28 octubre 2019






10


¿DÓNDE ESTÁIS?


-El desayuno, niña. Es la comida más importante del día. Y con el golpe que te diste anoche con las estanterías del almacén, debes coger fuerzas.

      Ginny se quedó estática intercambiando la mirada de sorpresa entre la mujer y la fantasma. La señora de semblante serio no parecía sorprendida de nada, se dirigió al armario y sacó del antiguo mueble lo que parecía un uniforme de trabajo parecido al que ella misma llevaba, miró de arriba a abajo a la pelirroja y comparó la prenda con otras dentro del armario.
-Póntelo –tendió el vestido gris sobre la cama junto con un delantal que sacó de un cajón-. Date prisa.
La muchacha se limitó a asentir y a mirar fijamente la prenda encima del camastro.
-Dentro de un rato toca reunión de personal. Si quieres panecillos recién hechos más te vale darte prisa.
       La huraña mujer cogió una cesta cercana al armario y se fue volviendo a cerrar la puerta, pero esta vez no echó la llave.
-¿Quién era esa? –cuestionó Ginny en voz baja- ¿No te ha visto, verdad?
-No –musitó Adianey-. Es Miss Albury. Lleva mucho tiempo en el hotel. En su día fue humana, una de las muchas doncellas de la mansión que fue ganando ascensos, por así decirlo, y dudo que por los hechizos de Isobelle sea capaz de recordarme si me viera... Ahora sólo es un recuerdo congelado, como yo.
-¿La conocías antes de morir?
-Es una mujer supersticiosa, y supongo que si conserva ciertos recuerdos mezclados con su trabajo actual, sus supersticiones hayan aumentado con el tiempo.
-Ya, lo de las pelirrojas –murmuró Ginny-. Pero es consciente de que está...
-¿Muerta? No. Ya te lo he dicho y debes tenerlo muy presente, Ginevra; para Isobelle, el personal del hotel es un grupo de marionetas –se acercó a la muchacha con su rostro fantasmal más serio y posó una incorpórea mano en el hombro de la muchacha. Ginny volvió a sentir una extraña sensación, percibía un intenso frio con tan solo un roce-. Debo prepararte para algo más; Con el paso del tiempo he ido viendo de lejos cómo iban cambiando algunas cosas en el personal del hotel. Algunos son fantasmas, los sirvientes de mi época, como Miss Albury y otros más siguen congelados aquí, pero fallecieron el día que Isobelle desató una grandísima parte de su magia. Lo sentí desde lejos, almas perdidas, no sé si están todos ellos, pero sí una gran mayoría de los que conocí antaño... Y por otro lado, los humanos que como tú y tus amigos os aventurasteis sin saber, permaneceréis aquí con vida hasta que os consumáis. Isobelle se alimenta de esa energía vital. Podéis morir aquí y permanecer años como fantasmas, pero vosotros, los huéspedes, terminaréis desvaneciéndoos. Por eso debes irte cuanto antes.
     Ginny asintió levemente y se alejó del frio contacto del espectro para sentarse en la cama, que hizo un ruido muy desagradable, y se quedó con el ceño fruncido mirando la pared del fondo de la habitación.
-¿Puedes moverte por todo el hotel?
-Lo he intentado, pero parece que no puedo alejarme mucho de ti. Es lógico siendo la persona con la que he conectado.
La palabra «lógica» a esas alturas ya no tenía sentido alguno en Ginny. Sin embargo una pequeña parte de ella insistía en darse un pellizco y así poder despertar de lo que parecía una pesadilla.
-Intenta desplazarte todo lo que puedas –dijo levantándose para empezar a vestirse, tengo que encontrar a mi hermano y al resto.
El espectro se desvaneció y Ginny notó una leve brisa.
       Al cabo de un rato consiguió (sin saber muy bien cómo) meterse a toda prisa en el extraño vestido de agobiante cuello de encaje y faldones con mucho vuelo, refajos y enaguas, se abrochó un par de botas marrones y se acomodó las mangas y el mandil que le cubría hasta el torso anudándoselo en la espalda. La última prenda que quedaba en la cama era una cofia blanca con encajes a juego con el uniforme.
-Debe de ser una broma –murmuró la chica tomando la prenda en las manos y acercándose al espejo, se la puso en la cabeza y terminó de confirmar lo que pensaba de toda la indumentaria-. Estoy ridícula...-se movió de un lado a otro observando cómo la falda le tapaba los pies. Si minutos antes sintió frio en ese triste cuarto, la nueva indumentaria le sofocaba-. Al menos puedo respirar.
En ese instante Adianey volvió a materializarse.
-Lo siento, no puedo moverme más allá de los muros. Al parecer la energía de la medalla me lo impide. No puedo salir del hotel si tu sigues dentro ni avanzar más de un piso.
-Bueno, no pasa nada. Creo que será mejor que permanezcamos juntas y me vayas dando algún que otro consejo sobre la gente del hotel y lo poco que recuerdes.
-De acuerdo, pero será mejor que hagas la cama, Ginevra –señaló la fantasma rozando las sábanas- Son muy estrictos con su personal y el desorden.
-Vale. Lo último que quiero son problemas por estas minucias.
    Mientras la pelirroja hacía la cama con prisa se preguntaba a quién pertenecerían los otros dos colchones. A la vez notaba el desesperado intento del espectro por asir algún objeto cercano como una de las sábanas para ayudarla a hacer la cama.
-No hace falta que me ayudes.
-Pero debo intentarlo Ginevra.
La pelirroja estuvo un instante reflexiva.
-Oye, Adianey, dices que durante el tiempo que estado inconsciente y mientras te estuviste manifestando anoche, tuviste la oportunidad de conocerme mejor... ¿Cómo?
-Pues, forma parte de la invocación y la conexión con la medalla. Simplemente, pedí saber a qué tipo de mortal me manifestaba. Fuiste la primera en notar mi presencia y simplemente me llegaron pensamientos y recuerdos de tu persona.
-Entonces, deberás saber que prefiero que me llamen Ginny –dijo mostrando una media sonrisa por primera vez desde que despertó.
-Oh, intentaré corregirme –musitó algo avergonzada la fantasma.
Fuera de la estancia se volvieron a escuchar pasos agitados. Llamaron sonoramente un par de veces. De nuevo era Miss Albury con tono agitado:
-Vamos niña, ¿ya has acabado?
-S-sí –respondió Ginny alisando la gruesa colcha de la cama.
-Pues venga, abajo.
     Por un momento a Ginny se le aceleró el corazón al cruzar el umbral de la puerta, pues ya no sabía cuán cambiante podía llegar a ser el hotel después de los recuerdos de la otra noche. Tomando aire siguió a la mujer.
Al girarse para cerrar la puerta observó cómo Adianey traspasaba la pared estampada pasando completamente desapercibida.
-Parece que Miss Albury es mi supervisora –dijo en completo susurro-. ¿Es muy numeroso el personal de hotel?
-Bastante, depende de la época –respondió el espectro tomándose la libertad de usar un tono más elevado comprobando que no causaba ningún efecto en Albury-. Mis sirvientes eran numerosos, veintiuno, sin contar con los trabajadores de la hacienda y las plantaciones, los cuales no he visto a ninguno. Debe de haber más gente al mando. Como los amos de llaves. Pero no creo que Isobelle confíe verdaderamente en nadie. Nunca he podido permanecer aquí lo suficiente, cuando estaba a punto de obtener nuevas pistas de lo que pasa aquí dentro, volvía a aparecer en mi tumba. Quizá ahora pueda averiguar más.
       El camino hasta la amplia cocina fue largo, puesto que Ginny pudo comprobar que las estancias del servicio del hotel se encontraban en los pisos superiores del ático. Bajaron infinidad de escaleras introduciéndose en estrechos pasadizos al parecer solo eran usados por el servicio. Eso último lo intuyó porque recorrieron un par de pasillos amplios muy bien cuidados en la decoración pero no vio a nadie, ni un alma (nunca mejor dicho). Supuso que si la calidad o el aspecto decaían seria porque esas zonas serían las frecuentadas por el personal y ocultas a los huéspedes. Casi se mareó con las estrecheces y el apagado papel pintado de la pared. De vez en cuando miraba de reojo a Adianey o se sujetaba la holgada falda del vestido para no tropezar.
        Las ventanas ya no estaban entablilladas en ningún lugar por el que pasó. Eran amplias y dejaban entrar la misma luz grisácea que en el cuarto, pero el hecho de que las cortinas estuviesen también abiertas le animó un poco.
      Parecía que el camino no terminaría nunca hasta que de pronto le llegó olor a pan tostado y a algo dulce. Dentro de la cocina se escuchaba un monótono murmullo y el borboteo y el crepitar de un fuego. Era muy espaciosa y tenía dos grandes y alargadas mesas en el centro, estaba abarrotada de objetos antiguos y peroles, por lo que a Ginny le parecía, daba la impresión de que la cocina podía haber estado expuesta en un museo y que la gente que n ese momento se reunía allí eran maniquíes, o que acababa de ser sacada de un cuadro.
      La estancia a su pesar estaba a su gusto abarrotada, no sentía preparada para ser analizada aunque fuera brevemente por esos ojos; unos sentados en una amplia mesa de madera terminando de desayunar y otros recogiendo y limpiando. Había diez personas pero le parecían cien, todos iban vestidos de la misma forma con traje de servicio y parecía que había gente de varias edades, pero en su mayoría jóvenes, y entre esos jóvenes pudo reconocer a cuatro: Harry estaba junto al alfeizar de una ventana alisándose la chaqueta, Draco le sacaba brillo a sus zapatos sentado en una silla, Hermione cortaba hogazas de pan y las servía a los tres jóvenes comensales que quedaban sentados en una de las mesas y Luna fregaba unos platos en un barreño.
        Eran ellos, pero a la vez le parecían extraños, no solo por la indumentaria, sino por cuán relajada e impasible eran las breves miradas que la ofrecieron. Todos eran un calco entre unos y otros. Las muchachas llevaban la misma prenda que Ginny y los chicos estaban peinados muy elegantemente con el pelo hacia atrás, por lo que esa situación la entristeció y a la vez le pareció algo cómica, sobre todo si añadía al fantasma que seguía detrás de ella analizando la estancia de la misma forma.
-Buenos días –fue lo único que pudo decir. Todos saludaron con una especie de reverencia con la cabeza.
-Hola, Bonnie –saludó una muchacha rubia sentada a la mesa-. ¿Cómo te encuentras?
-Bien, gracias –mintió y se sentó enfrente del grupo sosteniendo la mirada de preocupación de Hermione en ese momento.
-Vaya susto nos dimos anoche –siguió diciendo la primera muchacha.
-Pero es increíble que estéis ilesos –comentó un chico moreno que estaba a su lado.
-Ya sabes, Brooks –contestó esta vez Harry al fondo con ánimo-. No hay alacena o almacén que pueda con nosotros.
      El chiste malo hizo reír a los cuatro hombres que allí se hallaban, el cuarto era un señor alto y corpulento que removía un caldero en un extremo de la cocina. Ginny intentó por todos los medios disimular su cara de incredulidad ante el comentario.
-Menudo estás hecho, Radcliffe –contestó el tal Brian levantándose.
¿Radcliffe? –Pensó la pelirroja- Pero eso es un apellido, ¿no?... -analizó largo y tendido al chico que ya no seguía poseyendo sus gafas y tenía una expresión cordial.
-Os dije que debimos ir a recoger las cajas por turnos –protestó Hermione esta vez dejando el cuchillo de cortar pan en la mesa- ¿Bonnie, seguro que te encuentras bien?
     Ginny no pareció escuchar la pregunta, de nuevo volvió a estar absorta en el nuevo Harry.
-¿Bonnie?
-Ginevra –susurró Adianey.
¿Ah, es a mí? –Pensó ladeando la cabeza- ¡Sí, espera, que ahora soy Bonnie!
-Sí, de verdad, podré trabajar en cuanto coja fuerzas en el desayuno.
-Es que me siento mal, fui yo la que te pidió que me acompañases a recoger el género y tú te llevaste el peor golpe.
-Cierto, vaya golpe debe tener en la cabeza, señorita Wright –comentó Brooks de nuevo.
¿Señorita Wright? –contuvo el impulso de arquear una ceja.
-Anoche no escuchaste tu nombre completo, ¿verdad? –preguntó Adianey a sus espaldas. La aludida negó con la cabeza en señal de respuesta a ambas cuestiones.
-La verdad es que –intervino de nuevo Ginny suspicaz- no me importaría que me refrescaseis la memoria de lo ocurrido anoche... ¿Me desmayé?
-Fue un lio –comentó una voz aguda y cantarina a sus espaldas. Luna se secó as manos con un trapo y se sentó en la silla de al lado.
-Bueno –empezó a explicar Hermione-, al principio estábamos; Evanna, el señor Radcliffe, el señor Felton, tú y yo en el almacén. Cada uno buscando una cosa distinta, ya sabes el ajetreo que hay durante los preparativos de la cena. Fuera hacía un viento tremendo y el techo del almacén ya estaba muy mal. De repente escuchamos cómo una gran pila de cajas chocaba contra otra que dio con una viga y a partir de ahí se cayeron un par de trozos del tejado y del género almacenado como en una cadena. Con tan mala suerte que te cayó un trozo bastante pesado del techo.
-Madre mía –Ginny solo se preguntaba quién sería quién en toda esa historia. Por descarte intuyó que la tal Evanna era Luna y el tal Felton debía de ser Draco.
-Nos alegramos de que se encuentre bien señorita Wright –señaló el cocinero del fondo haciendo una inclinación que imitaron Harry, el tal Brooks y Draco.
-Ayer definitivamente no era un buen día de trabajo –intervino este último frunciendo el ceño-, yo salí del almacén con un corte bastante feo también.
-Vamos, Felton, puedes fardar entre las damas e inventarte una historia de cómo te hiciste el corte –comentó Harry.
-En definitiva –siguió narrando Hermione, de la cual esperaba que alguien dijera su nombre tarde o temprano- en ese momento no te desmayaste pero no tenías muy buen aspecto. Al cabo de un rato pediste un descanso y fue aquí donde al final te desmayaste y entre los señores te llevaron a la estancia.
-Les doy las gracias por ello –dijo Ginny con una extraña timidez.
-La caballerosidad que no muera dentro de los muros de este hotel –comentó la sexta mujer que había en la estancia que parecía más mayor que las cuatro chicas pero no más que Miss Albury, quien en ese instante se hallaba sacando brillo a una tetera sin decir nada con el ceño fruncido.
-Lamento decir que no fuimos nosotros, señorita –señaló Brooks- La socorrieron el señor Dinlake y el señor Stone.
¿Y quién diablos son esos? –se preguntó Ginny algo angustiada,
Por lo que pudo notar la joven Weasley mientras tomaba un extraño desayuno, el hechizo había surtido efecto en sus compañeros de viaje de una manera muy eficaz sin dejar nada suelto. Sólo había una cosa que la reconcomía de todo aquello, y se trataba de dónde estaba su hermano y qué papel ocupaba en toda esa historia.
    Siguieron hablando de las malas condiciones en las que se hallaba el patio trasero del hotel y el almacén y de lo necesario que era reparar y ordenarlo todo lo antes posible.
     Era como si todos se conociesen de siempre, tenían una extraña forma de hablar que para Ginny no cuadraba ni con la actual ni con la del siglo al que correspondía a la casa. Y lo que más le irritaba era que ninguno de sus acompañantes dijo en ese rato su nombre completo ni dio pistas de ello ni de dónde estaba el sexto chico de cabello pelirrojo que se suponía debía ir con los jóvenes.
Frustración.
    Recorrió infinidad de veces la estancia con la mirada con el mismo desconcierto como lo había hecho en el cuarto donde despertó. Y se vio sobresaltada cuando escuchó abrirse la puerta del fondo, y ese sobresalto se convirtió en ira al observar a Zyron Burke aparecer por la puerta.
-A ver, señoras y señores, reunión de personal –exclamó cansinamente Miss Albury.
     En ese instante todos dejaron sus quehaceres y se pusieron en fila alrededor de las mesas, mientras, por la misma puerta por la que apareció Zyron entraron otros diez empleados.

Continuará






9


ADIANEY Y LOS SIRVIENTES SIN NOMBRE



    El corazón le dio un vuelco de nuevo y lo único que se le ocurrió fue volver rápidamente a aprisionarse entre esas sábanas y hacerse la dormida. La puerta se abrió sonoramente rechinando con lentitud.

   Ahora Ginny se guiaba solo por el oído, presentía que no estaba del todo preparara para abrir los ojos, puesto que las siluetas que vio en el recibidor del sombrío pasillo que recorrió la noche anterior volvieron a su mente en ese mismo instante en el que escuchó la cansina voz y los suspiros de una persona acercándose a su cama, y lo que le pareció el tintineo de unos vasos y cubiertos en una bandeja.
-Vaya jornada la de hoy –dijo una voz femenina y apagada lanzando otro suspiro.
-Mira que lo tengo dicho –siguió la voz de otra mujer con más energía y menos juvenil-, había que haber arreglado el techo de ese almacén hace mucho. Con tanta gente entrando y saliendo, hasta que no hemos tenido un disgusto, no nos hemos quedado a gusto. Y los seis, ni más ni menos. No se ha librado ninguno.
-Ya es casualidad. El techo ya estaba muy estropeado de otros temporales...
-A ver si después de esto se deciden a arreglarlo de una maldita vez. Como si nos sobrara personal, como para que se lesionen.
     La misma mujer con la voz más severa se acercó a la cama en la que Ginny permanecía inmóvil. Se escuchó cómo removía un líquido en un barreño a su lado y después Ginny se estremeció levemente al notar cómo posaban el paño de agua caliente en su frente, procuraba que no se notara que se hacia la dormida, pero el paño desprendía un olor extraño y desagradable. La dueña de la voz enérgica empezó a limpiarle la cara.
-Vaya golpe. ¿Crees que se pondrá bien? –volvió a hablar la voz calmada y pausada, que parecía que se había ido al fondo de ese extraño dormitorio.
-Claro que sí. Además, mientras que pueda trabajar... El resto está bien, solo son chichones. Quien juega con los cacharros es el que le los rompe, pues con esto igual. Gajes del oficio.
-Ya...
-Pero como no arreglen el techo vamos a ir apañados. ¡Y me van a oír!
     Ginny no entendía nada. No sentía dolor alguno, sólo unas ganas tremendas de vomitar por el olor que desprendía el paño mojado con el que la mujer le limpiaba la cara.
-Nunca me han gustado las pelirrojas –escuchó murmurar a la que le limpiaba, sin embargo hacía su apestoso oficio con delicadeza-. Como nueva. Venga, luego vendremos a ver cómo sigue la muchacha. Tenemos que arreglar la 25 para el huésped de mañana y limpiar la vajilla del primer piso...
     Cuando la Weasley notó que se alejaban de la cama, al fin se decidió a entreabrir los ojos y observó dos siluetas de efectivamente dos mujeres de espaldas; una parecía más mayor más ancha que la otra y ambas tenían el cabello recogido en un moño y vestían con colores apagados y largos vestidos con mandil. Parecían extrañamente normales.
     Cuando cerraron la puerta le pareció notar cómo echaban la llave, eso le hizo incorporarse de nuevo y volver a mirar a su alrededor. Por un momento dudó y no sabía si que la encerraran en ese sitio era algo malo o algo bueno. Las siluetas, esos juegos de sombras, esferas y siluetas transparentes con lo que parecían ojos o destellos de distinto color regresaron como un chispazo a su mente y después recordó la conversación que ambas mujeres habían tenido: Un accidente, unos cuantos golpes, el personal lesionado, seis... Y ella con manchas de sangre. Seis personas lesionadas.
No lo había soñado. Poco a poco los recuerdos de la noche anterior se fueron agolpando en su cabeza.
      El choque,... el bosque,... el hotel,... Zyron Burke, esa extraña mujer Isobelle, y Ron y los demás inconscientes.
      Sentía cómo se le hacía un nudo en la garganta e inconscientemente se llevó de nuevo una mano a la frente, ya limpia y seca.
Sentía tanto miedo como furia en esos momentos.
Estaban jugando con su mente, pero nada era una broma.
    Volvió a desarroparse y se levantó del catre respirando hondo. Cuando dio un par de vueltas por la estancia recordando todo lo de la noche anterior y viendo los rostros de sus compañeros de viaje con nitidez regresaron las palabras de aquella mujer que parecía burlarse y comportarse como una total psicópata:
«Ni pasado, ni futuro, tan sólo este presente»
¿A qué demonios se refería?
Recordó haber sentido un dolor agudo en la frente por unos momentos y luego todo se volvió negro.
     Se acercó a la ventana y encontró un extraño alivio allí al ver el cielo, aunque este se mostrara triste y apagado había luz en el exterior. Fuera de divisaba, además de un triste cielo, un paisaje verde con árboles frondosos, había llovido, parecía que el cuarto daba a un patio con un jardín lleno de flores y estaba rodeado por caminos como el que la trajo hacia el hotel, con las mimas piedras y farolillos. Y al menos esa ventana no estaba tapiada. Por la altura debía de encontrarse en la primera planta. Lo poco que vio le resultaba extrañamente familiar.
    Si seguía en el Hotel Paradise, ¿cuánto tiempo había pasado desde que se desmayó? Y lo más importante, ¿dónde estaban los demás? Las mujeres habían mencionado a seis heridos, ¿pero y si ella la única que había conseguido aguantar la agresión de la mujer de ojos extraños? ¿Lo habría querido ella así? No, recalcó la palabra heridos en su mente, como si eso le fuera a dar una esperanza de que era todo una falsa alarma. Aunque por otro lado, podían haber estado hablando de cualquiera, pero de quién sino de ella y sus compañeros. Evidentemente, las dos mujeres que había visto esa mañana debían de ser empleadas, ¿por qué se tomaban la molestia de atenderla si la habían atacado la noche pasada?
     Eran demasiadas preguntas. Y le vino a la mente el rostro del menor de sus hermanos varones: Ron...
...Isobelle...
Soltó un suspiro que empañó el cristal de la ventana.
      Sentía -y esperaba- estar inmersa en un profundo sueño, esperaba que dentro de unas horas su madre la llamara desde pasillo para que se levantara. En realidad estaría en su cuarto tras haberse quedado la noche en vela leyendo o con los auriculares puestos y no en ese cuarto frio y encerrada.
Pero no era un sueño.
    Para convencerse de ello, en vez de darse el típico pellizco para despertar se levantó el camisón y, yendo hacia el espejo del lavadero, buscó la marca que le había dejado el medallón en su pierna derecha y ahí estaba; un poco más grande y ahora en vez de morado de color negro como la tinta de un tatuaje, la marca de una rosa dentro de un óvalo. Paseó los dedos por el dibujo sin sentir dolor alguno.
-Ginevra, no te asustes –escuchó una voz aguda y calmada a sus espaldas por la que sabía que se estremeció la noche anterior. Pero ahora sonaba menos rasgada.
     Ginny volvió a ponerse bien el camisón con rapidez y miró su reflejo en el espejo observando cómo a sus espaldas, al lado de la cama, se materializaba la misma imponente y traslucida figura de la chica envuelta en un largo vestido. El primer ser extraño que se puso en contacto con ella la noche pasaba, La Weasley notó el frio que desprendía la figura en cuanto la misma avanzó un poco hacia ella, pero esta vez la pelirroja no retrocedió, se giró para contemplarla y preguntó:
-¿Eres tú la que me ha hecho esto en la pierna? –susurró poniendo una mano en el camisón- ¿Y la que escribió eso en pañuelo donde guardaba la medalla?
    La silueta asintió. Su rostro era esta vez más definido, aunque seguía poseyendo unas escalofriantes pupilas, parecía un poco más humana y se la veía gesticular cuando hablaba. Seguía flotando en el aire con lentitud mientras que su vestido hacia leves ondas a su alrededor como en un baile interminable.
-Siento haberle asustado anoche, pero no podía comunicarme de otra manera hasta hace poco.
-¿Quién o qué eres? –preguntó la pelirroja con firmeza.
-Me llamo Adianey, y soy un fantasma.
-Eso último ya lo intuía... -murmuró para ella misma, ya sin signos de desconcierto en la mirada- Entonces, es cierto lo que me dijo anoche esa mujer. Esto es un... un hotel lleno de espíritus –esa frase la hizo sentirse un poco ridícula, pero teniendo en cuenta la figura fantasmagórica que tenía enfrente, todo iba teniendo cierta dosis de realidad.
-¿Recuerdas todo lo que te dijo esa mujer de ojos cambiantes anoche?
-S-sí... ¿Por qué?
-Bien. Sé que tienes muchas dudas y debes de estar nerviosa... Pero es bueno que lo recuerdes todo. Significa que hay esperanza.
-¿Esperanza, para qué?
-Para que salgas de aquí con tus amigos con vida.
-¿Qué sabes de ellos? –preguntó atropelladamente notando cómo volvía a darle un vuelco el corazón- ¿Por qué estoy aquí sola?
-Verás, anoche tus amigos y tú fuisteis víctimas de un conjuro muy antiguo que Isobelle utiliza con todos aquellos humanos que irrumpen en la propiedad, Pero al parecer has conseguido salir de su hipnotismo y conservas tus recuerdos, lo más importante, tu identidad –el fantasma hizo una pausa observando con detenimiento los gestos de la pelirroja que poco a poco iba endureciendo su expresión reflexionando- Ellos están bien. Solamente os han separado. Pero debo prepararte para algo más, Ginevra. Es cierto, esto es un hotel para espíritus de El Otro lado, pero no siempre ha sido así. Y que una humana como tú haya resistido al hechizo de anoche significa que la maldición que asola este lugar puede romperse. Significa que se ha respondido a mis plegarias.
-¿Tus plegarias?
-Anoche, cuando tus amigos y tú tuvisteis el accidente de automóvil y chocasteis contra un gran cúmulo de rocas liberasteis mi tumba. Sé que puede ser difícil de asimilar, pero yo no he sido capaz de acercarme lo suficiente a los muros de este hotel, ni permanecer mucho tiempo observando desde mi muerte. Llevo años, siglos, observando desde la lejanía cómo Isobelle, una bruja, desataba su magia y se apoderaba de lo que un día fue un cálido hogar para mí. He permanecido aislada, vagando por un rincón del bosque retenida por ella para que pudiese manejar el hotel a su antojo y permanecer joven, hasta que tú cogiste el trozo de medallón y lo trajiste contigo... a mi antigua casa.
-Entonces... el hechizo o maldición, o lo que sea que esa mujer haya lanzado no me afecta por haberte traído y por haber sostenido el medallón.
-Sí, pero ella no debe enterarse de que el hechizo no ha surtido efecto contigo, de lo contrario, se librará de ti de una forma más drástica y cruel.
-Me matará.
Adianey volvió a asentir y levitando se acercó un poco más a la joven:
-Podemos ayudarnos mutuamente, Ginevra Weasley. Ella no sólo se ha apoderado de esta casa, también hizo desaparecer a mi hermano gemelo –su rostro fantasmal se llenó de melancolía y si no hubiera tenido las pupilas blancas Ginny pudo haber notado que sus ojos se volvían vidriosos conteniendo el lloro por un instante, simplemente por un destello en la mirara de la ta Adianey-. A ambas nos han arrebatado la memoria de un ser querido. Pero tú tienes la oportunidad de ser libre y volver a ver a tu hermano y al resto.
      Ginny en ese momento visualizó de nuevo el rostro de Ron y no supo qué sentir, era un rostro que le irritaba; hermano y desconocido.
-Está bien, te ayudaré. Pero sigo teniendo muchas dudas. ¿Era necesario hacerme una marca imborrable en la pierna?
-Lo siento, buscaba una forma clara de manifestarme y que a la vez no te asustases demasiado, pero no controlaba del todo mi condición. Mi espíritu ha estado anclado mucho tiempo.
-Ya, bueno... Si no es indiscreción. ¿Puedo preguntar cuándo moriste? ¿Desde cuándo está el hotel en estas condiciones?
-Bueno, sé que nací en 1869... Y mi fallecimiento... es difuso. Una mañana desperté en un claro del bosque, cerca del camino viejo a la mansión, con las ropas de viaje rasgadas. Empecé a dar vueltas por los lindes de la finca hasta que se hizo de noche. No tenía frio, ni calor, ni hambre... no sentía nada. Salvo un vacío. Y poco a poco me fui dando cuenta de que algo no iba bien, mi recuerdo más vivo era mi hermano, Andrew. Y luego sentí la presencia de la bruja. Ella vino a mi tumba y se echó a reír, me miró con una lástima fingida cuando me vio sentada en la roca, esperando respuestas. Desde entonces me ha ignorado. Por eso creo que ella es la que me hace olvidar.
-Lo siento –fue lo único que se le ocurrió decir a la Weasley al escucharla, notando cómo se le caía el mundo encima un poco más con esa breve descripción de lo que era un paseo eterno.
-Durante estos años he ido comprendiendo algunas cosas de la forma de ser de Isobelle, pero a la vez siento como si ella misma se hubiera encargado de borrar algunos recuerdos, o tal vez solo lo hizo la cruel eternidad... Soy un espíritu condenado al lamento, congelada y sin la mayoría de mis recuerdos, pero haré lo posible con lo que tengo para liberarnos.
-¿Soy la única que puede verte?
-La marca del medallón nos conecta, y no puedo asegurarlo del todo, pero me verá todo aquel que tenga contacto con el dorso de la medalla y tú lo tienes grabado.
-¿Y cómo estás tan segura, si afirmas que no controlas tu condición? Es decir, siento si te molesta, pero sin la mayoría de los recuerdos y habiendo permanecido años en el mismo sitio...
-Pero he podido ponerme en contacto con El Otro lado. Los espíritus han respondido a mi súplica por algo y la conexión que siento con el medallón es fuerte, por ellos. De alguna manera, guían a las almas perdidas, y el hotel es un medio de guía. Pero Isobelle además tiene planes aparte con la energía que desprende.
-Ya veo... Sí que es demasiado para asimilar en un solo día. Lo que está claro, es que las dos estamos en el mismo barco.
-No comprendo...
-Me refiero a que como dices tenemos a quien liberar y si lo podemos hacer permaneciendo alejadas de esa bruja, mejor. Tienes que decirme dónde están los demás: Ron y sus amigos, Harry, Hermione, y mis compañeros, Luna y Draco.
-Debemos ir con mucho cuidado, Ginevra. La búsqueda será fácil, lo difícil será hacerlos salir del trance en el que se encuentran. Ahora, tanto ellos como tú, sois personal oficial del Hotel Paradise. Para el resto de los trabajadores lleváis aquí mucho tiempo, como si os hubieseis criado algunos de vosotros en estas tierras. Los días en un portal de espíritus transcurren de manera distinta. El tiempo que permanezcas aquí debes aparentar ser otra persona, la identidad que ella te ha dado. Sus sirvientes son como sus juguetes.
-¿Cómo me llamó? –se preguntó empezando a dar vueltas por el dormitorio frunciendo el ceño- Era algo con B... "Bonnie". Ahora me llamo Bonnie –se dijo a si misma con decisión.
-Debemos averiguar qué nuevo nombre se les ha dado a tus amigos y hacerles reencontrarse con su verdadera identidad.
-¿Cómo lo haremos?
-El medallón ha deshecho mi cautiverio, está conjurado para deshacer el mal. Por él también es por lo que he podido conocerte un poco.
-El problema es que me han quitado mis cosas, y el medallón lo dejé en la primera habitación que me dieron.
-Esperemos que nadie más sea capaz de cogerlo. Al parecer ya a quien obedece es a ti.
-Además, puede que si te paseas por aquí Isobelle te reconozca.
-Tenemos la protección de la medalla. Simplemente debemos de recogerla del cuarto del segundo piso lo antes posible. La noche es el momento de más trabajo en el hotel, si me escondo ella no se fijará en mi entre tanta clientela. Para ella no soy importante, soy un recuerdo. Pero sé que si le ha hecho algo a mi hermano puedo serle un obstáculo.
-Bien, necesito ponerme algo con lo que pasar desapercibida y salir de aquí antes de que alguien me eche de menos.
    En ese mismo momento la puerta volvió a resonar y la mujer mayor que le limpio la cara hace unos instantes, entro con unas llaves en la mano y arqueando una ceja le dijo a la joven Weasley:
-Ah, ya te has despertado, bien. Será mejor que te vistas y te prepares para desayunar, hay mucho trabajo.


Continuará