-El
desayuno, niña. Es la comida más importante del día. Y con el
golpe que te diste anoche con las estanterías del almacén, debes
coger fuerzas.
Ginny
se quedó estática intercambiando la mirada de sorpresa entre la
mujer y la fantasma. La señora de semblante serio no parecía
sorprendida de nada, se dirigió al armario y sacó del antiguo
mueble lo que parecía un uniforme de trabajo parecido al que ella
misma llevaba, miró de arriba a abajo a la pelirroja y comparó la
prenda con otras dentro del armario.
-Póntelo
–tendió el vestido gris sobre la cama junto con un delantal que
sacó de un cajón-. Date prisa.
La
muchacha se limitó a asentir y a mirar fijamente la prenda encima
del camastro.
-Dentro
de un rato toca reunión de personal. Si quieres panecillos recién
hechos más te vale darte prisa.
La
huraña mujer cogió una cesta cercana al armario y se fue volviendo
a cerrar la puerta, pero esta vez no echó la llave.
-¿Quién
era esa? –cuestionó Ginny en voz baja- ¿No te ha visto, verdad?
-No
–musitó Adianey-. Es Miss Albury. Lleva mucho tiempo en el hotel.
En su día fue humana, una de las muchas doncellas de la mansión que
fue ganando ascensos, por así decirlo, y dudo que por los hechizos
de Isobelle sea capaz de recordarme si me viera... Ahora sólo es un
recuerdo congelado, como yo.
-¿La
conocías antes de morir?
-Es
una mujer supersticiosa, y supongo que si conserva ciertos recuerdos
mezclados con su trabajo actual, sus supersticiones hayan aumentado
con el tiempo.
-Ya,
lo de las pelirrojas –murmuró Ginny-. Pero es consciente de que
está...
-¿Muerta?
No. Ya te lo he dicho y debes tenerlo muy presente, Ginevra; para
Isobelle, el personal del hotel es un grupo de marionetas –se
acercó a la muchacha con su rostro fantasmal más serio y posó una
incorpórea mano en el hombro de la muchacha. Ginny volvió a sentir
una extraña sensación, percibía un intenso frio con tan solo un
roce-. Debo prepararte para algo más; Con el paso del tiempo he ido
viendo de lejos cómo iban cambiando algunas cosas en el personal del
hotel. Algunos son fantasmas, los sirvientes de mi época, como Miss
Albury y otros más siguen congelados aquí, pero fallecieron el día
que Isobelle desató una grandísima parte de su magia. Lo sentí
desde lejos, almas perdidas, no sé si están todos ellos, pero sí
una gran mayoría de los que conocí antaño... Y por otro lado, los
humanos que como tú y tus amigos os aventurasteis sin saber,
permaneceréis aquí con vida hasta que os consumáis. Isobelle se
alimenta de esa energía vital. Podéis morir aquí y permanecer años
como fantasmas, pero vosotros, los huéspedes, terminaréis
desvaneciéndoos. Por eso debes irte cuanto antes.
Ginny
asintió levemente y se alejó del frio contacto del espectro para
sentarse en la cama, que hizo un ruido muy desagradable, y se quedó
con el ceño fruncido mirando la pared del fondo de la habitación.
-¿Puedes
moverte por todo el hotel?
-Lo
he intentado, pero parece que no puedo alejarme mucho de ti. Es
lógico siendo la persona con la que he conectado.
La
palabra «lógica» a esas alturas ya no tenía sentido alguno en
Ginny. Sin embargo una pequeña parte de ella insistía en darse un
pellizco y así poder despertar de lo que parecía una pesadilla.
-Intenta
desplazarte todo lo que puedas –dijo levantándose para empezar a
vestirse, tengo que encontrar a mi hermano y al resto.
El
espectro se desvaneció y Ginny notó una leve brisa.
Al
cabo de un rato consiguió (sin saber muy bien cómo) meterse a toda
prisa en el extraño vestido de agobiante cuello de encaje y faldones
con mucho vuelo, refajos y enaguas, se abrochó un par de botas
marrones y se acomodó las mangas y el mandil que le cubría hasta el
torso anudándoselo en la espalda. La última prenda que quedaba en
la cama era una cofia blanca con encajes a juego con el uniforme.
-Debe
de ser una broma –murmuró la chica tomando la prenda en las manos
y acercándose al espejo, se la puso en la cabeza y terminó de
confirmar lo que pensaba de toda la indumentaria-. Estoy
ridícula...-se movió de un lado a otro observando cómo la falda le
tapaba los pies. Si minutos antes sintió frio en ese triste cuarto,
la nueva indumentaria le sofocaba-. Al menos puedo respirar.
En
ese instante Adianey volvió a materializarse.
-Lo
siento, no puedo moverme más allá de los muros. Al parecer la
energía de la medalla me lo impide. No puedo salir del hotel si tu
sigues dentro ni avanzar más de un piso.
-Bueno,
no pasa nada. Creo que será mejor que permanezcamos juntas y me
vayas dando algún que otro consejo sobre la gente del hotel y lo
poco que recuerdes.
-De
acuerdo, pero será mejor que hagas la cama, Ginevra –señaló la
fantasma rozando las sábanas- Son muy estrictos con su personal y el
desorden.
-Vale.
Lo último que quiero son problemas por estas minucias.
Mientras
la pelirroja hacía la cama con prisa se preguntaba a quién
pertenecerían los otros dos colchones. A la vez notaba el
desesperado intento del espectro por asir algún objeto cercano como
una de las sábanas para ayudarla a hacer la cama.
-No
hace falta que me ayudes.
-Pero
debo intentarlo Ginevra.
La
pelirroja estuvo un instante reflexiva.
-Oye,
Adianey, dices que durante el tiempo que estado inconsciente y
mientras te estuviste manifestando anoche, tuviste la oportunidad de
conocerme mejor... ¿Cómo?
-Pues,
forma parte de la invocación y la conexión con la medalla.
Simplemente, pedí saber a qué tipo de mortal me manifestaba. Fuiste
la primera en notar mi presencia y simplemente me llegaron
pensamientos y recuerdos de tu persona.
-Entonces,
deberás saber que prefiero que me llamen Ginny –dijo mostrando una
media sonrisa por primera vez desde que despertó.
-Oh,
intentaré corregirme –musitó algo avergonzada la fantasma.
Fuera
de la estancia se volvieron a escuchar pasos agitados. Llamaron
sonoramente un par de veces. De nuevo era Miss Albury con tono
agitado:
-Vamos
niña, ¿ya has acabado?
-S-sí
–respondió Ginny alisando la gruesa colcha de la cama.
-Pues
venga, abajo.
Por
un momento a Ginny se le aceleró el corazón al cruzar el umbral de
la puerta, pues ya no sabía cuán cambiante podía llegar a ser el
hotel después de los recuerdos de la otra noche. Tomando aire siguió
a la mujer.
Al
girarse para cerrar la puerta observó cómo Adianey traspasaba la
pared estampada pasando completamente desapercibida.
-Parece
que Miss Albury es mi supervisora –dijo en completo susurro-. ¿Es
muy numeroso el personal de hotel?
-Bastante,
depende de la época –respondió el espectro tomándose la libertad
de usar un tono más elevado comprobando que no causaba ningún
efecto en Albury-. Mis sirvientes eran numerosos, veintiuno, sin
contar con los trabajadores de la hacienda y las plantaciones, los
cuales no he visto a ninguno. Debe de haber más gente al mando. Como
los amos de llaves. Pero no creo que Isobelle confíe verdaderamente
en nadie. Nunca he podido permanecer aquí lo suficiente, cuando
estaba a punto de obtener nuevas pistas de lo que pasa aquí dentro,
volvía a aparecer en mi tumba. Quizá ahora pueda averiguar más.
El
camino hasta la amplia cocina fue largo, puesto que Ginny pudo
comprobar que las estancias del servicio del hotel se encontraban en
los pisos superiores del ático. Bajaron infinidad de escaleras
introduciéndose en estrechos pasadizos al parecer solo eran usados
por el servicio. Eso último lo intuyó porque recorrieron un par de
pasillos amplios muy bien cuidados en la decoración pero no vio a
nadie, ni un alma (nunca mejor dicho). Supuso que si la calidad o el
aspecto decaían seria porque esas zonas serían las frecuentadas por
el personal y ocultas a los huéspedes. Casi se mareó con las
estrecheces y el apagado papel pintado de la pared. De vez en cuando
miraba de reojo a Adianey o se sujetaba la holgada falda del vestido
para no tropezar.
Las
ventanas ya no estaban entablilladas en ningún lugar por el que
pasó. Eran amplias y dejaban entrar la misma luz grisácea que en el
cuarto, pero el hecho de que las cortinas estuviesen también
abiertas le animó un poco.
Parecía
que el camino no terminaría nunca hasta que de pronto le llegó olor
a pan tostado y a algo dulce. Dentro de la cocina se escuchaba un
monótono murmullo y el borboteo y el crepitar de un fuego. Era muy
espaciosa y tenía dos grandes y alargadas mesas en el centro, estaba
abarrotada de objetos antiguos y peroles, por lo que a Ginny le
parecía, daba la impresión de que la cocina podía haber estado
expuesta en un museo y que la gente que n ese momento se reunía allí
eran maniquíes, o que acababa de ser sacada de un cuadro.
La
estancia a su pesar estaba a su gusto abarrotada, no sentía
preparada para ser analizada aunque fuera brevemente por esos ojos;
unos sentados en una amplia mesa de madera terminando de desayunar y
otros recogiendo y limpiando. Había diez personas pero le parecían
cien, todos iban vestidos de la misma forma con traje de servicio y
parecía que había gente de varias edades, pero en su mayoría
jóvenes, y entre esos jóvenes pudo reconocer a cuatro: Harry estaba
junto al alfeizar de una ventana alisándose la chaqueta, Draco le
sacaba brillo a sus zapatos sentado en una silla, Hermione cortaba
hogazas de pan y las servía a los tres jóvenes comensales que
quedaban sentados en una de las mesas y Luna fregaba unos platos en
un barreño.
Eran
ellos, pero a la vez le parecían extraños, no solo por la
indumentaria, sino por cuán relajada e impasible eran las breves
miradas que la ofrecieron. Todos eran un calco entre unos y otros.
Las muchachas llevaban la misma prenda que Ginny y los chicos estaban
peinados muy elegantemente con el pelo hacia atrás, por lo que esa
situación la entristeció y a la vez le pareció algo cómica, sobre
todo si añadía al fantasma que seguía detrás de ella analizando
la estancia de la misma forma.
-Buenos
días –fue lo único que pudo decir. Todos saludaron con una
especie de reverencia con la cabeza.
-Hola,
Bonnie –saludó una muchacha rubia sentada a la mesa-. ¿Cómo te
encuentras?
-Bien,
gracias –mintió y se sentó enfrente del grupo sosteniendo la
mirada de preocupación de Hermione en ese momento.
-Vaya
susto nos dimos anoche –siguió diciendo la primera muchacha.
-Pero
es increíble que estéis ilesos –comentó un chico moreno que
estaba a su lado.
-Ya
sabes, Brooks –contestó esta vez Harry al fondo con ánimo-. No
hay alacena o almacén que pueda con nosotros.
El
chiste malo hizo reír a los cuatro hombres que allí se hallaban, el
cuarto era un señor alto y corpulento que removía un caldero en un
extremo de la cocina. Ginny intentó por todos los medios disimular
su cara de incredulidad ante el comentario.
-Menudo
estás hecho, Radcliffe –contestó el tal Brian levantándose.
¿Radcliffe? –Pensó
la pelirroja- Pero eso es un apellido, ¿no?... -analizó
largo y tendido al chico que ya no seguía poseyendo sus gafas y
tenía una expresión cordial.
-Os
dije que debimos ir a recoger las cajas por turnos –protestó
Hermione esta vez dejando el cuchillo de cortar pan en la mesa-
¿Bonnie, seguro que te encuentras bien?
Ginny
no pareció escuchar la pregunta, de nuevo volvió a estar absorta en
el nuevo Harry.
-¿Bonnie?
-Ginevra
–susurró Adianey.
¿Ah,
es a mí? –Pensó ladeando la cabeza- ¡Sí,
espera, que ahora soy Bonnie!
-Sí,
de verdad, podré trabajar en cuanto coja fuerzas en el desayuno.
-Es
que me siento mal, fui yo la que te pidió que me acompañases a
recoger el género y tú te llevaste el peor golpe.
-Cierto,
vaya golpe debe tener en la cabeza, señorita Wright –comentó
Brooks de nuevo.
¿Señorita
Wright? –contuvo el impulso de arquear una ceja.
-Anoche
no escuchaste tu nombre completo, ¿verdad? –preguntó Adianey a
sus espaldas. La aludida negó con la cabeza en señal de respuesta a
ambas cuestiones.
-La
verdad es que –intervino de nuevo Ginny suspicaz- no me importaría
que me refrescaseis la memoria de lo ocurrido anoche... ¿Me desmayé?
-Fue
un lio –comentó una voz aguda y cantarina a sus espaldas. Luna se
secó as manos con un trapo y se sentó en la silla de al lado.
-Bueno
–empezó a explicar Hermione-, al principio estábamos; Evanna, el
señor Radcliffe, el señor Felton, tú y yo en el almacén. Cada uno
buscando una cosa distinta, ya sabes el ajetreo que hay durante los
preparativos de la cena. Fuera hacía un viento tremendo y el techo
del almacén ya estaba muy mal. De repente escuchamos cómo una gran
pila de cajas chocaba contra otra que dio con una viga y a partir de
ahí se cayeron un par de trozos del tejado y del género almacenado
como en una cadena. Con tan mala suerte que te cayó un trozo
bastante pesado del techo.
-Madre
mía –Ginny solo se preguntaba quién sería quién en toda esa
historia. Por descarte intuyó que la tal Evanna era Luna y el tal
Felton debía de ser Draco.
-Nos
alegramos de que se encuentre bien señorita Wright –señaló el
cocinero del fondo haciendo una inclinación que imitaron Harry, el
tal Brooks y Draco.
-Ayer
definitivamente no era un buen día de trabajo –intervino este
último frunciendo el ceño-, yo salí del almacén con un corte
bastante feo también.
-Vamos,
Felton, puedes fardar entre las damas e inventarte una historia de
cómo te hiciste el corte –comentó Harry.
-En
definitiva –siguió narrando Hermione, de la cual esperaba que
alguien dijera su nombre tarde o temprano- en ese momento no te
desmayaste pero no tenías muy buen aspecto. Al cabo de un rato
pediste un descanso y fue aquí donde al final te desmayaste y entre
los señores te llevaron a la estancia.
-Les
doy las gracias por ello –dijo Ginny con una extraña timidez.
-La
caballerosidad que no muera dentro de los muros de este hotel
–comentó la sexta mujer que había en la estancia que parecía más
mayor que las cuatro chicas pero no más que Miss Albury, quien en
ese instante se hallaba sacando brillo a una tetera sin decir nada
con el ceño fruncido.
-Lamento
decir que no fuimos nosotros, señorita –señaló Brooks- La
socorrieron el señor Dinlake y el señor Stone.
¿Y
quién diablos son esos? –se preguntó Ginny algo
angustiada,
Por
lo que pudo notar la joven Weasley mientras tomaba un extraño
desayuno, el hechizo había surtido efecto en sus compañeros de
viaje de una manera muy eficaz sin dejar nada suelto. Sólo había
una cosa que la reconcomía de todo aquello, y se trataba de dónde
estaba su hermano y qué papel ocupaba en toda esa historia.
Siguieron
hablando de las malas condiciones en las que se hallaba el patio
trasero del hotel y el almacén y de lo necesario que era reparar y
ordenarlo todo lo antes posible.
Era
como si todos se conociesen de siempre, tenían una extraña forma de
hablar que para Ginny no cuadraba ni con la actual ni con la del
siglo al que correspondía a la casa. Y lo que más le irritaba era
que ninguno de sus acompañantes dijo en ese rato su nombre completo
ni dio pistas de ello ni de dónde estaba el sexto chico de cabello
pelirrojo que se suponía debía ir con los jóvenes.
Frustración.
Recorrió
infinidad de veces la estancia con la mirada con el mismo
desconcierto como lo había hecho en el cuarto donde despertó. Y se
vio sobresaltada cuando escuchó abrirse la puerta del fondo, y ese
sobresalto se convirtió en ira al observar a Zyron Burke aparecer
por la puerta.
-A
ver, señoras y señores, reunión de personal –exclamó
cansinamente Miss Albury.
En
ese instante todos dejaron sus quehaceres y se pusieron en fila
alrededor de las mesas, mientras, por la misma puerta por la que
apareció Zyron entraron otros diez empleados.
Continuará