08 octubre 2021

Ranas de chocolate - 9

 


9

El invierno estaba terminando pero los copos de nieve seguían haciendo acto de presencia.

Era sábado y las calles del pequeño pueblo de Hogsmeade estaban abarrotadas de gente. En medio de todo el bullicio, una pequeña joven caminaba contenta y atropelladamente. Dabala impresión de que casi no veía nada con sus espectrografas rosas y el gorro de lanadel uniforme de Hogwarts que llevaba puestos, pero no esa así. Estaba atenta amagos y criaturas. Le animaba mucho volver a notar que esas calles llenas de vida e intentando regresar a la normalidad. Volvía a percibir los olores y sonidos típicos, el ánimo en las voces y el comportamiento de los caminantes. Ya no había tantas sombras.

Era increíble cómo en menos de un año podía recuperarse todo. Tanto Hogsmeade como el colegio estaban resurgiendo de sus cenizas. Y la gente necesitaba salir, mirar escaparates, pasear por la naturaleza, los niños más pequeños necesitaban volver a jugar en las calles y los alumnos de Hogwarts despejarse de vez en cuando, ya que en el castillo los profesores consideraban positivo que ese año los alumnos de cursos más avanzados salieran en más ocasiones para asimilar mejor el retorno a un sitio que había sido el epicentro de la guerra mágica y aún afloraban en todos sensaciones de todo tipo.

Por todo ello Luna estaba de muy buen humor esa mañana, pensaba que había aprovechado bastante bien el día y esa salida. Iba cargada con una gran caja y un par de abultadas bolsas con materiales de todo tipo. Tenía pendiente un proyecto en grupo para su clase de Encantamientos, así que esa mañana se reunió con sus compañeros para comprar lo necesario y se repartieron el material, además aprovechó el paseo para comprar algunas cosas para ella. Hacía mucho que los Nargles no le jugaban la mala pasada de extraviarle sus objetos personales, pero el curso pasado perdió varias cosas debido a la batalla y durante su estancia atropellada en el colegio y su casa necesitaba una reforma, así que cuando encontraba un hueco aprovechaba para ayudar a su padre enviándole algunas cosas que consideraba que podían necesitar. Quisieron pasar ese verano un poco más alejados de todo y viajar para cambiar de aires y reponerse, y a su regreso decidieron que también les podría venir bien un cambio en su propia casa y borrar lo que las marcas tenebrosas habían ido dejando en sus vidas. Reformarían la pequeña torre de Ottery St. Catchpole. y le darían una mano de pintura. Ahora tendría más paredes para dibujar.

Pasear por Hogsmeade no era como comprar en el Callejón Diagon, pero había conseguido hacerse con todo lo que tenía apuntado en su lista de objetos mágicos e ingredientes. Los sábados eran los días idóneos para aventurarse a realizar las tareas pendientes del colegio y al mismo tiempo para desconectar. Ya le había mandado varias cosas a su padre por Navidad y parecía que ese ambiente festivo se había quedado en el pueblo para todo lo que restaba de invierno.

Había atravesado la plaza y estaba a punto de doblar una esquina mientras le daba vueltas a todo esos pensamientos cuando de repente chocó de bruces con alguien que a la vez salía de un callejón y evitó que la muchacha perdiera el equilibrio y se le cayeran todas las cosas que llevaba encima ayudando a sostener la pesada cajita de cartón.

- *-*-*-

Frio y muchedumbre.

No le apetecía nada tener que reunirse en el pequeño pueblo de Hogsmeade con los antiguos inversores de su padre, sobre todo porque estaba demasiado cerca de su antiguo colegio, demasiados malos recuerdos. Pero ahora debía se ayudar a sus padres a corregir los errores del pasado y pagar por todo el daño causado, y parte de ese daño llegó hacia ese pequeño pueblo durante la guerra y como sentencia por haber colaborado con Voldemort, Lucius Malfoy debería dar parte de su fortuna a los damnificados por los ataques de la guerra mágica. Parte de la fortuna de los Malfoy se desvanecía y se deberían de adaptar a un nuevo estilo de vida. Al menos podían conservar su casa, pero para el joven Draco todo lo que se avecinaba era el camino hacia el trabajo y la cruda realidad. 

No era su idea de un día perfecto el tener que madrugar en sábado con una nevada para coger el primer tren hacia el pueblo encantado y tener que hacer diferentes visitas para luego tener que pasar la tarde en Londres haciendo papeleo. Al menos si servía de ayuda y echaba una mano a su madre hasta que a Lucius le dieran permiso para salir de Azkaban se sentía menos vacío.

Había tenido que madurar de golpe y aún sentía algo de miedo en su interior.

Le causaba mucha incomodidad poder ser reconocido por algún alumno de Hogwarts, por lo que intentaba frecuentar las calles menos transitadas.

Lo mejor del día era que había ido bastante rápido en sus negocios y solo quedaba esperar el tren de ida a la ciudad. Estaba ansioso y miraba con frecuencia el reloj procurando no hacer contacto visual con nadie.

Y cuando pensaba que no habría ninguna sorpresa en el día, distraído cruzó una esquina y se tropezó con una pequeña chica de melena abundante tupida en abrigos que casi se le lleva por delante con una pesada caja. 

- *-*-*-

Todo pasó de repente, y al chocar la chica casi da un resbalón y como acto reflejo él la tomó por un brazo y le sostuvo la caja con otro.

Al ver quién era el otro ambos se quedaron observándose en una mezcla de extrañeza y sorpresa:

-Vaya... Hola, Draco Malfoy –la joven se quitó las llamativas gafas y se quedó observando al chico son cara de sorpresa.

-Lovegood... -el chico dejó la caja en el suelo sin saber muy bien cómo actuar.

Draco en ese momento se dio cuenta de que se le había caído el maletín. Se produjo un silencio incómodo mientras recogía las hojas con un encantamiento, Luna le ayudó y rompió enseguida el extraño momento con su peculiar voz y una media sonrisa:

-¿Te has hecho daño?

-No, y ¿tú?

-Estoy bien.

-¿Qué haces aquí?

-Este año lo paso en Hogwarts, estoy retomando el curso –explicó la chica dejando ver su bufanda azul de la casa Ravenclaw debajo de su abrigo. –He salido a comprar cosas para un trabajo.

-Yo he venido para... por temas de negocios –no quería dar explicaciones en público de que era evidente de que tenía cuentas pendientes con el pueblo y con la escuela. Suponía que al ser amiga de Potter estaría al día de muchas cosas.

-Ya veo... Tienes mejor aspecto

-Tú... sigues siendo muy sigilosa.

-Bueno... -la chica se agachó a por la caja- Acabas de salvar mi proyecto de Encantamientos, si no tienes nada que hacer ahora, déjame darte las gracias... ¿Quieres tomar un té?

-Es que...-tal invitación pilló al chico por sorpresa. ¿Las gracias? –pensó. ¿Precisamente ella?, ¿hablaba en serio?... Esa chica había estado prisionera en su casa y le quería dar las gracias por evitar que se hubiera resbalado... Definitivamente Lovegood tenía algo de locura.

¿Hacía cuánto que no le agradecían haber hecho algo bueno de verdad? Ni siguiera había sido consciente de cómo se habían tropezado...

-¿O tienes mucha prisa? –preguntó la joven haciendo que el chico saliera de toda esa maraña de pensamientos que pasaban por su cabeza rápidamente.

-No, es que tengo que esperar el tren...

Bueno, puedes hacer tiempo tomando algo. Ahora falta mucho para que llegue y hace frio. Mal no nos vendrá.

-No, en serio, gracias... Lovegood, no te preocupes.

-Está bien. Como quieras, pero, déjame al menos darte esto –la chica sacó de su bolso una cajita pentagonal con el dibujo de una ranita dorada en un lado y la posó en las manos del titubeante muchacho sosteniéndole ambas manos un instante en el que ambos pudieron notal la calidez del otro, al apartarlas, el chico se quedó mirando la caja en su mano. 

-Adiós –dijo ella retomando su camino con sus cosas, lo que hizo que Malfoy reaccionase y levantara la mirada para observar cómo Luna se disponía a continuar calle abajo.

-¡Espera, Lovegood!

- *-*-*-

Otro silencio.

Solo se escuchaba una pequeña radio mezclada con el sonido de cucharillas y tazas al fondo del local.

Ella miraba a través de la ventana cómo caían los copos de nieve con ojos brillantes sin perder detalle mientras sostenía entre sus manos una humeante taza de chocolate. Al final se había decantado por esa bebida. Parecía contenta.

Él la observaba de reojo dando vueltas a su té. Se dio cuenta de que seguía llevando esos llamativos pendientes de rábano por los que se reían de ella en el colegio.

El chico sentía que no podía sostenerle la mirada sin recordar todo el sufrimiento de la guerra, era tan absurda esa situación, estaba tomando té con la que una vez fue su compañera de colegio y luego pasó a ser prisionera en su sótano durante meses. ¿Cómo podían mantener un tipo de conversación neutral? Empezaba a sentirse muy incómodo hasta que pensó que no podría seguir más con esa extraña sensación.

-Es raro, ¿verdad? –dijo él.

-¿El qué? –Luna pareció salir con tranquilidad de su ensimismamiento y le miró con curiosidad.

-¿Sabes? Creo que la primera vez que te vi sentí rabia y odio al momento hacia ti. Te encontré de repente ahí tirada en el suelo del tren, con unas pintas tan raras...

-En eso sigo en mi esencia –interrumpió la chica riendo, lo que hizo que él mostrara una media sonrisa contagiando por ese humor.

-Y encima leyendo una revista al revés... -continuó el muchacho algo sonrojado- Y recuerdo que parecía que todo te daba igual. Eso fue lo que más me molestó.

-Bueno, a mí tampoco me causaste una buena impresión por mucho que quisieras aparentar. Pero eso pasa cuando solo nos quedamos con lo que ven nuestros ojos...

-Ya...

-Puede que vuelvas a sentir rabia si te digo que después la mala impresión se fue convirtiendo en pena...

-Eso ya me lo dijiste en una ocasión... Es lo que tiene el bando perdedor.

-Todos hemos estado en el bando perdedor, Malfoy –dijo ella esta vez con la voz un poco más sombría, casi semejante al tono del chico -Yo sabía que en tu casa había más de un prisionero en el exterior –dejó la taza en la mesa.

Él comenzó a observar sus manos, tenía las uñas pintadas de varios colores. Después se fijó en sus pulseras y abalorios y cuando comenzó a dirigir la mirada hacia su rostro se volvió a sentir algo abrumado y prefirió concentrarse en contar los granos de azúcar que habían caído en un descuido en la mesa y le preguntó:

-¿Cómo puedes saber tantas cosas de la gente con lo poco que hablas con ellos?

-Imagino que es una forma de hacer magia.

-Yo siempre he evitado ese tipo de magia. A veces cansa.

-Pues deja que las cosas pasen. A veces te puedes sorprender para bien.

Volvieron a quedarse en silencio atentos solamente al aroma del té y el chocolate recién hecho.

No hacía falta hablar de muchas cosas, ella empezó a contarle sobre qué trataba el trabajo de Encantamientos, luego le contó que había estado viajando durante el verano y él se limitaba a escuchar sus anécdotas. La mesa de ese café se había conversito en un espacio extraño y agradable donde poder superar más cosas de las que ambos jóvenes pensaban. Para ella era la forma de aceptar el perdón, y para él la de terminar de abrir los ojos.

Al cabo de un rato la Ravenclaw acompañó al Slytherin hasta la estación, el tren había anunciado su llegada. Estaban cubriéndose de la nieve en el porche del andén.

-Tienes suerte, no parece que haya mucha gente. Buen viaje, Draco Malfoy.

-Gracias, por el té, Lovegood.

La chica comenzó a tomar su camino hacia el castillo, de nuevo escondida entre la caja el gorro y las gafas. Draco observó cómo se marchaba y apretando el manillar de su maletín con fuerza como esperan coger ánimos le dijo de repente:

-La semana que viene tengo que regresar por un asunto...

Ella volteó para responder con una sonrisa:

-Yo seguramente baje de nuevo a buscar materiales...

-Pues ¿sabes? Ese té estaba malísimo, no me ha gustado nada, a lo mejor la semana que viene voy a tomar algo a otro sitio mientras espero el tren.

Se dirigieron una mirada cómplice y ambos se pararon sus caminos.

Ella llegó al castillo tarareando una canción y él estuvo durante un largo rato en el trayecto en tren jugueteando con una cajita de las ranas de chocolate.

Después de todo... a nadie le amarga un dulce.


Fin






Ranas de chocolate - 8

 


8

Frío.

Incertidumbre.

Pesadez.

Miedo.

Sentía un agudo dolor de cabeza, no sabía si por el hechizo aturdidor o por si pudo haberse llevado algún golpe durante el camino a su cautiverio.

Sabía que debía mantener la calma, porque cualquier acto podría costarle su futuro.

Al principio lo tenía todo muy borroso, pero poco a poco recordaba el viaje en tren, el pasar por un túnel, las voces de sus compañeros de compartimiento y un fogonazo de luz, lo siguiente era verse despertando en la celda, la habían quitado todas su cosas y despojado de su abrigo; un señor feo y bajito con una mano de plata se reía al observarla tan desorientada; otro mortífago salió de la nada, se dirigió a ella y le dijo que gracias a las publicaciones de su padre, esa sería su nueva estancia, pero no le dieron más información, se limitaron a tirar dentro de la celda una caja grande de madera con algunos objetos que luego más tarde revisó –una manta vieja, un almohadón y un cuenco a una esquina y entre risas ambos hombres se dirigieron a la salida insultando a su vecino de celda.

Cuando el señor Ollivander le dijo que estaban secuestrados en la mansión Malfoy, ella se sintió muy sorprendida, nunca pensó que algún día podría llegar a adentrarse en tal casa por ningún motivo... Se tendría que hacer a la idea de que no le iban a dar muchas más explicaciones ni derechos, y suponía que tampoco le dejarían ponerse en contacto con su padre con el tiempo. Eso quizá sería lo que podría llevar peor, saber que estaría solo.

Iba a ser una Navidad muy triste.

En la zona más fría y húmeda de la mansión Malfoy, Luna Lovegood había pasado casi toda la noche hablando con el señor Ollivander sobre un montón de cosas; cómo y por qué estaban allí, qué les habían hecho dejar en el exterior, qué pensaban sobre el plan y el rumbo que estaba tomando Harry y qué estaría haciendo en ese momento. Con la conversación iba recordando momentos de su interrumpido viaje de regreso a casa. Esperaba que no les hubiera ocurrido nada a Neville y Ginny, pero no podía evitar sentir miedo, ya que pensaba que si a ella le habían puesto en esa situación, sus amigos al ser más cercanos aún a Harry podían haber sido atacados también.

Y a pesar de todo Luna hablaba de fe. Es algo a lo que estaba dispuesta a aferrarse, al poder de la magia y al de sus amigos.

Cuando el anciano se quedó dormido, la chica le tapó con la manta que parecían haberle dado en un gesto de "cortesía" para ella, pero prefirió que se la quedara el hombre para que no pasara tanto frío. Estaba enfermo y maltratado.

Se dijo así misma que no debía hacerse un lio, ella sola no podría hacer nada. En un mundo tan oscuro y cerrado, Luna permanecía ahora en el frío corazón del mismo. Y todo pareció oscurecerse más cuando el fabricante de varitas le habló acerca de la gente a la que había visto pasar por esas celdas y subir al gran salón de la casa Malfoy para luego no volver a bajar nuca al sótano...

No podía negarse a sí misma que se sentía perdida y desorientada, pensaba en cómo debía de sentirse su padre y la tristeza acabó de embargarla por completo. Esa primera noche iba a ser dura. Sentía un gran pesar en su corazón al imaginar cómo la estaría esperando en la estación de Kings Cross con impaciencia...

La noche parecía no tener fin. Intentaba dormir y al mismo tiempo permanecer alerta.

Permaneció acurrucada en una esquina, abrazándose a sus piernas y con la cabeza apoyada en la fría pared de piedra, observando el destello de una enorme antorcha colocada en una celda contigua que se suponía que debía ser la suya, pero había preferido quedarse cerca del señor Ollivander por si necesitaba algo, aunque ella no pudiera hacer mucho. Supuso que si no les habían cerrado las celdas con barrotes y les dejaban moverse era porque la magia bloqueaba todo el espacio para intentar salir. A los Mortífagos les interesaba que pasasen frío, por ello solo habían dejado dos antorchas encendidas en extremos opuestos del gran sótano.

De repente, un destello dorado se materializó en el suelo junto a ella tomando la forma de una cajita transparente, la reconoció, era una ranita de chocolate, pero no entendía cómo había llegado y si se trataba de una broma... Y eso le hizo recobrar una sensación de hambre que hasta el momento estaba intentando reprimir.

Al ver que el objeto iba tomando más forma y se presentaba por completo delante de ella se decidió a extender la mano cautelosa y al tocarlo la luz que emanaba se desvaneció y pudo coger la cajita entre sus dedos, era real, pero se sobresaltó al instante en el que la tomó por completo en su mano, ya que nada más que entró en contacto con el objeto escuchó cómo una voz susurraba en forma de eco su nombre.

No entendía nada, pero el corazón le dio un vuelco. Era una voz levemente familiar.

¿Era una broma?

¿Un truco?

¿Un experimento?

Pensó que sería mejor deshacerse del envoltorio por si los mortifagos la habían registrado antes los bolsillos. Pero tampoco podía dejarlo por ahí como si nada.

-Malfoy... -susurró.

¿Sabría Draco Malfoy que ella estaba entre esas pareces?

¿Quería ese gesto decir que se encontraban bajo el mismo techo?

Dio un mordisco y la tristeza pareció ser un poco más liviana en ese momento.

Se quedó jugueteando con la cajita entre sus dedos y pensando en cómo a veces todo se conectaba con curiosas casualidades. Entre la pared en la que permanecía apoyada, encontró un agujero que parecía ser la casita de un ratón. Y pidiendo permiso a los roedores que podrían pasar por allí, escondió el envoltorio en el interior como si fuera un secreto.

Mañana podría pensar junto a Ollivander cómo podrían escapar. Seguramente podría ser inútil enfrentarse a una magia tan fuerte y oscura, pero se debía decir a sí misma que las cosas solo eran imposibles si se dejaban de intentar.