08 octubre 2021

Ranas de chocolate - 9

 


9

El invierno estaba terminando pero los copos de nieve seguían haciendo acto de presencia.

Era sábado y las calles del pequeño pueblo de Hogsmeade estaban abarrotadas de gente. En medio de todo el bullicio, una pequeña joven caminaba contenta y atropelladamente. Dabala impresión de que casi no veía nada con sus espectrografas rosas y el gorro de lanadel uniforme de Hogwarts que llevaba puestos, pero no esa así. Estaba atenta amagos y criaturas. Le animaba mucho volver a notar que esas calles llenas de vida e intentando regresar a la normalidad. Volvía a percibir los olores y sonidos típicos, el ánimo en las voces y el comportamiento de los caminantes. Ya no había tantas sombras.

Era increíble cómo en menos de un año podía recuperarse todo. Tanto Hogsmeade como el colegio estaban resurgiendo de sus cenizas. Y la gente necesitaba salir, mirar escaparates, pasear por la naturaleza, los niños más pequeños necesitaban volver a jugar en las calles y los alumnos de Hogwarts despejarse de vez en cuando, ya que en el castillo los profesores consideraban positivo que ese año los alumnos de cursos más avanzados salieran en más ocasiones para asimilar mejor el retorno a un sitio que había sido el epicentro de la guerra mágica y aún afloraban en todos sensaciones de todo tipo.

Por todo ello Luna estaba de muy buen humor esa mañana, pensaba que había aprovechado bastante bien el día y esa salida. Iba cargada con una gran caja y un par de abultadas bolsas con materiales de todo tipo. Tenía pendiente un proyecto en grupo para su clase de Encantamientos, así que esa mañana se reunió con sus compañeros para comprar lo necesario y se repartieron el material, además aprovechó el paseo para comprar algunas cosas para ella. Hacía mucho que los Nargles no le jugaban la mala pasada de extraviarle sus objetos personales, pero el curso pasado perdió varias cosas debido a la batalla y durante su estancia atropellada en el colegio y su casa necesitaba una reforma, así que cuando encontraba un hueco aprovechaba para ayudar a su padre enviándole algunas cosas que consideraba que podían necesitar. Quisieron pasar ese verano un poco más alejados de todo y viajar para cambiar de aires y reponerse, y a su regreso decidieron que también les podría venir bien un cambio en su propia casa y borrar lo que las marcas tenebrosas habían ido dejando en sus vidas. Reformarían la pequeña torre de Ottery St. Catchpole. y le darían una mano de pintura. Ahora tendría más paredes para dibujar.

Pasear por Hogsmeade no era como comprar en el Callejón Diagon, pero había conseguido hacerse con todo lo que tenía apuntado en su lista de objetos mágicos e ingredientes. Los sábados eran los días idóneos para aventurarse a realizar las tareas pendientes del colegio y al mismo tiempo para desconectar. Ya le había mandado varias cosas a su padre por Navidad y parecía que ese ambiente festivo se había quedado en el pueblo para todo lo que restaba de invierno.

Había atravesado la plaza y estaba a punto de doblar una esquina mientras le daba vueltas a todo esos pensamientos cuando de repente chocó de bruces con alguien que a la vez salía de un callejón y evitó que la muchacha perdiera el equilibrio y se le cayeran todas las cosas que llevaba encima ayudando a sostener la pesada cajita de cartón.

- *-*-*-

Frio y muchedumbre.

No le apetecía nada tener que reunirse en el pequeño pueblo de Hogsmeade con los antiguos inversores de su padre, sobre todo porque estaba demasiado cerca de su antiguo colegio, demasiados malos recuerdos. Pero ahora debía se ayudar a sus padres a corregir los errores del pasado y pagar por todo el daño causado, y parte de ese daño llegó hacia ese pequeño pueblo durante la guerra y como sentencia por haber colaborado con Voldemort, Lucius Malfoy debería dar parte de su fortuna a los damnificados por los ataques de la guerra mágica. Parte de la fortuna de los Malfoy se desvanecía y se deberían de adaptar a un nuevo estilo de vida. Al menos podían conservar su casa, pero para el joven Draco todo lo que se avecinaba era el camino hacia el trabajo y la cruda realidad. 

No era su idea de un día perfecto el tener que madrugar en sábado con una nevada para coger el primer tren hacia el pueblo encantado y tener que hacer diferentes visitas para luego tener que pasar la tarde en Londres haciendo papeleo. Al menos si servía de ayuda y echaba una mano a su madre hasta que a Lucius le dieran permiso para salir de Azkaban se sentía menos vacío.

Había tenido que madurar de golpe y aún sentía algo de miedo en su interior.

Le causaba mucha incomodidad poder ser reconocido por algún alumno de Hogwarts, por lo que intentaba frecuentar las calles menos transitadas.

Lo mejor del día era que había ido bastante rápido en sus negocios y solo quedaba esperar el tren de ida a la ciudad. Estaba ansioso y miraba con frecuencia el reloj procurando no hacer contacto visual con nadie.

Y cuando pensaba que no habría ninguna sorpresa en el día, distraído cruzó una esquina y se tropezó con una pequeña chica de melena abundante tupida en abrigos que casi se le lleva por delante con una pesada caja. 

- *-*-*-

Todo pasó de repente, y al chocar la chica casi da un resbalón y como acto reflejo él la tomó por un brazo y le sostuvo la caja con otro.

Al ver quién era el otro ambos se quedaron observándose en una mezcla de extrañeza y sorpresa:

-Vaya... Hola, Draco Malfoy –la joven se quitó las llamativas gafas y se quedó observando al chico son cara de sorpresa.

-Lovegood... -el chico dejó la caja en el suelo sin saber muy bien cómo actuar.

Draco en ese momento se dio cuenta de que se le había caído el maletín. Se produjo un silencio incómodo mientras recogía las hojas con un encantamiento, Luna le ayudó y rompió enseguida el extraño momento con su peculiar voz y una media sonrisa:

-¿Te has hecho daño?

-No, y ¿tú?

-Estoy bien.

-¿Qué haces aquí?

-Este año lo paso en Hogwarts, estoy retomando el curso –explicó la chica dejando ver su bufanda azul de la casa Ravenclaw debajo de su abrigo. –He salido a comprar cosas para un trabajo.

-Yo he venido para... por temas de negocios –no quería dar explicaciones en público de que era evidente de que tenía cuentas pendientes con el pueblo y con la escuela. Suponía que al ser amiga de Potter estaría al día de muchas cosas.

-Ya veo... Tienes mejor aspecto

-Tú... sigues siendo muy sigilosa.

-Bueno... -la chica se agachó a por la caja- Acabas de salvar mi proyecto de Encantamientos, si no tienes nada que hacer ahora, déjame darte las gracias... ¿Quieres tomar un té?

-Es que...-tal invitación pilló al chico por sorpresa. ¿Las gracias? –pensó. ¿Precisamente ella?, ¿hablaba en serio?... Esa chica había estado prisionera en su casa y le quería dar las gracias por evitar que se hubiera resbalado... Definitivamente Lovegood tenía algo de locura.

¿Hacía cuánto que no le agradecían haber hecho algo bueno de verdad? Ni siguiera había sido consciente de cómo se habían tropezado...

-¿O tienes mucha prisa? –preguntó la joven haciendo que el chico saliera de toda esa maraña de pensamientos que pasaban por su cabeza rápidamente.

-No, es que tengo que esperar el tren...

Bueno, puedes hacer tiempo tomando algo. Ahora falta mucho para que llegue y hace frio. Mal no nos vendrá.

-No, en serio, gracias... Lovegood, no te preocupes.

-Está bien. Como quieras, pero, déjame al menos darte esto –la chica sacó de su bolso una cajita pentagonal con el dibujo de una ranita dorada en un lado y la posó en las manos del titubeante muchacho sosteniéndole ambas manos un instante en el que ambos pudieron notal la calidez del otro, al apartarlas, el chico se quedó mirando la caja en su mano. 

-Adiós –dijo ella retomando su camino con sus cosas, lo que hizo que Malfoy reaccionase y levantara la mirada para observar cómo Luna se disponía a continuar calle abajo.

-¡Espera, Lovegood!

- *-*-*-

Otro silencio.

Solo se escuchaba una pequeña radio mezclada con el sonido de cucharillas y tazas al fondo del local.

Ella miraba a través de la ventana cómo caían los copos de nieve con ojos brillantes sin perder detalle mientras sostenía entre sus manos una humeante taza de chocolate. Al final se había decantado por esa bebida. Parecía contenta.

Él la observaba de reojo dando vueltas a su té. Se dio cuenta de que seguía llevando esos llamativos pendientes de rábano por los que se reían de ella en el colegio.

El chico sentía que no podía sostenerle la mirada sin recordar todo el sufrimiento de la guerra, era tan absurda esa situación, estaba tomando té con la que una vez fue su compañera de colegio y luego pasó a ser prisionera en su sótano durante meses. ¿Cómo podían mantener un tipo de conversación neutral? Empezaba a sentirse muy incómodo hasta que pensó que no podría seguir más con esa extraña sensación.

-Es raro, ¿verdad? –dijo él.

-¿El qué? –Luna pareció salir con tranquilidad de su ensimismamiento y le miró con curiosidad.

-¿Sabes? Creo que la primera vez que te vi sentí rabia y odio al momento hacia ti. Te encontré de repente ahí tirada en el suelo del tren, con unas pintas tan raras...

-En eso sigo en mi esencia –interrumpió la chica riendo, lo que hizo que él mostrara una media sonrisa contagiando por ese humor.

-Y encima leyendo una revista al revés... -continuó el muchacho algo sonrojado- Y recuerdo que parecía que todo te daba igual. Eso fue lo que más me molestó.

-Bueno, a mí tampoco me causaste una buena impresión por mucho que quisieras aparentar. Pero eso pasa cuando solo nos quedamos con lo que ven nuestros ojos...

-Ya...

-Puede que vuelvas a sentir rabia si te digo que después la mala impresión se fue convirtiendo en pena...

-Eso ya me lo dijiste en una ocasión... Es lo que tiene el bando perdedor.

-Todos hemos estado en el bando perdedor, Malfoy –dijo ella esta vez con la voz un poco más sombría, casi semejante al tono del chico -Yo sabía que en tu casa había más de un prisionero en el exterior –dejó la taza en la mesa.

Él comenzó a observar sus manos, tenía las uñas pintadas de varios colores. Después se fijó en sus pulseras y abalorios y cuando comenzó a dirigir la mirada hacia su rostro se volvió a sentir algo abrumado y prefirió concentrarse en contar los granos de azúcar que habían caído en un descuido en la mesa y le preguntó:

-¿Cómo puedes saber tantas cosas de la gente con lo poco que hablas con ellos?

-Imagino que es una forma de hacer magia.

-Yo siempre he evitado ese tipo de magia. A veces cansa.

-Pues deja que las cosas pasen. A veces te puedes sorprender para bien.

Volvieron a quedarse en silencio atentos solamente al aroma del té y el chocolate recién hecho.

No hacía falta hablar de muchas cosas, ella empezó a contarle sobre qué trataba el trabajo de Encantamientos, luego le contó que había estado viajando durante el verano y él se limitaba a escuchar sus anécdotas. La mesa de ese café se había conversito en un espacio extraño y agradable donde poder superar más cosas de las que ambos jóvenes pensaban. Para ella era la forma de aceptar el perdón, y para él la de terminar de abrir los ojos.

Al cabo de un rato la Ravenclaw acompañó al Slytherin hasta la estación, el tren había anunciado su llegada. Estaban cubriéndose de la nieve en el porche del andén.

-Tienes suerte, no parece que haya mucha gente. Buen viaje, Draco Malfoy.

-Gracias, por el té, Lovegood.

La chica comenzó a tomar su camino hacia el castillo, de nuevo escondida entre la caja el gorro y las gafas. Draco observó cómo se marchaba y apretando el manillar de su maletín con fuerza como esperan coger ánimos le dijo de repente:

-La semana que viene tengo que regresar por un asunto...

Ella volteó para responder con una sonrisa:

-Yo seguramente baje de nuevo a buscar materiales...

-Pues ¿sabes? Ese té estaba malísimo, no me ha gustado nada, a lo mejor la semana que viene voy a tomar algo a otro sitio mientras espero el tren.

Se dirigieron una mirada cómplice y ambos se pararon sus caminos.

Ella llegó al castillo tarareando una canción y él estuvo durante un largo rato en el trayecto en tren jugueteando con una cajita de las ranas de chocolate.

Después de todo... a nadie le amarga un dulce.


Fin






Ranas de chocolate - 8

 


8

Frío.

Incertidumbre.

Pesadez.

Miedo.

Sentía un agudo dolor de cabeza, no sabía si por el hechizo aturdidor o por si pudo haberse llevado algún golpe durante el camino a su cautiverio.

Sabía que debía mantener la calma, porque cualquier acto podría costarle su futuro.

Al principio lo tenía todo muy borroso, pero poco a poco recordaba el viaje en tren, el pasar por un túnel, las voces de sus compañeros de compartimiento y un fogonazo de luz, lo siguiente era verse despertando en la celda, la habían quitado todas su cosas y despojado de su abrigo; un señor feo y bajito con una mano de plata se reía al observarla tan desorientada; otro mortífago salió de la nada, se dirigió a ella y le dijo que gracias a las publicaciones de su padre, esa sería su nueva estancia, pero no le dieron más información, se limitaron a tirar dentro de la celda una caja grande de madera con algunos objetos que luego más tarde revisó –una manta vieja, un almohadón y un cuenco a una esquina y entre risas ambos hombres se dirigieron a la salida insultando a su vecino de celda.

Cuando el señor Ollivander le dijo que estaban secuestrados en la mansión Malfoy, ella se sintió muy sorprendida, nunca pensó que algún día podría llegar a adentrarse en tal casa por ningún motivo... Se tendría que hacer a la idea de que no le iban a dar muchas más explicaciones ni derechos, y suponía que tampoco le dejarían ponerse en contacto con su padre con el tiempo. Eso quizá sería lo que podría llevar peor, saber que estaría solo.

Iba a ser una Navidad muy triste.

En la zona más fría y húmeda de la mansión Malfoy, Luna Lovegood había pasado casi toda la noche hablando con el señor Ollivander sobre un montón de cosas; cómo y por qué estaban allí, qué les habían hecho dejar en el exterior, qué pensaban sobre el plan y el rumbo que estaba tomando Harry y qué estaría haciendo en ese momento. Con la conversación iba recordando momentos de su interrumpido viaje de regreso a casa. Esperaba que no les hubiera ocurrido nada a Neville y Ginny, pero no podía evitar sentir miedo, ya que pensaba que si a ella le habían puesto en esa situación, sus amigos al ser más cercanos aún a Harry podían haber sido atacados también.

Y a pesar de todo Luna hablaba de fe. Es algo a lo que estaba dispuesta a aferrarse, al poder de la magia y al de sus amigos.

Cuando el anciano se quedó dormido, la chica le tapó con la manta que parecían haberle dado en un gesto de "cortesía" para ella, pero prefirió que se la quedara el hombre para que no pasara tanto frío. Estaba enfermo y maltratado.

Se dijo así misma que no debía hacerse un lio, ella sola no podría hacer nada. En un mundo tan oscuro y cerrado, Luna permanecía ahora en el frío corazón del mismo. Y todo pareció oscurecerse más cuando el fabricante de varitas le habló acerca de la gente a la que había visto pasar por esas celdas y subir al gran salón de la casa Malfoy para luego no volver a bajar nuca al sótano...

No podía negarse a sí misma que se sentía perdida y desorientada, pensaba en cómo debía de sentirse su padre y la tristeza acabó de embargarla por completo. Esa primera noche iba a ser dura. Sentía un gran pesar en su corazón al imaginar cómo la estaría esperando en la estación de Kings Cross con impaciencia...

La noche parecía no tener fin. Intentaba dormir y al mismo tiempo permanecer alerta.

Permaneció acurrucada en una esquina, abrazándose a sus piernas y con la cabeza apoyada en la fría pared de piedra, observando el destello de una enorme antorcha colocada en una celda contigua que se suponía que debía ser la suya, pero había preferido quedarse cerca del señor Ollivander por si necesitaba algo, aunque ella no pudiera hacer mucho. Supuso que si no les habían cerrado las celdas con barrotes y les dejaban moverse era porque la magia bloqueaba todo el espacio para intentar salir. A los Mortífagos les interesaba que pasasen frío, por ello solo habían dejado dos antorchas encendidas en extremos opuestos del gran sótano.

De repente, un destello dorado se materializó en el suelo junto a ella tomando la forma de una cajita transparente, la reconoció, era una ranita de chocolate, pero no entendía cómo había llegado y si se trataba de una broma... Y eso le hizo recobrar una sensación de hambre que hasta el momento estaba intentando reprimir.

Al ver que el objeto iba tomando más forma y se presentaba por completo delante de ella se decidió a extender la mano cautelosa y al tocarlo la luz que emanaba se desvaneció y pudo coger la cajita entre sus dedos, era real, pero se sobresaltó al instante en el que la tomó por completo en su mano, ya que nada más que entró en contacto con el objeto escuchó cómo una voz susurraba en forma de eco su nombre.

No entendía nada, pero el corazón le dio un vuelco. Era una voz levemente familiar.

¿Era una broma?

¿Un truco?

¿Un experimento?

Pensó que sería mejor deshacerse del envoltorio por si los mortifagos la habían registrado antes los bolsillos. Pero tampoco podía dejarlo por ahí como si nada.

-Malfoy... -susurró.

¿Sabría Draco Malfoy que ella estaba entre esas pareces?

¿Quería ese gesto decir que se encontraban bajo el mismo techo?

Dio un mordisco y la tristeza pareció ser un poco más liviana en ese momento.

Se quedó jugueteando con la cajita entre sus dedos y pensando en cómo a veces todo se conectaba con curiosas casualidades. Entre la pared en la que permanecía apoyada, encontró un agujero que parecía ser la casita de un ratón. Y pidiendo permiso a los roedores que podrían pasar por allí, escondió el envoltorio en el interior como si fuera un secreto.

Mañana podría pensar junto a Ollivander cómo podrían escapar. Seguramente podría ser inútil enfrentarse a una magia tan fuerte y oscura, pero se debía decir a sí misma que las cosas solo eran imposibles si se dejaban de intentar.



18 agosto 2021

Ranas de chocolate - 7

 




7

               A Draco Malfoy siempre le gustó su casa y la opulencia que desprendían todos y cada uno de sus muros. Podía sentir cómo la renombrada mansión perteneciente desde hacía generaciones a su familia desprendía toda la magia que en ella se escondía, rodeada del estilo gótico y pulcro a través de todos y cada uno de los escudos, cuadros, candelabros, cortinas y demás objetos poderosos y bellos de los cuales a su familia le encantaba siempre presumir. Además de eso, cuando el chico estaba en el colegio no paraba de pensar en los planes que tenía preparados para las siguientes vacaciones en su casa, con sus fiestas y reuniones secretas, rodeado de amigos poderosos e influyentes... En su casa siempre fue un príncipe, sentía comodidad y plenitud.

Era su hogar y su fortaleza.

Un paraíso.

Solo había un lugar de la mansión al que el joven Malfoy no se acercaba sin contar las cocinas, ya que ese era territorio exclusivo de sus elfos domésticos y sentía que ahí no se le había perdido nada  el sótano le provocaba mucha tensión y desconcierto… Sabía que antiguamente en él la familia aprovechaba el espacio para practicar todo tipo de magia, a la vez que en ocasiones mantenían cautivos a sus criados y se castigaba allí a todo tipo de transeúntes, tanto si tenían intenciones de robar como si no. Y si resultaba que capturaban a un sangre sucia… no permanecía mucho tiempo entre esas paredes, pero tampoco salían siendo los que eran. La familia siempre quiso que en toda la mansión reinara la pulcritud, y en ese sentido hasta la sangre debía ser la más limpia y digna.

Había que guardar las apariencias.

Para Draco había mucha exageración en cuanto algunos hábitos y tradiciones que se decía que seguían en su casa y en cuanto a otros, daba por sentado que era otra época e incluso pensaba que no estaba mal traer de vuelta algunas viejas costumbres, unas por que las consideraba naturales y otras solo por diversión... Hasta que se vio sorprendido con la visita del Señor Tenebroso anunciando que había decidido hacer de la mansión uno de sus refugios. Desde ese día para el joven comenzó un reinado de terror en el que había sido su lugar preferido del mundo. Ahora para él todas las estancias eran como el sótano, las paredes tenían otros oídos y el sobrio ambiente de majestuosidad se llenó de sombras tenebrosas.

Debía sentirse satisfecho. Había conseguido acercarse a ese mundo que tanto le atraía y para el que le habían educado. Era uno de ellos… El orgullo de su padre, pero se había imaginado todo ese mundo de otra forma, pensaba que sería el dueño de sus actos, pero no era así desde hacía ya mucho, desde que la marca tenebrosa se impregnó en su piel la emoción y el deseo de ese mundo se fue nublando. Nada de eso era un juego y ya había visto morir a demasiada gente.

Lo peor era que tanto él como sus padres se sentían en constante observación, el señor Tenebroso les evaluaba continuamente, les perseguía de forma sibilina. El chico ya no se sentía a gusto ni en su propio dormitorio y las pesadillas aumentaban.

Estaba en su casa pero ya no era nadie, ni él ni sus padres, solo títeres que rendían pleitesía al heredero de Slytherin.

 

Uno de los días más fríos de diciembre, su señor oscuro les convocó en otra de sus frecuentes reuniones para tratar el seguimiento que estaban haciendo a la hora de dar con el paradero de Potter y sobre cómo los mortífagos estaban tomando cada vez a más velocidad el control del Ministerio. Pero para sorpresa de Draco, no se esperaba que se comentara que finalmente por esas fechas se sospechaba que Potter podía regresar al castillo en busca de algo poderoso que le sirviera de arma contra Voldemort. Para estar seguros, se decidió que los mortifagos inspeccionaran el tren que iba de regreso a Londres esa semana y así poder tratar de tender una emboscada a algún sospechoso seguidor de la causa del niño que vivió.

Los mortífagos habían interceptado un tren repleto de estudiantes que regresaban con cautela para lo que se suponía eran unas vacaciones con sus seres queridos.

Draco recordaba esos viajes de regreso a casa con nostalgia, recordaba lo dichoso que se sentía y la cantidad de planes que tenía para pasar con sus amistades más cercanas descansando un poco de la organización que había en ese castillo. Ahora para él todo eso había quedado muy lejos, y pensaba en lo que podían encontrar sus compañeros mortífagos en ese viaje, o a quién.

Sentado en la mesa del gran salón comedor, con su madre a la derecha y su padre a la izquierda, prefería mantener la mirada fija en pequeños detalles de la sala, como en la mantelería o los grabados en madera de la mesa por ejemplo, antes que atreverse a dirigir la mirada a otro sitio si su señor no se lo pedía. Esas reuniones le ponían los pelos de punta. Sobre todo cuando la imponente y peligrosa mascota de Lord Volvdemort les acompañaba. Ya había visto lo que podía hacer a magos poderosos. No sabía cuánto tiempo más podía aguantar la presión.

Ya habían tenido a varios prisioneros en su sótano desde hacía bastante tiempo, no solamente en tiempos de Voldemort. Draco había escuchado historias que incluso le habían gustado acerca de cómo sus antepasados encerraban a quienes no consideraban dignos de pisar sus terrenos en los calabozos de la mansión, pero las historias eran una cosa y vivir la realidad era otra muy diferente. Él nunca había tenido necesidad de frecuentar esas zonas de su casa, las conocía pero nunca hasta esos momentos había tomado tan en serio esas historias que le contaban y la visión que le transmitían ahora era completamente diferente, antes le emocionaba pensar que en la mansión tenían un lugar donde mantener a raya a la gente, donde impartir lo que los Malfoy consideraban justicia, ahora le transmitían una visión triste y escalofriante de la cual ya no se sentía tan orgulloso. Y todo se tornaba más extraño cuando empezó a ver cómo se le daba un uso de nuevo a esas zonas después de tanto tiempo, ahora con la presencia de gente y criaturas mágicas que incluso conocía. Lo peor de todo es que los gritos ya no eran algo imaginario.

               Voldemort bajaba de vez en cuando a interrogar al viejo Ollivander, quien parecía llevar allí ya una eternidad. Su tia Bellatrix por su parte se encargaba de que junto a la celda del experto en varitas hubiera alguien de vez en cuando también, gente que consideraba espías, transeúntes, carroñeros, pero nadie había permanecido tanto tiempo como el anciano. Draco conocía el lugar y sus recovecos, pero ahora con “huéspedes” no se asomaba por allí a no ser que su familia se lo pidiera y agradecía que no hubieran hecho aún que entrase dentro de sus tareas visitar el sótano.

               Durante la reunión, el chico estaba intentando poner toda la atención en bloquear su mente para que nadie pudiera practicar Legeremancia con él -eso era lo único bueno que podía agradecerle a su tía en esa época-, pero no estaba preparado para lo que se había acabado de anunciar como último punto; Draco había presenciado el paso de conocidos por su casa, había visto lo peor, en su mente no se hacía a la idea de que durante esa cruzada por la limpieza y pureza de sangre podía tener como prisioneros bajo el mismo techo a antiguos profesores y compañeros de Hogwarts.

El señor tenebroso no consideró a Luna Lovegood suficientemente digna de estar en su presencia, poco le importaba el caso de una familia de traidores a la sangre, por la cual no merecía muchas atenciones, pero sí algo que les mantuviese a raya. Por eso, tal y como ordenó para el resto de magos que se atrevían a salir en defensa de Potter y de los organismos que ahora controlaba el nuevo ministerio, decidió dar la orden a sus mortífagos de investigar y darle a Xenophilius Lovegood dónde más le podía doler como hacían tanta otra gente. De esa forma quizá el redactor de esa extraña revista podría retractarse de sus palabras y recapacitar para ayudar en la misión de limpiar el mundo mágico.

Tal fue la sorpresa de Draco que tuvo que contenerse y concentrarse el doble para que nadie pudiera leer ni su mente ni su expresión tras el resumen de la misión en el tren a Londres de aquel día. La chica fue hechizada para que no opusiera ninguna resistencia, rompieron su varita para enviarle la mitad al traidor a la sangre de su padre junto con una carta informando de su secuestro, la dejaron inconsciente durante el camino a la mansión y la llevaron directamente hacia el sótano, en la celda contigua de Ollivander. Una nueva visitante.

Cuando la reunión acabó, Voldemort volvió a desaparecer con su serpiente dejando una sensación de frío en el interior del muchacho.

La sala se iba vaciando poco a poco y él intentaba mantener la compostura por sus padres.

-Draco, ¿conoces a esa chica de? –le preguntó su madre en voz baja mirando a su alrededor comprobando que madre e hijo se habían quedado por fin solos.

-No… Bueno, de vista –respondió titubeante mirando a la chimenea en vez de al rostro de inquietud, alerta y suspicacia que tenía Narcissa, el cual últimamente no cambiaba demasiado esas expresiones.

-Es que, se dice que más que una colaboradora, puede ser una amiga cercana de Potter, y, si así fuera, podría servir de ayuda para capturarle –explicó pensativa-. Si les diera alguna información… Puede que todo se terminase más rápido.

¿Y cómo pretendían conseguir esa información? Si Lord Voldemort no se encargaba de ella entonces lo haría su tía. Y no sabía qué podía ser peor.

-Solo es una niña solitaria… No sé qué relación tendría con Potter, madre, el colegio es muy grande... Y ni siquiera es de mi año.

-Entonces es más joven… -Narcissa pareció poner una cara de preocupación y sorpresa tras decir eso- Eso me pareció cuando la vimos entrar. 

Eso último sorprendió a Draco otra vez, no sabía que sus padres habían visto entrar a sus compañeros mortifagos con la chica, pero, por otro lado, entendía que aún eran los dueños de la casa y querían saber quiénes iban a ser sus "huéspedes" cuando pasaban ese tipo de situaciones incómodas.  Él les había acompañado en alguna ocasión en la que no se podría librar ni por Volvermor ni por su tía, pero siempre que su madre podía evitaba que Draco presenciase ciertas cosas. Y siendo sincero con él mismo, agradeció a su madre que no le hubiera hecho bajar a comprobar quién había llegado en esas condiciones. Era mucho por asimilar.

-Bueno –continuó su madre lanzando un leve suspiro-, mejor que sea así y que no hayas tenido relación. No es bueno que te involucren en muchos conocidos de Potter, pero si tuviera algo que decir…

Ahora todo tenía doble filo para los Malfoy, porque si colaboraban y se mostraban fieles, el señor tenebroso siempre les humillaba y les acusaba de tener miedo y segundas intenciones. Por eso si conocían a alguien era mejor decirlo abiertamente, pero en el momento adecuado y eso acababa siempre mal, para los Malfoy y más para la persona del calabozo.

No sabía por qué pero la situación le iba frustrando cada vez más, siempre se había sentido intimidado y asombrado ante la llegada de la gente a los calabozos, pero esto no se lo esperaba.

En ese momento no consideraba un motivo de peso decir que la conocía y que habían hablado un poco, porque hasta esos momentos parecían borrosos para él en ese instante. No merecía la pena. Y si decía que era amiga cercana de Potter, bueno, eso por un lado debían intuirlo al leer lo publicado en su revista, pero él no había repasado esos artículos en defensa de Potter con otra intención que no fuera burlarse.

Ella era un punto en enorme patrón más complicado que todo lo que se podía imaginar el chico.

Todo el mundo quería sobrevivir en esa casa.

Esa noche fue una de las peores que pasó en la casa, no se atrevió a salir de su cuarto el resto de la tarde y buscaba maneras de mantenerse ocupado y abstraerse, Tampoco bajó a cenar, puesto que ciertas rutinas no era necesarias compartirlas con todos los mortífagos en conjunto, pensaba que ya había tenido suficiente con la reunión de esa mañana y se disculpó con su madre diciendo que estaba algo indispuesto, cosa que tampoco era del todo mentira, solamente lamentaba dejarla sola.

               Se tumbó en la cama y permaneció un buen rato mirando al techo intentando controlar su respiración.

Hacía mucho que no la veía, tenía recuerdos vagos de ella…

No se atrevía ni a susurrar su nombre por si acaso.

Pero sus ojos… estaban grabados en él.

Era una niña inocente, ingenua y distraída, y que, al parecer, no había sabido elegir a sus amistades, por ello estaba allí. Prefirió a Potter, como casi todo el mundo, y no sabía por qué ese pensamiento le empezaba a molestar un poco. Era rara, no sabía qué podía esperar de ella, ni se imaginaba cómo iba reaccionar durante su cautiverio.

¿Sabría Lovegood que la habían traído a su casa? Ese pensamiento le hacía estar más inseguro y avergonzado. Esperaba que si se enteraba de donde estaba, ella no lo asociase todo exactamente con él. Se tapó la cara con una almohada para bloquear ese pensamiento. Tampoco entendía por qué se sentía así.

Pasara lo que pasara esperaba que Lovegood aguantase, pero que no se tuviera que encontrar con esos ojos por si se terminaban apagando de alguna forma.

 

Sin darse cuenta, Draco Malfoy se había dejado llevar por los brazos de Morfeo. No se había dado cuenta de lo cansado que estaba hasta que su cabeza se posó en la almohada y de la nada cayó en la oscuridad total.

De la nada se encontraba un extenso y frió pasillo, parecido a los del castillo de Hogwtars, en el cual según iba avanzando se iban encendiendo antorchas a los lados de las paredes; En la lejanía observó un destello dorado, parecido al que desprendía la snitch en los partidos de Quidditch, y sintiendo cómo le embargaba la curiosidad, decidió seguirlo avanzando a paso ligero por el corredor. Tras un momento, se dijo que finalmente debía estar en la escuela puesto que al final del pasillo siguiendo el rastro dorado, llegó a una amplia aula que le resultaba familiar, pero que a la vez le parecía algo extraña, ya que en el medio de la fila de pupitres se encontraba un enorme y alto espejo.

El destello se detuvo justo frente al objeto que más desentonada con la clase y Draco decidió avanzar extrañado y con cautela a contemplar el reflejo. Al principio, como esperaba, se observó a sí mismo, y no se sorprendió de lo que iba a encontrar; era el reflejo del Draco que había estado observando esos meses: sombrío, pálido, cansado, con un elegante traje de chaqueta que podría ser la envidia de todos los magos jóvenes, sí, pero con un semblante casi demacrado.

No le gustó lo que vio y parecía que el reflejo hablaba por él y le mostraba una mueca de desagrado.

Se reparó un poco y comenzó a observar con detenimiento el espejo, podía ver cómo en la parte superior que estaba más decorada había unas palabras grabadas:

“Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse”.

El chico no entendió nada de la inscripción y no se detuvo a pensar mucho en ello. Pues cuando volvió a fijar la vista en el reflejo, este empezó a cambiar lentamente. A parte de verse a sí mismo, esta vez se sorprendió al ver el reflejo de Luna Lovegood a sus espaldas, sobresaltado, se giró de inmediato, pero, no entendía por qué, la chica no estaba. Parecía que solo se proyectaba en el espejo, iba caminando con aire descuidado y sonriente y Draco pudo observar que llevaba puesto el uniforme de la escuela junto con sus extraños accesorios en el cuello y las orejas. Se detuvo junto al Draco del espejo que imitaba los movimientos del chica desde el otro lado.

Era como observar una fotografía mágica. Luna le devolvía la mirada, como si en ella no hubiera ningún rencor, ni reproche, y él de repente ya no sentía tanto frío ni se veía tan cansado en el espejo. La chica se sacó del bolsillo de su túnica envoltorio de chocolate con forma de cajita pentagonal, como el que le dio en su segundo año a él y como todos los demás que había parecido estar intercambiando inconscientemente. De repente, el destello dorado que Malfoy había estado persiguiendo dejó de levitar ante él y se transformó en una cajita similar y se posó en su mano.

-Lovegood -dijo él aun a riesgo de que pareciera que le hablaba a la nada– lo siento…

La chica le miró ladeando la cabeza y fijó su mirada en el Draco del espejo para darle el envoltorio a él y sin decir nada la chica fue desapareciendo lentamente tal como apareció en el espejo caminando hacia el aula opuesta dando saltos y despidiéndose a lo lejos con la mano.

Pero él no quería que se marchase… Por lo que tocó el espejo esperando así poder llegar al otro lado y tras ello, todo se tornó oscuro de nuevo…

 

Se despertó empapado en sudor frío, confuso, todo había parecido tan real, podría decir que había sido algo más que un sueño lúcido. Podía escuchar su voz, su respiración, notar cómo los ojos centelleantes se posaban en él y cómo el olor a chocolate le venía a la mente.

Pensando en todo ello se incorporó en la cama, se frotó los ojos y observando la luz de la luna reflejada que se colaba por las cortinas de su dormitorio, tomó aire e intentó reponerse.

Y de repente, todo lo que empezaba a ver borroso, lo comenzaba a recordar con claridad, cómo una niña invisible le había hecho dar tantas vueltas a su mente en pocos momentos y pocas palabras cruzadas.

Poco a poco volvió a sumirse en un sueño profundo sin importar cuantas horas le quedaban para despertarse.