A-N-D-R-Ó-M-E-D-A:
"A"
de angustia, "N" de negación, "D" de deseo, "R"
de rabia, "O" de orgullo, "M" de miedo, "E" de
esperanza, otra "D" de desesperación y otra "A" de un nuevo
concepto de amor que jamás había sentido hasta hacía muy poco. Todo eso sentía
al escribir esa carta y al plasmar su firma con un pulso tembloroso.
Era tanto lo que acumulaba en
esos momentos que sentía que iba a explotar. Ciertamente quería explotar y
llevarse por delante todo lo que la molestaba. Al infierno con tanta falsedad,
con tantas normas absurdas. Al diablo con la pureza de la sangre. A pesar de
ello, de la maraña de sentimientos y los pensamientos que la reconcomían, aún
no había conseguido que explotara. Aguantaba como cuando acercas una aguja a un
globo y esperas el impacto, como un volcán a punto de entrar en erupción.
Iba a cumplir veinte años y
sentía que aún no había vivido. Era una marioneta de la estirpe de los Black,
condenada a pasar el resto de sus días en sumisión, predicando la odiosa pureza
de "la sangre verdaderamente mágica".
Y cuando quería ser honesta
consigo misma y con los demás siempre escuchaba lo mismo: "No me gusta ese
tono"…"¿Estás loca, Andrómeda?"…"No sabes lo que
dices"… "No sabes lo que haces"… "Una Black sabe dónde y
con quién está su sitio"… "No es lo apropiado"… ¿A quién habrás
salido?". Su madre siempre se encargaba de repetirle la misma cantinela y
su padre y su hermana mayor de dejarle bien claro que era la oveja negra.
No estaba dispuesta a seguir con
la fachada.
Su mundo se desvanecía, y daba
gracias por ello. Sentía que ya no encajaba por mucho que se hubiera esforzado
años atrás, antes de cansarse de buscar la aprobación del resto.
No, no era como sus hermanas,
aunque podían llegar a compartir un duro carácter, ella siempre se llevaba los
discursos y las miradas más severas que tenían sus padres cuando se acordaban
de que era la del medio, que seguía existiendo y haciendo bulto ocupando una
alcoba más en la mansión. La verdad es que, si hacía memoria, nunca les había
visto profesarle el mínimo afecto fuera de las fachadas de la clase social y el
estatus mágico. No creció entre risas y juegos, sino entre lecciones de
Historia de la Magia a una edad bien temprana, protocolo y el manejo de las
Artes Oscuras. Antes incluso de haber demostrado algún talento mágico a la edad
de ocho años, ya daban por hecho que iba a ser la
hija perfecta.
Ella aguantaba, y no estaba del
todo segura de por qué. Al principio creía que era por el cariño y la unión
hacia su familia. Debía ser así. Pensaba que era su deber como hija, que tenía
más suerte que otros al nacer en buena posición. En el fondo nunca quiso
defraudar a nadie. Sus padres y sus hermanas… para ella eran lazos poderosos,
al fin y al cabo.
Ella siempre demostró ser una
buena estudiante, con talento para los Encantamientos y grandes dotes en
Astronomía y Runas Antiguas, pero es que, al parecer, eso no debía ser sorpresa
ni motivo de júbilo para sus figuras paternas, pues le recordaban que su deber
era sobresalir ante el resto. Sobre todo en Artes Oscuras, y aunque también era
muy buena en la materia, no le atraía.
Desde que entró en Hogwarts todo
entre sus hermanas se convirtió en una competición. Bellatrix era energía, un
ingenio que rozaba la histeria, de buen porte y belleza agresiva en su
totalidad, sin importarle nunca "el qué dirán", porque nadie era
digno de juzgarla y se sentía por encima. Acallaba rumores cuando buscaba sus
propios desafíos y siempre se otorgaba una victoria y ponía ella la sentencia.
No pasaba desapercibida, y era tan temida como admirada. Por otra parte,
Narcisa era discreción, astucia y elegancia. No le interesaba verse inmiscuida
en problemas, la imagen lo era todo y era reservada para hablar, pero cuando lo
hacía también tenía su carácter.
Siempre tan cerca las unas de las
otras y a la vez sintiéndolas tan lejanas, tanto en casa como en Hogwarts;
Vivía una guerra fría con Bella en el colegio, y desde que acabó sus estudios
sentía que la discreción y la poca paz que había entre ellas se iba acabando. Y
pocas veces podía hablar a gusto con Cissy. Hasta cierto punto podía ser
amargamente sincera con su hermana pequeña. Según iban acercándose a los
últimos años de adolescencia Andrómeda hablaba de lo que le pasaba por la
cabeza y Cissy siempre guardaba silencio y le mostraba una descarada y agria
mirada de incomprensión, como si le estuvieran hablando en otro idioma
completamente extraño. Echaba de menos los ratos que pasaba con ella en los
jardines de su casa jugando inocentemente como las niñas normales, sin magia ni
prejuicios.
Cada una iba construyendo su
visión del mundo a su manera y cada vez tenían menos en común. Le hubiera
gustado tener el apoyo de ambas hermanas y poder hablar de los problemas que le
pasaban a una bruja adolescente y que al menos Narcissa también tuviera
confianza para compartir sus problemas con ella y poder ser la hermana mediana
que siempre había querido ser.
Cerró el sobre despacio,
analizando cada letra en su firma y lo selló deleitándose viendo cómo caía en
él la cera derretida para luego estampar el escudo de su ancestral casa en el
papel. Aún no terminaba de creerse que había escrito esa carta. Sintió alivio y
pena al poder por fin decir abiertamente lo que pensaba. Contenía unas palabras
muy duras, pero necesarias. Tenía pensado pedirle a una elfina doméstica que la
llevara al cuarto de su madre con discreción.
Una parte de ella sentía que no
podría mirar a Druella Rosier a la cara sin sentirse como algo peor a la oveja
negra, como todos últimamente se empeñaban en calificarla directa o
indirectamente. Sentía absurdamente que era ella la que la había hecho enfermaar.
Pero por otra parte, quería mirarla a los ojos una vez más antes de su partida
y que tanto ella como su padre lamentasen un poco, al menos un poco, la
situación en la que se hallaban, por el bienestar de su hija y no por su
reputación. Pero llegados a este punto en el que se encontraba, ninguno daría
su brazo a torcer ni mostrarían el mínimo aprecio. No sentirían la pérdida de
una hija a la que ya desde hace años pensaban perdida.
Alzó la vista y miró alrededor.
Ese lujoso dormitorio para ella no era ya más que una jaula de colores
apagados… Pensó que desde siempre había dormido entre algodones de forma
traicionera. Lujos para compensar la falta de afecto y atención. Los pocos
regalos que le obsequiaron sus progenitores eran estrategias para que la oveja
no se saliera del redil y que tiñese su lana como la del resto.«Querían que la lana se volviese verde,
como la casa Slytherin», pensó
delatando una leve media sonrisa y una risa que al instante desapareció.
Se levantó de la silla del
escritorio y se acercó a la ventaba repasando una lista mental mientras echaba
un vistazo también a lo que había sobre su cama de dosel. Tenía muy claro que
era lo que iba a necesitar para el viaje, la hora y el lugar. Lo único de lo
que no estaba segura era si podía usar un traslador, pensaba en que quizá le
vendría mejor una escoba para llegar a las afueras del pueblo cercano a
su casa. Dónde él esperaba…
El sol empezaba a ponerse.
Pronto anunciarían la cena, que
transcurriría en un silencio incómodo entre su padre y sus hermanas. Ya hacía
dos meses que su madre no bajaba a la segunda planta. Una ocasión perdida para
poder ver su expresión. Su padre ya se habría encargado de contarle con pelos y
señales lo ocurrido. La pregunta que se hacía Andrómeda en esos momentos era que
a quién le pesaría su partida con el paso del tiempo (si llegase a surgir un
futuro lejano); si a ella misma o a los familiares que veía a hora como
sombríos desconocidos bajo ese techo.
Sabía que era absurdo seguir
sintiendo un atisbo de tristeza por ellos, no se lo merecían, pero sus
emociones y sentimientos iban en un bucle.
Todo era amargo y a la vez le
producía un alivio liberador: Cygnus Black había lanzado una maldición a la
mediana de sus tres hijas, por la cual, si no abandonaba la mansión antes de
esa media noche, sufriría el ataque de un Boggart durante los meses en los que
su deshonrosa hija llevase en el vientre al sangre mestiza que iba a nacer de
la unión con un mago hijo de muggles al que ella conoció en el colegio y del
que el conservador Black había procurado separarla más de una vez, cansado de
que el joven pidiera su mano.
Cygnus no entendía que su hija se
sentía maldita desde hacía ya mucho tiempo.
No era justo, se repetía una y
otra vez dando vueltas por su habitación apretando los puños. Toda su familia
predicaba las buenas formas y la educación. Quitando la absurda cuestión de
la herencia de la sangre, Edward Tonks había pedido su mano formalmente
dos veces y había demostrado a los Black que podría construir un buen futuro
para su hija, que a pesar de no ser el mago mejor posicionado se manejaba con
destreza y era trabajador. En la primera ocasión que pidió su mano, obligaron a
Andrómeda a cursar su último año de Hogwarts en casa con un mago docente que
supervisara sus exámenes. Sus padres sabían que su relación había sido duradera
en el colegio y sintieron que fue un gran error haber dejado que el noviazgo
avanzara con la esperanza de que Andrómeda se viera sumisa a sus tradiciones
familiares y le dejara. Pero ignorando el "problema" solo
consiguieron alejarla más del redil. Querían poner mano dura y muros a una
chica que ya había entendido lo que era sentirse verdaderamente libre.
Cygnus y Druella creían que
el paso del tiempo y la distancia domarían a su hija y borrarían todo
sentimiento y rastro hacia el chico de Hufflepuff. Pero no. Y de todas formas
hasta ese momento, en ese mismo día que Andrómeda hacía su equipaje -si
se le podía llamar así-, no tomaron verdaderamente en serio el problema y se
lamentaron de no haber conseguido un nuevo pretendiente que fuera de sangre
"limpia".
La segunda vez que Ted Tonks
pidió su mano, ya se había desencadenado la guerra en el interior de Andrómeda.
Había pasado el tiempo. Ya no aparentaba ser una niña tras un capricho, Ted era
lo más puro y real y daba gracias por haber podido reencontrarse con él y que
la llama siguiera igual de candente. Estaba decida a dar el paso pese a la
sorpresa de estar esperando un hijo. Eso les ayudó a coger fuerzas frente a los
Black. Pero jamás pensó que su familia algún día lograría llegar a la cúspide
de sus desprecios.
Rememoraba el día anterior con
furia: Cygnus había seguido y sorprendido a la pareja en una plaza del pueblo y
profirió todo tipo de insultos y blasfemias contra ellos sin dejar paso al
sentido común que intentaba aportar Ted y del cual Andrómeda sabía que no
conseguiría nada. Miró a su padre a los ojos y en ellos no había pena, ni
decepción, solo furia, vergüenza aburrimiento y algo de regocijo al saber que
estaba en lo cierto respecto a sus sospechas, la oveja negra volvió a las
andadas. Expresiones que a la chica le hacían entender que no se preocupaba por
su seguridad, sino por cuán manchado se vería el apellido Black. Tenía ganas de
que Andrómeda flaqueara y volviera a meter la pata solo para poder quedar por
encima, todo es lo escondía tras el serio porte del típico mago de la nobleza
mágica. No era eso de "quién bien te quiere te hará llorar". Pero
ella ya no podía sentirse peor y a la vez notaba cómo un sentimiento de
valentía se iba apoderando de ella.
Discutieron, ella confesó su
embarazo y su padre respondió furioso esta vez lanzando la maldición mientras
Ted intentaba defenderla.
Tan solo le quedaban unas horas y
sería libre.
Vuelta al bucle de felicidad y
amargura, se preguntaba si en el fondo era mala persona. Pero es que esas
divagaciones ya las hacía tenido tantas de veces un par de años atrás cuando
comenzó su relación con Ted que le aburrían. Lo hecho estaba hecho y de lo que
estaba segura es que ya no podía ver más a Cygnus y Druella como figuras
paternas definitivamente y que no iba a permitir que hicieran daño a su hijo.
Que vivan ellos con sus demonios.
Guardó por fin todas sus cosas en
una bolsa de viaje de tela y mientras daba vueltas a todos esos pensamientos,
escuchaba unos pasos firmes acercarse a su puerta entreabierta, abrieron del
todo haciéndola sonar aguda y lentamente y Andrómeda por fin notó cómo alguien
tamborileaba en la madera del con sus uñas y cómo unos ojos se clavaban
en su nuca:
-Has vuelto a verte con ese
"sangre sucia". ¿No es así? -dijo una voz femenina y despreocupada
con tono cansado pero a la vez suspicaz.
-Sal de mi cuarto, Bella…
-respondió Andrómeda sin darse la vuelta.
Otra guerra que debía librar
finalmente. Distintas a sus padres pero a la vez idénticas, le dolería más lo
que pudiera esperar de sus hermanas, pero también estaba preparada para
defenderse.
Oía más pasos acercarse a la
alcoba, volvieron a entrecerrar la puerta. La mediana tomó aire.
-¿Qué más te da? Dentro de nada
ya no será tu cuarto -espetó de nuevo Bellatrix-. Dime… ¿hace cuánto que
fornicas con el sangre sucia desde que saliste de Hogwarts?
-He dicho que te vayas… -dijo
esta vez dándose la vuelta e irguiéndose con seriedad. Observó a las
hermanas: Bella estaba apoyada en la pared cruzada de brazos mostrando una
socarrona media sonrisa y Narcissa sostenía el pomo de la puerta y ponía el
otro brazo en jarras sintiéndose que así era la guardiana de los secretos
que nadie podía oír la chala que Bella pretendía empezar, mostraba una mirada
más neutral-. No tengo tiempo de hablar ahora. Marchaos las dos.
-¿Para qué? -saltó Bellatrix
despreocupada, quería probar hasta donde llegaban los nervios de la mediana
de nuevo- ¿Para que puedas vomitar tranquila?
-¿Qué quieres decir, Bella?
-cuestionó la menor arqueando una ceja.
-Vamos, ¿no te has dado cuenta?
Tu hermanita está embarazada.
-¿Qué?
-¿Cómo te has enterado? -preguntó
con un leve tono de sorpresa e indiferencia la mediana.
-Padre me lo dijo ayer, nada más
que volvisteis tras reunirte con ese… ese… Me das asco, Andrómeda -Bellatrix se
apartó de la pared y fue acercándose a su hermana con los brazos cruzados-.
Entregarte a un hijo de muggles… Y me he tomado la libertad de poner a Cissy al
corriente, de todo menos de eso -dijo señalando la barriga de su hermana- Para
ver si sacabas valor y lo decías tú antes de una maldita vez tu partida-
explicó con desdén y un poco de mofa.
-Me he entregado a alguien a quien
amo. Algo que jamás podrá entender ninguna de vosotras si dejáis que os manejen
como lo hacen -en ese momento se percató de que la carta para su madre seguía
en el escritorio por lo que intercambiando frías miradas con ambas hermanas fue
dando unos pasos hasta el mueble.
-A mí nadie me maneja. Sé bien
quién soy y sé tomar las decisiones correctas.
-Eso te han hecho creer toda la
vida, Bella, con la ilusión del "poder". Cissy, ¿crees firmemente que
estás enamorada de Lucius?
-P-por supuesto. Para mí es el
único… -la pregunta tomó muy de sorpresa la pequeña, que soltó el pomo de
la puerta mientras ponía una cara de ofensa.
-¡Porque no te han dejado salir
de estas cuatro paredes! -exclamó la mediana con exasperación al ver una mirada
dudosa en su rubia hermana, notando cómo entrelazaba las manos- Ninguna ha
hablado con nadie que no sea de su mismo estatus. Ni siquiera cuando íbamos al
colegio. Yo me atreví y ¿sabéis qué? Que tanto Ted como muchos otros hijos de
muggles valen el doble que los pocos miembros mezclados de esta familia.
-Maldita traidora… -Bellatrix iba
a salirse de sus casillas. Compartió con Cissy una mirada de asco hacia la
morena-¡Tú no eres mi hermana! Sí piensas que la familia se va a ablandar por
eso que llevas dentro de ti…
-No vuelvas a hablar así de mi
hijo -interrumpió la aludida alzando el tono. ¿Qué más daba ya que Narcissa se
empeñara en tener la puerta cerrada? Ya no había secretos.
-¡Eso es una abominación! Un ser
mestizo… Estás a tiempo de deshacerte de ese problema.
-¿Eso es lo que hiciste después
de haber estado con Rodolphus en la noche de bodas? -cuestionó Andrómeda
desafiante y frunciendo el ceño sin querer creerlo.
La pregunta no pareció afectar en
absoluto a Bellatrix. En vez de eso, siguió insistiendo:
-Va a nacer un mestizo que, con
las posibilidades de ése sangre sucia, quizá ni siquiera llegue a ser mágico.
Eso no puede ocurrir en la familia Black, no habrá otro squib.
-¡Cállate, Bella! ¿Cómo sabes que
va a ser squib? Es mi bebé. Me da igual si nace con dotes mágicas o no. Y mal
que me pese decir esto: prefiero criarlo sola en el mundo muggle antes de que
tenga que vivir en esta maldita casa.
La mayor iba a volver a
reprochar, pero de repente, Nacissa intervino con un tono más calmado e
incrédulo:
-Andrómeda…¿Estás completamente
segura de que esperas un hijo?
-Lo estoy, Cissy. Y tengo muchas
ganas de que nazca. Y me gustaría… Me gustaría que estuvierais conmigo en esto…
O que por lo menos respetaseis mi decisión.
-Pero Ann, no seas insensata.
¿Dónde y de qué vas a vivir? Él no puede mantenerte… No es nadie.
-Eso es lo mejor de todo, Cissy;
Qué, dónde y cómo vivir son cosas que voy a decidir yo misma. Sin que nadie se
interponga. Y de él lo primero que busco es que me dé felicidad. Puedo
trabajar. No soy una inútil.
-Pero dentro de unos meses no
estarás en condiciones y siempre has estado rodeada de comodidades. Admítelo.
¿Crees que será fácil cambiar de vida de la noche a la mañana?
-Nunca he pensado que será fácil,
pero si necesario. Me estoy consumiendo aquí, Cissy.
-¿Y si las cosas no salen como
esperas? Tú nunca has visitado el mundo muggle. Ni tampoco has trabajado.
-Sí que he visitado el mundo
muggle…
-Y a saber cuántas más cosas has
hecho -volvió a atacar Bella.
-Seguro que no tantas ni tan
descabelladas como las que has hecho tú.
-Y dices que al menos buscas mi
respeto…
Se produjo un corto silencio. Tan
solo perturbado por los chasquidos y movimientos de la mayor al
pasearse por la habitación mirando con burla el equipaje de su hermana.
Narcissa miraba un punto fijo en el suelo con cara de enfado y los brazos
cruzados.
En ese momento Andrómeda cogió la
carta y la guardó en un bolsillo entre los pliegues de su vestido.
-Quizá, si no tuvieras el niño…
Padre y madre te dejarían volver -habló la pequeña.
-¿Narcisa, renunciarías tú a un
hijo de Lucius, ése que es único para ti…?
-N-no. No podría -respondió
bajando de nuevo la mirada con un leve sonrojo.
-Pues a mí me pasa lo mismo con
Ted. Y voy a fingir que no has dicho la brutalidad que acabas de decir… Sino,
pensaré que cada día te pareces más a Bella.
-Eres una traidora -intervino la
aludida- … Si sigues bajo este techo con eso creciendo dentro de ti, seré yo la
que acabe con esto.
Las dos brujas blandieron sus
varitas a la vez.
-¡Ni te atrevas, Bellatrix!
-¡Parad! -exclamó la pequeña
poniéndose en medio con los brazos levantados para separarlas- Bella, venga,
bajad las varitas…
-Eres una mala hermana y una mala
hija...-escupió esta sin hacer caso a rubia-. Madre está enferma y tú sólo
sabes darle disgustos y rumores de deshonra.
-¿Desde cuándo te importan a ti
los rumores? -cuestionó soltando una risa de incredulidad la mediana llevándose
el brazo libre al vientre a modo inconsciente de defensa- Si tú misma has
sido la primera en hacer lo que le ha dado la gana…
-A madre sí que le afectan. Anda
lárgate, a media noche padre soltará al Boggart. Si todo acaba mal, ve a
contarle a tu primo Sirius tus problemas. Ambos sois muy amiguitos.
-Será porque es el único con
sentido común…
-¡Vale ya, bajad las varitas…!
-volvió a intervenir Cissy con tono de ira. Ambas hermanas la hicieron caso sin
apartar la mirada desafiante. La joven suspiró y volvió hacia Andrómeda:
-¿Cuánto crees que durará esta
historia? Seguro que se terminará aburriendo de ti y del bebé. ¿Y luego cuando
te deje, qué harás?
-¡VIVIR! -estalló por fin
Andrómeda- ¡SI ME DEJA SEGUIRÉ ADELANTE…! ¿Es que no termináis de daros cuenta?
No lo hago sólo porque le quiera y porque me haya ayudado a abrir los ojos. Lo
hago por mí. Vosotras ya sabéis lo que queréis y habéis empezado a contruir
vuestra vida, pues yo también.
-Lárgate, vamos -dijo esta vez
Bella con los labios apretados y el tono de voz muchísimo más suave-. No
esperes más. Ya tienes la maleta hecha, ¿no? Sal de esta casa y ni si te ocurra
volver.
Cissy permaneció con los ojos muy
abiertos alerta a cualquier movimiento. Sin embargo lo único que hizo
seguidamente la mayor fue salir de la habitación dando un portado que
sonó por toda la casa.
Andrómeda guardó su varita y
cogió sus cosas notando la mirada de enfado y decepción de su hermana pequeña
encima antes de que se marchara con el mismo aire de altanería que Bella pero
con más sigilo y lentitud.
Ya le daban igual esos gestos,
más decepcionada estaba ella.
No esperó ni a la cena, ¿para
qué? Era en ese momento cuando pensaba dar explicaciones a sus hermanas y ya lo
hablaron todo en su dormitorio.
Un elfo anunció que Cygnus había
salido esa noche y por un segundo temía que fuera a ir a por Ted. Pero los
jóvenes habían acordado encontrarse en un lugar secreto del parque del pueblo,
lejos de miradas curiosas, tanto de magos como de muggles, y dónde en ese mismo
instante Ted estaría rodeado por hechizos protectores. Simplemente se quedó con
la idea de que Cynus no iba a dejar su vida de mago ocioso por un problema
familiar de ese calibre.
Ya había cruzado el jardín
repleto de densos matorrales cuando le dio por echar la vista atrás y mirar
hacia los pisos superiores. Estaba segura de que la luz que salía de la
habitación de su madre era la de un crepitante fuego en la chimenea. Y sabía
que ahí terminaría la carta que tanto le había costado escribir. Tanto si la
leía como si no.
Se produjo un chispazo una
elfina apareció ante ella:
-Ya está, señorita Andrómeda, la
he dejado en su mesilla de noche. Estaba durmiendo por la pócima que se tomó
hace una hora-dijo con tono respetuoso.
-Gracias -la muchacha se acercó a
la miedosa criatura y le entregó un guante de encaje negro con flores bordadas.
-¡P-P-Pero se-señorita! ¿¿Sabes
usted lo que está haciendo?? -parecía que la elfina iba a sufrir un ataque al
corazón y no se atrevía a coger la prenda.
-Claro que sí -dijo serena-.
Te pusieron exclusivamente a mi servicio hace años en esta casa, y yo ya no
pertenezco a esta casa, por lo tanto no requiero de tu servicio, Delina.
-Pero si el amo Black se entera.
N-no debo…
-Si se entera ya serás libre.
Vete lejos.
-Yo-yo no… -Delina empezó a
sumirse en un mar de lágrimas y cogió el guante con la mano temblorosa-.
¡GRACIAS, SEÑORITA!
-Baja la voz -se apresuró a
taparle la boca a la elfina, conteniendo la primera risa de jubilo que había
sentido en todo el día.
-Pero yo, no querría irme
todavía, mi señora -dijo sonrojada de los pies a la cabeza- Me gustaría
ayudarla a cuidar de su bebé… Siempre fue usted tan cordial conmigo, aunque a
veces jugara como sus hermanas.... Si quisiera y me necesitara…
-Eso me gustaría much0o Delina.
Puedes venir conmigo, pero con la condición de que no me verás como tu dueña.
La elfina asintió
moviendo sus grandes orejas arriba y abajo agitadamente y se secó las
lágrimas añadiendo:
-Sois de buen corazón, señorita
Andrómeda, no creáis nunca lo contrario. No dejéis que os confunda
está vuestra partida.
-Te aseguro que ya no dejaré que
nadie me confunda de esa manera. Y puede que mi corazón no sea el más
puro y el más bueno. Pero al menos sé que no está tan lleno de oscuridad.
Recorrió de nuevo lentamente con
la mirada la fachada de la casa y se pusieron en marcha nada más que la elfina
se puso el guante a modo de brazalete anudado fuertemente en su menuda muñeca.
Ya estaban en la entrada, parecía
que el silencio sepulcral iba a ser roto por el sonido de la gran verja pero se
produjo un estallido mucho peor:
Cuando Andrómeda quiso darse la
vuelta sintió un fuerte latigazo y quemazón en la espalda que le hizo caer de
rodillas al suelo soltando un grito pesando en en el niño mientras se llevaba
las manos al vientre.
-Maldita traidora -escuchó-. No
te basta con deshonrar a la familia fugándote con el "sangre sucia".
Ahora también libreras a nuestros elfos...
Andrómeda se dio la vuelta
deprisa mientras volvía a sacar su varita, jadeando por el dolor en la espalda.
Bellatríx caminaba a paso firme y furioso con la mandíbula apretada y los ojos
brillantes seguida de Narcissa quien también había sacado su varita y alumbraba
el camino.
La morena tomó aliento y logró
ponerse de nuevo en pie mirando a su alrededor. Observo a Delina en un
rincón con los ojos desorbitados y temblando de pánico al verlas aproximarse.
En ese momento Bellatrix mostró
una media sonrisa y volvió a apuntar con la varita, Andrómeda no lo vio
-¡NO, BELLA!
Un destello verde iluminó el
camino y cegó por un segundo a la mediana de las Black, que anzó un fallido
hechizo de protección y cuando la luz volvió a cambiar pudo ver a su lado el
cuerpo inerte de la elfina con los ojos abiertos de par en par.
Iracunda, correspondió al ataque
de Bellatrix y tras lanzarse varios hechizos y esquivarlos ambas con destreza,
se quedaron un momento en guardia como estaban en el dormitorio de Andrómeda.
Esta vez Cissy no se planteó si quiera detenerlas.
Solo se escuchaba al sonido de la
naturaleza en el espeso bosque que aislaba la mansión, la hermana tomó aliento
y aún con la varita empuñada con firmeza dijo casi en susurro:
-Nunca he querido llevarme mal
contigo. No me he metido en tus amistades, por malas que me parecieran. No te
he delatado cuando he visto que infringías normas en Hogwarts ni en casa. Nunca
te he dicho cuánto me preocupa que lleves eso tatuado en el brazo... Pero,
Bella, ya no aguanto más; Te odio… y lucho cada día por intentar no odiarte.
Quiero conservar la visión de la niña que jugaba conmigo en esta casa, la que
me enseñaba conjuros y me defendía. Pero cada día esa imagen se difumina un
poco más.
-No sufras más por ello,
Andrómeda, deja de luchar por tener esa visión porque ya no somos unas niñas.
Esta es la realidad; ya no hay esperanza para ti… La vida es crueldad, y
cada uno termina obteniendo el sitio que merece. ¿Que me odias, dices? No
pienso decirte que me sienta dolida al oírlo. Me siento aliviada al haber
abierto los ojos contigo. Yo te llevo aborreciendo desde que empezaste a
ensuciar mi apellido en Hogwarts... Ojalá pierdas el niño.
-Voy a casarme con Edward Tonks,
voy a criar a mi hijo o hija y espero no volver a verte.
-Tranquila, en el momento en que
cruces esa verja, para mí habrás muerto. Traidora a la sangr
e…
Andrómeda se dirigió hacia la
verja caminando de espaldas sin apartar los ojos llorosos de su hermana mayor.
Una vez que estuvo fuera Bella cerró con un movimiento de varita y se
desapareció. Narcissa fue intercambian la mirada entre su hermana y el cadáver
de la elfina y comenzó a desandar el camino hasta la casa como si intentara
ahogar un grito dejando escapar sólo un par de lágrimas ante la mirada de la
mediana antes de volver a mirarla con desprecio.
La oveja negra llamó a su escoba
con un conjuro y, mientras esperaba a que apareciese, cada paso que daba hacia
el camino empedrado del pueblo era una punzada de dolor en el corazón.
Sentía cómo la brisa veraniega
secaba las pocas lágrimas que empezaba a derramar. Pero ya no tenía miedo; Una
varita, una bandolera, su escoba y una capa de viaje era lo único que
necesitaba.
Ella fue la primera de sus
hermanas en huir,
de la casa que la vio la
nacer,
hacia lo salvaje.
Cada día era un regalo,
libre de sol a sol.
La montaña fue su salvación,
y entre las fieras se crió.
Y en los árboles se escucha,
voces de tiempos remotos,
ha elegido caminar
hacia lo salvaje.
«No tenéis ni idea de lo alto
que puedo volar».
Sentenció con un portazo
y no la vieron
nunca más.
Cada golpe que le dieron,
era una cuenta atrás.
Y ahora corre hacia el
bosque,
su fortaleza,
su nuevo hogar,
y en los árboles se escucha,
voces de tiempos remotos,
ha elegido caminar
hacia lo salvaje.
FIN