudriñar en ella algo que notaba extraño. Pero a la vez tenía tantas ganas de que el mundo le dejase en paz que cuando la vio desaparecer entre la espesura del bosque, se dio la vuelta y se dirigió al abeto que la chica acababa de dejar libre y se sentó lanzando otro suspiro.

Esa chica rara había sido la primera persona de la que no había tenido que escaparse ese día para estar tranquilo. Una parte de él no sabía por qué tenía ganas de seguir hablando con ella para entender por qué era así y seguir metiéndose con ella... Pero, ¿por qué?

¿Por qué irradiaba esa absurda calma?

¿Y por qué lograba transmitírsela a él?

Se quedó contemplando el vaivén de los barcos de papel que Lovegood había hecho, seguían dando vueltas uno tras otro en círculos y con un hechizo hizo que se pusieran en fila y navegasen hacia el centro del lago.

Había algo que no entendía, algo que no cuadraba y eso no le gustaba. Pero tenía cosas más importantes en las que pensar, como en su familia.

Miró el dulce que Luna le había dado y esta vez con un hechizo lo hizo levitar hasta uno de los barcos de papel para meterlo dentro y con otro hechizo comenzó a hundir los barquitos uno a uno, como si en ellos viera su futuro.