08 octubre 2021

Ranas de chocolate - 9

 


9

El invierno estaba terminando pero los copos de nieve seguían haciendo acto de presencia.

Era sábado y las calles del pequeño pueblo de Hogsmeade estaban abarrotadas de gente. En medio de todo el bullicio, una pequeña joven caminaba contenta y atropelladamente. Dabala impresión de que casi no veía nada con sus espectrografas rosas y el gorro de lanadel uniforme de Hogwarts que llevaba puestos, pero no esa así. Estaba atenta amagos y criaturas. Le animaba mucho volver a notar que esas calles llenas de vida e intentando regresar a la normalidad. Volvía a percibir los olores y sonidos típicos, el ánimo en las voces y el comportamiento de los caminantes. Ya no había tantas sombras.

Era increíble cómo en menos de un año podía recuperarse todo. Tanto Hogsmeade como el colegio estaban resurgiendo de sus cenizas. Y la gente necesitaba salir, mirar escaparates, pasear por la naturaleza, los niños más pequeños necesitaban volver a jugar en las calles y los alumnos de Hogwarts despejarse de vez en cuando, ya que en el castillo los profesores consideraban positivo que ese año los alumnos de cursos más avanzados salieran en más ocasiones para asimilar mejor el retorno a un sitio que había sido el epicentro de la guerra mágica y aún afloraban en todos sensaciones de todo tipo.

Por todo ello Luna estaba de muy buen humor esa mañana, pensaba que había aprovechado bastante bien el día y esa salida. Iba cargada con una gran caja y un par de abultadas bolsas con materiales de todo tipo. Tenía pendiente un proyecto en grupo para su clase de Encantamientos, así que esa mañana se reunió con sus compañeros para comprar lo necesario y se repartieron el material, además aprovechó el paseo para comprar algunas cosas para ella. Hacía mucho que los Nargles no le jugaban la mala pasada de extraviarle sus objetos personales, pero el curso pasado perdió varias cosas debido a la batalla y durante su estancia atropellada en el colegio y su casa necesitaba una reforma, así que cuando encontraba un hueco aprovechaba para ayudar a su padre enviándole algunas cosas que consideraba que podían necesitar. Quisieron pasar ese verano un poco más alejados de todo y viajar para cambiar de aires y reponerse, y a su regreso decidieron que también les podría venir bien un cambio en su propia casa y borrar lo que las marcas tenebrosas habían ido dejando en sus vidas. Reformarían la pequeña torre de Ottery St. Catchpole. y le darían una mano de pintura. Ahora tendría más paredes para dibujar.

Pasear por Hogsmeade no era como comprar en el Callejón Diagon, pero había conseguido hacerse con todo lo que tenía apuntado en su lista de objetos mágicos e ingredientes. Los sábados eran los días idóneos para aventurarse a realizar las tareas pendientes del colegio y al mismo tiempo para desconectar. Ya le había mandado varias cosas a su padre por Navidad y parecía que ese ambiente festivo se había quedado en el pueblo para todo lo que restaba de invierno.

Había atravesado la plaza y estaba a punto de doblar una esquina mientras le daba vueltas a todo esos pensamientos cuando de repente chocó de bruces con alguien que a la vez salía de un callejón y evitó que la muchacha perdiera el equilibrio y se le cayeran todas las cosas que llevaba encima ayudando a sostener la pesada cajita de cartón.

- *-*-*-

Frio y muchedumbre.

No le apetecía nada tener que reunirse en el pequeño pueblo de Hogsmeade con los antiguos inversores de su padre, sobre todo porque estaba demasiado cerca de su antiguo colegio, demasiados malos recuerdos. Pero ahora debía se ayudar a sus padres a corregir los errores del pasado y pagar por todo el daño causado, y parte de ese daño llegó hacia ese pequeño pueblo durante la guerra y como sentencia por haber colaborado con Voldemort, Lucius Malfoy debería dar parte de su fortuna a los damnificados por los ataques de la guerra mágica. Parte de la fortuna de los Malfoy se desvanecía y se deberían de adaptar a un nuevo estilo de vida. Al menos podían conservar su casa, pero para el joven Draco todo lo que se avecinaba era el camino hacia el trabajo y la cruda realidad. 

No era su idea de un día perfecto el tener que madrugar en sábado con una nevada para coger el primer tren hacia el pueblo encantado y tener que hacer diferentes visitas para luego tener que pasar la tarde en Londres haciendo papeleo. Al menos si servía de ayuda y echaba una mano a su madre hasta que a Lucius le dieran permiso para salir de Azkaban se sentía menos vacío.

Había tenido que madurar de golpe y aún sentía algo de miedo en su interior.

Le causaba mucha incomodidad poder ser reconocido por algún alumno de Hogwarts, por lo que intentaba frecuentar las calles menos transitadas.

Lo mejor del día era que había ido bastante rápido en sus negocios y solo quedaba esperar el tren de ida a la ciudad. Estaba ansioso y miraba con frecuencia el reloj procurando no hacer contacto visual con nadie.

Y cuando pensaba que no habría ninguna sorpresa en el día, distraído cruzó una esquina y se tropezó con una pequeña chica de melena abundante tupida en abrigos que casi se le lleva por delante con una pesada caja. 

- *-*-*-

Todo pasó de repente, y al chocar la chica casi da un resbalón y como acto reflejo él la tomó por un brazo y le sostuvo la caja con otro.

Al ver quién era el otro ambos se quedaron observándose en una mezcla de extrañeza y sorpresa:

-Vaya... Hola, Draco Malfoy –la joven se quitó las llamativas gafas y se quedó observando al chico son cara de sorpresa.

-Lovegood... -el chico dejó la caja en el suelo sin saber muy bien cómo actuar.

Draco en ese momento se dio cuenta de que se le había caído el maletín. Se produjo un silencio incómodo mientras recogía las hojas con un encantamiento, Luna le ayudó y rompió enseguida el extraño momento con su peculiar voz y una media sonrisa:

-¿Te has hecho daño?

-No, y ¿tú?

-Estoy bien.

-¿Qué haces aquí?

-Este año lo paso en Hogwarts, estoy retomando el curso –explicó la chica dejando ver su bufanda azul de la casa Ravenclaw debajo de su abrigo. –He salido a comprar cosas para un trabajo.

-Yo he venido para... por temas de negocios –no quería dar explicaciones en público de que era evidente de que tenía cuentas pendientes con el pueblo y con la escuela. Suponía que al ser amiga de Potter estaría al día de muchas cosas.

-Ya veo... Tienes mejor aspecto

-Tú... sigues siendo muy sigilosa.

-Bueno... -la chica se agachó a por la caja- Acabas de salvar mi proyecto de Encantamientos, si no tienes nada que hacer ahora, déjame darte las gracias... ¿Quieres tomar un té?

-Es que...-tal invitación pilló al chico por sorpresa. ¿Las gracias? –pensó. ¿Precisamente ella?, ¿hablaba en serio?... Esa chica había estado prisionera en su casa y le quería dar las gracias por evitar que se hubiera resbalado... Definitivamente Lovegood tenía algo de locura.

¿Hacía cuánto que no le agradecían haber hecho algo bueno de verdad? Ni siguiera había sido consciente de cómo se habían tropezado...

-¿O tienes mucha prisa? –preguntó la joven haciendo que el chico saliera de toda esa maraña de pensamientos que pasaban por su cabeza rápidamente.

-No, es que tengo que esperar el tren...

Bueno, puedes hacer tiempo tomando algo. Ahora falta mucho para que llegue y hace frio. Mal no nos vendrá.

-No, en serio, gracias... Lovegood, no te preocupes.

-Está bien. Como quieras, pero, déjame al menos darte esto –la chica sacó de su bolso una cajita pentagonal con el dibujo de una ranita dorada en un lado y la posó en las manos del titubeante muchacho sosteniéndole ambas manos un instante en el que ambos pudieron notal la calidez del otro, al apartarlas, el chico se quedó mirando la caja en su mano. 

-Adiós –dijo ella retomando su camino con sus cosas, lo que hizo que Malfoy reaccionase y levantara la mirada para observar cómo Luna se disponía a continuar calle abajo.

-¡Espera, Lovegood!

- *-*-*-

Otro silencio.

Solo se escuchaba una pequeña radio mezclada con el sonido de cucharillas y tazas al fondo del local.

Ella miraba a través de la ventana cómo caían los copos de nieve con ojos brillantes sin perder detalle mientras sostenía entre sus manos una humeante taza de chocolate. Al final se había decantado por esa bebida. Parecía contenta.

Él la observaba de reojo dando vueltas a su té. Se dio cuenta de que seguía llevando esos llamativos pendientes de rábano por los que se reían de ella en el colegio.

El chico sentía que no podía sostenerle la mirada sin recordar todo el sufrimiento de la guerra, era tan absurda esa situación, estaba tomando té con la que una vez fue su compañera de colegio y luego pasó a ser prisionera en su sótano durante meses. ¿Cómo podían mantener un tipo de conversación neutral? Empezaba a sentirse muy incómodo hasta que pensó que no podría seguir más con esa extraña sensación.

-Es raro, ¿verdad? –dijo él.

-¿El qué? –Luna pareció salir con tranquilidad de su ensimismamiento y le miró con curiosidad.

-¿Sabes? Creo que la primera vez que te vi sentí rabia y odio al momento hacia ti. Te encontré de repente ahí tirada en el suelo del tren, con unas pintas tan raras...

-En eso sigo en mi esencia –interrumpió la chica riendo, lo que hizo que él mostrara una media sonrisa contagiando por ese humor.

-Y encima leyendo una revista al revés... -continuó el muchacho algo sonrojado- Y recuerdo que parecía que todo te daba igual. Eso fue lo que más me molestó.

-Bueno, a mí tampoco me causaste una buena impresión por mucho que quisieras aparentar. Pero eso pasa cuando solo nos quedamos con lo que ven nuestros ojos...

-Ya...

-Puede que vuelvas a sentir rabia si te digo que después la mala impresión se fue convirtiendo en pena...

-Eso ya me lo dijiste en una ocasión... Es lo que tiene el bando perdedor.

-Todos hemos estado en el bando perdedor, Malfoy –dijo ella esta vez con la voz un poco más sombría, casi semejante al tono del chico -Yo sabía que en tu casa había más de un prisionero en el exterior –dejó la taza en la mesa.

Él comenzó a observar sus manos, tenía las uñas pintadas de varios colores. Después se fijó en sus pulseras y abalorios y cuando comenzó a dirigir la mirada hacia su rostro se volvió a sentir algo abrumado y prefirió concentrarse en contar los granos de azúcar que habían caído en un descuido en la mesa y le preguntó:

-¿Cómo puedes saber tantas cosas de la gente con lo poco que hablas con ellos?

-Imagino que es una forma de hacer magia.

-Yo siempre he evitado ese tipo de magia. A veces cansa.

-Pues deja que las cosas pasen. A veces te puedes sorprender para bien.

Volvieron a quedarse en silencio atentos solamente al aroma del té y el chocolate recién hecho.

No hacía falta hablar de muchas cosas, ella empezó a contarle sobre qué trataba el trabajo de Encantamientos, luego le contó que había estado viajando durante el verano y él se limitaba a escuchar sus anécdotas. La mesa de ese café se había conversito en un espacio extraño y agradable donde poder superar más cosas de las que ambos jóvenes pensaban. Para ella era la forma de aceptar el perdón, y para él la de terminar de abrir los ojos.

Al cabo de un rato la Ravenclaw acompañó al Slytherin hasta la estación, el tren había anunciado su llegada. Estaban cubriéndose de la nieve en el porche del andén.

-Tienes suerte, no parece que haya mucha gente. Buen viaje, Draco Malfoy.

-Gracias, por el té, Lovegood.

La chica comenzó a tomar su camino hacia el castillo, de nuevo escondida entre la caja el gorro y las gafas. Draco observó cómo se marchaba y apretando el manillar de su maletín con fuerza como esperan coger ánimos le dijo de repente:

-La semana que viene tengo que regresar por un asunto...

Ella volteó para responder con una sonrisa:

-Yo seguramente baje de nuevo a buscar materiales...

-Pues ¿sabes? Ese té estaba malísimo, no me ha gustado nada, a lo mejor la semana que viene voy a tomar algo a otro sitio mientras espero el tren.

Se dirigieron una mirada cómplice y ambos se pararon sus caminos.

Ella llegó al castillo tarareando una canción y él estuvo durante un largo rato en el trayecto en tren jugueteando con una cajita de las ranas de chocolate.

Después de todo... a nadie le amarga un dulce.


Fin






Ranas de chocolate - 8

 


8

Frío.

Incertidumbre.

Pesadez.

Miedo.

Sentía un agudo dolor de cabeza, no sabía si por el hechizo aturdidor o por si pudo haberse llevado algún golpe durante el camino a su cautiverio.

Sabía que debía mantener la calma, porque cualquier acto podría costarle su futuro.

Al principio lo tenía todo muy borroso, pero poco a poco recordaba el viaje en tren, el pasar por un túnel, las voces de sus compañeros de compartimiento y un fogonazo de luz, lo siguiente era verse despertando en la celda, la habían quitado todas su cosas y despojado de su abrigo; un señor feo y bajito con una mano de plata se reía al observarla tan desorientada; otro mortífago salió de la nada, se dirigió a ella y le dijo que gracias a las publicaciones de su padre, esa sería su nueva estancia, pero no le dieron más información, se limitaron a tirar dentro de la celda una caja grande de madera con algunos objetos que luego más tarde revisó –una manta vieja, un almohadón y un cuenco a una esquina y entre risas ambos hombres se dirigieron a la salida insultando a su vecino de celda.

Cuando el señor Ollivander le dijo que estaban secuestrados en la mansión Malfoy, ella se sintió muy sorprendida, nunca pensó que algún día podría llegar a adentrarse en tal casa por ningún motivo... Se tendría que hacer a la idea de que no le iban a dar muchas más explicaciones ni derechos, y suponía que tampoco le dejarían ponerse en contacto con su padre con el tiempo. Eso quizá sería lo que podría llevar peor, saber que estaría solo.

Iba a ser una Navidad muy triste.

En la zona más fría y húmeda de la mansión Malfoy, Luna Lovegood había pasado casi toda la noche hablando con el señor Ollivander sobre un montón de cosas; cómo y por qué estaban allí, qué les habían hecho dejar en el exterior, qué pensaban sobre el plan y el rumbo que estaba tomando Harry y qué estaría haciendo en ese momento. Con la conversación iba recordando momentos de su interrumpido viaje de regreso a casa. Esperaba que no les hubiera ocurrido nada a Neville y Ginny, pero no podía evitar sentir miedo, ya que pensaba que si a ella le habían puesto en esa situación, sus amigos al ser más cercanos aún a Harry podían haber sido atacados también.

Y a pesar de todo Luna hablaba de fe. Es algo a lo que estaba dispuesta a aferrarse, al poder de la magia y al de sus amigos.

Cuando el anciano se quedó dormido, la chica le tapó con la manta que parecían haberle dado en un gesto de "cortesía" para ella, pero prefirió que se la quedara el hombre para que no pasara tanto frío. Estaba enfermo y maltratado.

Se dijo así misma que no debía hacerse un lio, ella sola no podría hacer nada. En un mundo tan oscuro y cerrado, Luna permanecía ahora en el frío corazón del mismo. Y todo pareció oscurecerse más cuando el fabricante de varitas le habló acerca de la gente a la que había visto pasar por esas celdas y subir al gran salón de la casa Malfoy para luego no volver a bajar nuca al sótano...

No podía negarse a sí misma que se sentía perdida y desorientada, pensaba en cómo debía de sentirse su padre y la tristeza acabó de embargarla por completo. Esa primera noche iba a ser dura. Sentía un gran pesar en su corazón al imaginar cómo la estaría esperando en la estación de Kings Cross con impaciencia...

La noche parecía no tener fin. Intentaba dormir y al mismo tiempo permanecer alerta.

Permaneció acurrucada en una esquina, abrazándose a sus piernas y con la cabeza apoyada en la fría pared de piedra, observando el destello de una enorme antorcha colocada en una celda contigua que se suponía que debía ser la suya, pero había preferido quedarse cerca del señor Ollivander por si necesitaba algo, aunque ella no pudiera hacer mucho. Supuso que si no les habían cerrado las celdas con barrotes y les dejaban moverse era porque la magia bloqueaba todo el espacio para intentar salir. A los Mortífagos les interesaba que pasasen frío, por ello solo habían dejado dos antorchas encendidas en extremos opuestos del gran sótano.

De repente, un destello dorado se materializó en el suelo junto a ella tomando la forma de una cajita transparente, la reconoció, era una ranita de chocolate, pero no entendía cómo había llegado y si se trataba de una broma... Y eso le hizo recobrar una sensación de hambre que hasta el momento estaba intentando reprimir.

Al ver que el objeto iba tomando más forma y se presentaba por completo delante de ella se decidió a extender la mano cautelosa y al tocarlo la luz que emanaba se desvaneció y pudo coger la cajita entre sus dedos, era real, pero se sobresaltó al instante en el que la tomó por completo en su mano, ya que nada más que entró en contacto con el objeto escuchó cómo una voz susurraba en forma de eco su nombre.

No entendía nada, pero el corazón le dio un vuelco. Era una voz levemente familiar.

¿Era una broma?

¿Un truco?

¿Un experimento?

Pensó que sería mejor deshacerse del envoltorio por si los mortifagos la habían registrado antes los bolsillos. Pero tampoco podía dejarlo por ahí como si nada.

-Malfoy... -susurró.

¿Sabría Draco Malfoy que ella estaba entre esas pareces?

¿Quería ese gesto decir que se encontraban bajo el mismo techo?

Dio un mordisco y la tristeza pareció ser un poco más liviana en ese momento.

Se quedó jugueteando con la cajita entre sus dedos y pensando en cómo a veces todo se conectaba con curiosas casualidades. Entre la pared en la que permanecía apoyada, encontró un agujero que parecía ser la casita de un ratón. Y pidiendo permiso a los roedores que podrían pasar por allí, escondió el envoltorio en el interior como si fuera un secreto.

Mañana podría pensar junto a Ollivander cómo podrían escapar. Seguramente podría ser inútil enfrentarse a una magia tan fuerte y oscura, pero se debía decir a sí misma que las cosas solo eran imposibles si se dejaban de intentar.



18 agosto 2021

Ranas de chocolate - 7

 




7

               A Draco Malfoy siempre le gustó su casa y la opulencia que desprendían todos y cada uno de sus muros. Podía sentir cómo la renombrada mansión perteneciente desde hacía generaciones a su familia desprendía toda la magia que en ella se escondía, rodeada del estilo gótico y pulcro a través de todos y cada uno de los escudos, cuadros, candelabros, cortinas y demás objetos poderosos y bellos de los cuales a su familia le encantaba siempre presumir. Además de eso, cuando el chico estaba en el colegio no paraba de pensar en los planes que tenía preparados para las siguientes vacaciones en su casa, con sus fiestas y reuniones secretas, rodeado de amigos poderosos e influyentes... En su casa siempre fue un príncipe, sentía comodidad y plenitud.

Era su hogar y su fortaleza.

Un paraíso.

Solo había un lugar de la mansión al que el joven Malfoy no se acercaba sin contar las cocinas, ya que ese era territorio exclusivo de sus elfos domésticos y sentía que ahí no se le había perdido nada  el sótano le provocaba mucha tensión y desconcierto… Sabía que antiguamente en él la familia aprovechaba el espacio para practicar todo tipo de magia, a la vez que en ocasiones mantenían cautivos a sus criados y se castigaba allí a todo tipo de transeúntes, tanto si tenían intenciones de robar como si no. Y si resultaba que capturaban a un sangre sucia… no permanecía mucho tiempo entre esas paredes, pero tampoco salían siendo los que eran. La familia siempre quiso que en toda la mansión reinara la pulcritud, y en ese sentido hasta la sangre debía ser la más limpia y digna.

Había que guardar las apariencias.

Para Draco había mucha exageración en cuanto algunos hábitos y tradiciones que se decía que seguían en su casa y en cuanto a otros, daba por sentado que era otra época e incluso pensaba que no estaba mal traer de vuelta algunas viejas costumbres, unas por que las consideraba naturales y otras solo por diversión... Hasta que se vio sorprendido con la visita del Señor Tenebroso anunciando que había decidido hacer de la mansión uno de sus refugios. Desde ese día para el joven comenzó un reinado de terror en el que había sido su lugar preferido del mundo. Ahora para él todas las estancias eran como el sótano, las paredes tenían otros oídos y el sobrio ambiente de majestuosidad se llenó de sombras tenebrosas.

Debía sentirse satisfecho. Había conseguido acercarse a ese mundo que tanto le atraía y para el que le habían educado. Era uno de ellos… El orgullo de su padre, pero se había imaginado todo ese mundo de otra forma, pensaba que sería el dueño de sus actos, pero no era así desde hacía ya mucho, desde que la marca tenebrosa se impregnó en su piel la emoción y el deseo de ese mundo se fue nublando. Nada de eso era un juego y ya había visto morir a demasiada gente.

Lo peor era que tanto él como sus padres se sentían en constante observación, el señor Tenebroso les evaluaba continuamente, les perseguía de forma sibilina. El chico ya no se sentía a gusto ni en su propio dormitorio y las pesadillas aumentaban.

Estaba en su casa pero ya no era nadie, ni él ni sus padres, solo títeres que rendían pleitesía al heredero de Slytherin.

 

Uno de los días más fríos de diciembre, su señor oscuro les convocó en otra de sus frecuentes reuniones para tratar el seguimiento que estaban haciendo a la hora de dar con el paradero de Potter y sobre cómo los mortífagos estaban tomando cada vez a más velocidad el control del Ministerio. Pero para sorpresa de Draco, no se esperaba que se comentara que finalmente por esas fechas se sospechaba que Potter podía regresar al castillo en busca de algo poderoso que le sirviera de arma contra Voldemort. Para estar seguros, se decidió que los mortifagos inspeccionaran el tren que iba de regreso a Londres esa semana y así poder tratar de tender una emboscada a algún sospechoso seguidor de la causa del niño que vivió.

Los mortífagos habían interceptado un tren repleto de estudiantes que regresaban con cautela para lo que se suponía eran unas vacaciones con sus seres queridos.

Draco recordaba esos viajes de regreso a casa con nostalgia, recordaba lo dichoso que se sentía y la cantidad de planes que tenía para pasar con sus amistades más cercanas descansando un poco de la organización que había en ese castillo. Ahora para él todo eso había quedado muy lejos, y pensaba en lo que podían encontrar sus compañeros mortífagos en ese viaje, o a quién.

Sentado en la mesa del gran salón comedor, con su madre a la derecha y su padre a la izquierda, prefería mantener la mirada fija en pequeños detalles de la sala, como en la mantelería o los grabados en madera de la mesa por ejemplo, antes que atreverse a dirigir la mirada a otro sitio si su señor no se lo pedía. Esas reuniones le ponían los pelos de punta. Sobre todo cuando la imponente y peligrosa mascota de Lord Volvdemort les acompañaba. Ya había visto lo que podía hacer a magos poderosos. No sabía cuánto tiempo más podía aguantar la presión.

Ya habían tenido a varios prisioneros en su sótano desde hacía bastante tiempo, no solamente en tiempos de Voldemort. Draco había escuchado historias que incluso le habían gustado acerca de cómo sus antepasados encerraban a quienes no consideraban dignos de pisar sus terrenos en los calabozos de la mansión, pero las historias eran una cosa y vivir la realidad era otra muy diferente. Él nunca había tenido necesidad de frecuentar esas zonas de su casa, las conocía pero nunca hasta esos momentos había tomado tan en serio esas historias que le contaban y la visión que le transmitían ahora era completamente diferente, antes le emocionaba pensar que en la mansión tenían un lugar donde mantener a raya a la gente, donde impartir lo que los Malfoy consideraban justicia, ahora le transmitían una visión triste y escalofriante de la cual ya no se sentía tan orgulloso. Y todo se tornaba más extraño cuando empezó a ver cómo se le daba un uso de nuevo a esas zonas después de tanto tiempo, ahora con la presencia de gente y criaturas mágicas que incluso conocía. Lo peor de todo es que los gritos ya no eran algo imaginario.

               Voldemort bajaba de vez en cuando a interrogar al viejo Ollivander, quien parecía llevar allí ya una eternidad. Su tia Bellatrix por su parte se encargaba de que junto a la celda del experto en varitas hubiera alguien de vez en cuando también, gente que consideraba espías, transeúntes, carroñeros, pero nadie había permanecido tanto tiempo como el anciano. Draco conocía el lugar y sus recovecos, pero ahora con “huéspedes” no se asomaba por allí a no ser que su familia se lo pidiera y agradecía que no hubieran hecho aún que entrase dentro de sus tareas visitar el sótano.

               Durante la reunión, el chico estaba intentando poner toda la atención en bloquear su mente para que nadie pudiera practicar Legeremancia con él -eso era lo único bueno que podía agradecerle a su tía en esa época-, pero no estaba preparado para lo que se había acabado de anunciar como último punto; Draco había presenciado el paso de conocidos por su casa, había visto lo peor, en su mente no se hacía a la idea de que durante esa cruzada por la limpieza y pureza de sangre podía tener como prisioneros bajo el mismo techo a antiguos profesores y compañeros de Hogwarts.

El señor tenebroso no consideró a Luna Lovegood suficientemente digna de estar en su presencia, poco le importaba el caso de una familia de traidores a la sangre, por la cual no merecía muchas atenciones, pero sí algo que les mantuviese a raya. Por eso, tal y como ordenó para el resto de magos que se atrevían a salir en defensa de Potter y de los organismos que ahora controlaba el nuevo ministerio, decidió dar la orden a sus mortífagos de investigar y darle a Xenophilius Lovegood dónde más le podía doler como hacían tanta otra gente. De esa forma quizá el redactor de esa extraña revista podría retractarse de sus palabras y recapacitar para ayudar en la misión de limpiar el mundo mágico.

Tal fue la sorpresa de Draco que tuvo que contenerse y concentrarse el doble para que nadie pudiera leer ni su mente ni su expresión tras el resumen de la misión en el tren a Londres de aquel día. La chica fue hechizada para que no opusiera ninguna resistencia, rompieron su varita para enviarle la mitad al traidor a la sangre de su padre junto con una carta informando de su secuestro, la dejaron inconsciente durante el camino a la mansión y la llevaron directamente hacia el sótano, en la celda contigua de Ollivander. Una nueva visitante.

Cuando la reunión acabó, Voldemort volvió a desaparecer con su serpiente dejando una sensación de frío en el interior del muchacho.

La sala se iba vaciando poco a poco y él intentaba mantener la compostura por sus padres.

-Draco, ¿conoces a esa chica de? –le preguntó su madre en voz baja mirando a su alrededor comprobando que madre e hijo se habían quedado por fin solos.

-No… Bueno, de vista –respondió titubeante mirando a la chimenea en vez de al rostro de inquietud, alerta y suspicacia que tenía Narcissa, el cual últimamente no cambiaba demasiado esas expresiones.

-Es que, se dice que más que una colaboradora, puede ser una amiga cercana de Potter, y, si así fuera, podría servir de ayuda para capturarle –explicó pensativa-. Si les diera alguna información… Puede que todo se terminase más rápido.

¿Y cómo pretendían conseguir esa información? Si Lord Voldemort no se encargaba de ella entonces lo haría su tía. Y no sabía qué podía ser peor.

-Solo es una niña solitaria… No sé qué relación tendría con Potter, madre, el colegio es muy grande... Y ni siquiera es de mi año.

-Entonces es más joven… -Narcissa pareció poner una cara de preocupación y sorpresa tras decir eso- Eso me pareció cuando la vimos entrar. 

Eso último sorprendió a Draco otra vez, no sabía que sus padres habían visto entrar a sus compañeros mortifagos con la chica, pero, por otro lado, entendía que aún eran los dueños de la casa y querían saber quiénes iban a ser sus "huéspedes" cuando pasaban ese tipo de situaciones incómodas.  Él les había acompañado en alguna ocasión en la que no se podría librar ni por Volvermor ni por su tía, pero siempre que su madre podía evitaba que Draco presenciase ciertas cosas. Y siendo sincero con él mismo, agradeció a su madre que no le hubiera hecho bajar a comprobar quién había llegado en esas condiciones. Era mucho por asimilar.

-Bueno –continuó su madre lanzando un leve suspiro-, mejor que sea así y que no hayas tenido relación. No es bueno que te involucren en muchos conocidos de Potter, pero si tuviera algo que decir…

Ahora todo tenía doble filo para los Malfoy, porque si colaboraban y se mostraban fieles, el señor tenebroso siempre les humillaba y les acusaba de tener miedo y segundas intenciones. Por eso si conocían a alguien era mejor decirlo abiertamente, pero en el momento adecuado y eso acababa siempre mal, para los Malfoy y más para la persona del calabozo.

No sabía por qué pero la situación le iba frustrando cada vez más, siempre se había sentido intimidado y asombrado ante la llegada de la gente a los calabozos, pero esto no se lo esperaba.

En ese momento no consideraba un motivo de peso decir que la conocía y que habían hablado un poco, porque hasta esos momentos parecían borrosos para él en ese instante. No merecía la pena. Y si decía que era amiga cercana de Potter, bueno, eso por un lado debían intuirlo al leer lo publicado en su revista, pero él no había repasado esos artículos en defensa de Potter con otra intención que no fuera burlarse.

Ella era un punto en enorme patrón más complicado que todo lo que se podía imaginar el chico.

Todo el mundo quería sobrevivir en esa casa.

Esa noche fue una de las peores que pasó en la casa, no se atrevió a salir de su cuarto el resto de la tarde y buscaba maneras de mantenerse ocupado y abstraerse, Tampoco bajó a cenar, puesto que ciertas rutinas no era necesarias compartirlas con todos los mortífagos en conjunto, pensaba que ya había tenido suficiente con la reunión de esa mañana y se disculpó con su madre diciendo que estaba algo indispuesto, cosa que tampoco era del todo mentira, solamente lamentaba dejarla sola.

               Se tumbó en la cama y permaneció un buen rato mirando al techo intentando controlar su respiración.

Hacía mucho que no la veía, tenía recuerdos vagos de ella…

No se atrevía ni a susurrar su nombre por si acaso.

Pero sus ojos… estaban grabados en él.

Era una niña inocente, ingenua y distraída, y que, al parecer, no había sabido elegir a sus amistades, por ello estaba allí. Prefirió a Potter, como casi todo el mundo, y no sabía por qué ese pensamiento le empezaba a molestar un poco. Era rara, no sabía qué podía esperar de ella, ni se imaginaba cómo iba reaccionar durante su cautiverio.

¿Sabría Lovegood que la habían traído a su casa? Ese pensamiento le hacía estar más inseguro y avergonzado. Esperaba que si se enteraba de donde estaba, ella no lo asociase todo exactamente con él. Se tapó la cara con una almohada para bloquear ese pensamiento. Tampoco entendía por qué se sentía así.

Pasara lo que pasara esperaba que Lovegood aguantase, pero que no se tuviera que encontrar con esos ojos por si se terminaban apagando de alguna forma.

 

Sin darse cuenta, Draco Malfoy se había dejado llevar por los brazos de Morfeo. No se había dado cuenta de lo cansado que estaba hasta que su cabeza se posó en la almohada y de la nada cayó en la oscuridad total.

De la nada se encontraba un extenso y frió pasillo, parecido a los del castillo de Hogwtars, en el cual según iba avanzando se iban encendiendo antorchas a los lados de las paredes; En la lejanía observó un destello dorado, parecido al que desprendía la snitch en los partidos de Quidditch, y sintiendo cómo le embargaba la curiosidad, decidió seguirlo avanzando a paso ligero por el corredor. Tras un momento, se dijo que finalmente debía estar en la escuela puesto que al final del pasillo siguiendo el rastro dorado, llegó a una amplia aula que le resultaba familiar, pero que a la vez le parecía algo extraña, ya que en el medio de la fila de pupitres se encontraba un enorme y alto espejo.

El destello se detuvo justo frente al objeto que más desentonada con la clase y Draco decidió avanzar extrañado y con cautela a contemplar el reflejo. Al principio, como esperaba, se observó a sí mismo, y no se sorprendió de lo que iba a encontrar; era el reflejo del Draco que había estado observando esos meses: sombrío, pálido, cansado, con un elegante traje de chaqueta que podría ser la envidia de todos los magos jóvenes, sí, pero con un semblante casi demacrado.

No le gustó lo que vio y parecía que el reflejo hablaba por él y le mostraba una mueca de desagrado.

Se reparó un poco y comenzó a observar con detenimiento el espejo, podía ver cómo en la parte superior que estaba más decorada había unas palabras grabadas:

“Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse”.

El chico no entendió nada de la inscripción y no se detuvo a pensar mucho en ello. Pues cuando volvió a fijar la vista en el reflejo, este empezó a cambiar lentamente. A parte de verse a sí mismo, esta vez se sorprendió al ver el reflejo de Luna Lovegood a sus espaldas, sobresaltado, se giró de inmediato, pero, no entendía por qué, la chica no estaba. Parecía que solo se proyectaba en el espejo, iba caminando con aire descuidado y sonriente y Draco pudo observar que llevaba puesto el uniforme de la escuela junto con sus extraños accesorios en el cuello y las orejas. Se detuvo junto al Draco del espejo que imitaba los movimientos del chica desde el otro lado.

Era como observar una fotografía mágica. Luna le devolvía la mirada, como si en ella no hubiera ningún rencor, ni reproche, y él de repente ya no sentía tanto frío ni se veía tan cansado en el espejo. La chica se sacó del bolsillo de su túnica envoltorio de chocolate con forma de cajita pentagonal, como el que le dio en su segundo año a él y como todos los demás que había parecido estar intercambiando inconscientemente. De repente, el destello dorado que Malfoy había estado persiguiendo dejó de levitar ante él y se transformó en una cajita similar y se posó en su mano.

-Lovegood -dijo él aun a riesgo de que pareciera que le hablaba a la nada– lo siento…

La chica le miró ladeando la cabeza y fijó su mirada en el Draco del espejo para darle el envoltorio a él y sin decir nada la chica fue desapareciendo lentamente tal como apareció en el espejo caminando hacia el aula opuesta dando saltos y despidiéndose a lo lejos con la mano.

Pero él no quería que se marchase… Por lo que tocó el espejo esperando así poder llegar al otro lado y tras ello, todo se tornó oscuro de nuevo…

 

Se despertó empapado en sudor frío, confuso, todo había parecido tan real, podría decir que había sido algo más que un sueño lúcido. Podía escuchar su voz, su respiración, notar cómo los ojos centelleantes se posaban en él y cómo el olor a chocolate le venía a la mente.

Pensando en todo ello se incorporó en la cama, se frotó los ojos y observando la luz de la luna reflejada que se colaba por las cortinas de su dormitorio, tomó aire e intentó reponerse.

Y de repente, todo lo que empezaba a ver borroso, lo comenzaba a recordar con claridad, cómo una niña invisible le había hecho dar tantas vueltas a su mente en pocos momentos y pocas palabras cruzadas.

Poco a poco volvió a sumirse en un sueño profundo sin importar cuantas horas le quedaban para despertarse.

 

19 julio 2021

Ranas de chocolate - 6

 



6

Eminencias.

Una noche para dejar fluir el espíritu navideño, olvidarse del frio y conocer a gente muy interesante.

Todo el castillo estaba al corriente de la gran y exclusiva fiesta navideña del profesor Slughorn y para Luna Lovegood estaba siendo una velada muy entretenida. Se lo estaba pasando en grande y agradecía mucho a Harry que le hubiera pedido asistir a la fiesta solo como amiga.

Ese día había tenido que soportar alguna mirada de desdén por parte de alguna compañera de su sala común y de otras chicas al parecer muy admiradoras de Harry mientras esperada a su acompañante en el vestíbulo pero, quitando esos extraños encontronazos que suponía iban seguidos de algún comentario no tan velado, a Luna le había hecho mucha ilusión que uno de sus mejores amigos la invitase a una fiesta ya que no pudo asistir al baile de navidad del Torneo de los tres magos.

Estaba conociendo a personajes muy interesantes del mundo mágico, y lo que más le estaba gustando era el poder debatir interesantes teorías conspiranoicas con ellos. Entendía que Harry estuviera tan solicitado esa noche y las veces que regresaba con ella le pedía disculpas por ausentarse, pero Luna le decía que no se preocupara, pensaba que debía ser difícil estar en su posición y como amiga debía dejarle su espacio.

Se dejaba llevar por la conversación, a veces se paseaba por la recargada estancia disfrutando de la música observando con detalle la decoración navideña, los retratos y recortes de fotografías y demás artículos coleccionados por el profesor de pociones.

Se sentía como en un museo. Siguiendo una gran vidriera de imágenes y recuerdos llegó caminando lentamente hacia una esquina del despacho que daba a un balcón con tupidas cortinas y donde podía encontrar una de las muchas mesas de catering que el profesor Slughorn había procurado cuidar al detalle para todos sus invitados. Estaba llena de fuentes con pirámides de aperitivos y bandejas con copas de varios licores y refrescos.

Pudo encontrar una torre llena de dulces típicos de navidad y otra de los más famosos entre los jóvenes. Había una bandeja entera de cajitas de ranas de chocolate y se decidió por coger una. Mientras la saboreaba esperaba ver si podía encontrar a Harry por allí antes de decidirse a coger algo de beber para ella sola. Analizaba la estancia intentando vislumbrarle a lo lejos y tras un rato ahí parada esperaba que su amigo no se molestase por tomar algo ella primero, ya que la sed se había empezado despertar en ella. 

Al acercarse a otra bandeja, se sobresaltó levemente al notar cómo de repente unas manos coincidieron con ella a la hora de coger una copa de la mesa. Al alzar la vista pudo visualizar un elegante traje con solapas, un atuendo casual pero parecía apropiado para esa velada, poco a poco fue elevando la mirada hasta toparse con el rostro de Draco Malfoy, quien parecía contemplarla tan analíticamente como ella lo hacía con él. Este esbozó una media sonrisa irónica y le dijo con suavidad observándola de arriba abajo:

-Vaya... –soltó una leve risa- Ahora al menos esta vez estás despierta para una fiesta, Lovegood.

-Ahora al menos esta vez no me apuntas con una varita –señaló la muchacha en un susurro alejando la mano de la copa que ambos habían ido a buscar con una mezcla de rencor al recordar lo que ocurrió en su encuentro en el lago con el muchacho y de rubor por el comentario, ya que no sabía a qué venía.

El chico frunció el ceño y la miró con incredulidad tras notar que ese tipo de reacción no parecía usual en ella.

Al parecer, ninguno se esperaba el comentario del otro.

Fue él quien finalmente cogió la copa de la mesa, pero no se apartó de ese sitio tal como la chica suponía que haría. Malfoy se bebió la copa casi de un trago y a Luna le invadió una sensación entre sorpresa y desconcierto; el chico no tenía muy buena cara, estaba algo pálido y con aspecto de no haber dormido bien o de que esa noche había tomado algo que… no debió tomar.

-¿Malfoy, te encuentras bien? –le preguntó tras un instante al ver cómo el muchacho no paraba de mirar a todas las esquinas de la estancia, como si estuviera en guardia evitando o esperando a alguien.

-Perfectamente –le dijo apurando el resto de la copa-. Tú no me has visto –susurró acercándose a Luna hablándole al oído y poniéndole la copa de hidromiel entre las manos.

Eso produjo en la chica un pequeño escalofrío. Al separarse de ella él rozó su rostro con un mechón del cabello de la chica. Y los enormes pendientes de la joven centellearon.

Él olía a hidromiel con un toque de menta y ella a chocolate.

 Tras eso, Draco se escabulló por una de las cortinas que decoraban el gran despacho y no dejó rastro. Al parecer no daba la sensación de que el joven Slytherin hubiera sido invitado a la fiesta, ya que cuando Filch pasó cerca el chico reaccionó a toda prisa.  

La chica dejó la copa vacía en la mesa junto con el cromo de ranas de chocolate que le había tocado en la cajita y se quedó mirando a Filch de reojo.

Un instante después, desde el otro lado de la sala escuchó cómo Harry la llamaba:

-Luna, perdona que te haya dejado sola, es que el profesor Slughorn ha empezado a presentarme a antiguos alumnos suyos y sin querer me he entretenido. Lo siento mucho –el muchacho parecía bastante apurado.

-No te preocupes, Harry, es normal –le dijo ella encogiéndose de hombros sin darle importancia al asunto.

-¿Has estado aquí sola todo el rato?

-Qué va… He estado dando una vuelta y charlando con ese vampiro tan interesante, el tal Sanguini, un rato y luego me he entretenido mirando los cuadros de estas estanterías y me he pasado por aquí a ver si te encontraba.

-Oye, ¿te apetece tomar algo? Creo que en la otra esquina me ha parecido ver a Hermione. Podemos dar una vuelta por allí.

-De acuerdo –respondió Luna complacida–. Estaba tan entretenida dando vueltas que aún no he bebido nada.

Harry cogió dos copas, le ofreció una a su amiga y después comenzaron a mezclarse de nuevo entre los asistentes a la fiesta. En ese momento, Luna recordó algo y se dio la vuelta para recoger de la mesa el premio que le había tocado en la cajita de ranas de chocolate y pudo ver medio de espaldas cómo Draco se encontraba escondido entre la puerta que daba al extenso balcón del despacho. Él al percatarse le lanzó a la chica una mirada de desconfianza y Luna se limitó a seguir su camino detrás de Harry.

Ella no le delató, no pretendía meterse en sus desventuras. Mucho más tarde, la chica presenciaría cómo el joven Slytherin era expulsado de la fiesta al haber sido atrapado por Filch, al parecer el joven bajó la guardia, por lo que fue escoltado por el profesor Snape con mucha prisa y expuesto ante las miradas curiosas.

El resto de la noche para ella transcurrió con normalidad, Harry volvió a desaparecer un par de veces pero tuvieron tiempo de escuchar buenas canciones del repertorio de las Brujas de Macbeth y, después de la fiesta, la chica prefirió quitarse los zapatos para regresar a su sala común.

 

08 julio 2021

Ranas de chocolate - 5


 5

Era una tarde oscura y lluviosa, las clases habían transcurrido con normalidad y parecía que a todo el mundo se le había ocurrido la misma idea de refugiarse de aquel temporal en la biblioteca. Todo eran murmullos, sonidos de páginas pasadas, plumas escribiendo, libros encantados saliendo y entrando de su sitio en las estanterías y el continuo y sonoro repiqueteo de las gotas de lluvia cayendo en los cristales junto con el crepitar de las velas y chimeneas que hacía que los estudiantes se envolviesen en un ambiente casi de tranquilidad y protección.

Aunque esa grata sensación no era igual para todos.

Malfoy no solía frecuentar mucho la biblioteca, no era su plan ideal para pasar la tarde. Sabía que en ese momento le venía bien estar en otro sitio más alejado, pero por un lado se decía con pesar que debía actuar con cautela y guardar las apariencias, aunque eso supusiera tener que aguantar otro año escolar en Hogwarts. Ya se había determinado un plan y un futuro para él y su familia… Debía centrarse en la misión o lo perdería todo… Entonces, ¿para qué perder el tiempo en un extenso y tedioso trabajo de Transformaciones? Sentía que estaba inmerso en una fachada, una doble vida, por un lado, la de alumno que perdía el tiempo y por otra, de lo que le depararía llevar esa nueva marca en el brazo… Y, aunque no lo diría jamás en voz alta, aunque hubiera empezado a odiar ese castillo, a veces le gustaba centrarse en su papel de alumno, olvidar la pesada carga que llevaba encima y centrarse en cosas cotidianas del antiguo Draco. Aunque fuera un absurdo y aburrido trabajo en la biblioteca.

Todo eso daba vueltas en su cabeza mientras jugueteaba con una pluma sin tinta entre los dedos. Estaba en ese momento rodeado de su grupo en la zona más alejada de la entrada y del gentío, cercana a la sección prohibida, así que pensaba que podía meditar con tranquilidad en sus siguientes pasos para su misión, ya que los deberes y el trabajo en grupo de aquella tarde en cierto modo le tenían sin cuidado, encontrarían la manera de acabarlo lo más rápido posible, copiando, plagiando o sobornando a alguien competente.

Crabbe y Goyle garabateaban en pergaminos, Zabini estaba inmerso en una obra de su autor favorito, Pansy parloteaba junto con Millicent Bulstrode  sobre el último cotilleo de la sala común de las serpientes y Draco permanecía apartado de todo eso en una esquina de la mesa.

Al principio se encontraba a gusto pero el estrés aumentó cuando empezaron a entrar grupos de estudio de otras casas y el murmullo iba a más. Para su pesar, a un grupo de Gryffindors no les quedó más remedio que ocupar la mesa que los Slytherin tenían a su izquierda y más incómodo fue que ese grupo estaba compuesto por el sucio Potter y su par de amigos. Ahora tendría que aguantar las miradas de desdén de Potter, que parecía que ese año se había propuesto ser una lapa y estar encima de él, espiándole como un detective. Le había dado por creerse el Elegido y Draco solo podía pensar en partirle la nariz otra vez. Además de él estaba viendo que tendrían que soportar a la pesada de la sangre sucia dando un sermón a la comadreja mientras se creía mejor que el resto enorgulleciéndose de ser una rata de biblioteca.

Uno de los motivos por los que había querido sentarse en esa zona era porque tenía la sección prohibida más cerca y podría colarse para buscar alguna idea o inspiración para su pesada misión, pero con esos tres ahora pensaba que le sería más difícil. No podría soportar al cotilla de Potter siguiéndole por las estanterías, pensaba que si se le llegaba a encontrar le lanzaría una maldición...

               Todo era más incómodo aún cuando se empezó a notar que a pesar de los susurros, ambas mesas escuchaban bien lo que se comentaba en la de al lado como si estuvieran todos sentados juntos.

Draco prefirió distraerse tachando libros de la lista que tenía en las manos pensando en un medio para ver cómo los podía coger de la biblioteca sin que nadie se enterase. Su paz se vio definitivamente rota cuando empezó a escuchar una tonta retahíla de comentarios entre Pansy y Granger.

               Al parecer, de repente, la Gryffindor sacó un gran grupo de pergaminos y los fue colocando con cuidado sobre su mesa sin percatarse de que se le había caído de entre el montón un pequeño y antiguo ejemplar de la revista El Quisquilloso, fue a recogerla pero para su pesar, cayó cerca de las chicas de Slytherin y se tuvo que levantar a por ella comenzando así una tonta discusión:

-Esa revista no vale ni para envolver pescado, como para hacer caso a la familia chiflada que la edita. ¿Cómo te puedes fiar de alguien que lleva rábanos en las orejas? –comentó Pansy esperando que la escuchasen bien. Su amiga soltó una leve carcajada y ambas lanzaron a Hermione una mirada de suficiencia.

-Dudo mucho que sepas envolver pescado, pero bueno… -respondió la muchacha. Una cosa era que los Gryffindor pusieran en duda a El Quisquilloso y otra que otros se metieran con Luna, a pesar de qie la chica no solía frecuentar mucho su grupo.

-Te la estás jugando, Granger –advirtió la grandullona de Milicient.

-No me digas –se encaró Ron en defensa de su amiga.

-Se acabó –Hermione lanzó un hechizo silenciador que hizo que los Slytherins no pudieran escuchar  lo que los Gryffindor comentaban en la mesa de al lado y solo se rompía si alguien entraba en contacto con la zona silenciada.

Eso les permitió estar a gusto otro rato, pero las miradas de desdén seguían siendo visibles. Y en ese momento, tras esas breves palabras y la imagen de la revista, Malfoy recordó el último contacto directo que tuvo con Lovegood y sintió algo en su interior que no le gustó.

-Vaya, como si me importase lo que esos leones piensen de nosotros –refunfuñó Pansy reconociendo de qué trataba el hechizo- ¡Pues si hacemos ruido os aguantáis! Que para eso hemos llegado aquí antes que vosotros.

-Pansy –interrumpió Malfoy queriendo que cesara su retahíla y que simplemente se limitara a ignorar a la chusma-. Tengo sed, tráeme agua.

-Enseguida, Draco –respondió la chica dando media vuelta para mirarle y cambiando por completo su estado de ánimo. La joven se levantó obediente.

 

((-Qué penoso es que los Slytherin se consideren tan superiores y que a la vez tengan aptitudes tan machistas –señaló Hermione pasando las páginas de un libro enorme con el ceño fruncido.))

 

-Oíd, no es por nada, pero deberíamos ponernos ya con el trabajo –comentó Zabini al cabo de un rato cerrando su libro.

-Ya te has terminado tu novela, ¿no? –asumió Pansy arqueando una ceja.

-No, me queda un poco, pero es que para leer aquí prefiero irme a los sofás de la sala común… Cuanto antes nos lo quitemos de encima mejor.

-¿Y por qué no lo acabas ya?

-Porque prefiero disfrutar de las cosas que me gustan poco a poco, Parkinson –dijo el chico mostrando una seductora media sonrisa.

-Vaya cosa, con un libro… -añadió Millicient y ambas chicas rieron junto con Crabbe y Goyle.

Aunque las serpientes no podían escuchar nada de la converdsación de los leones la cara de Hermione hablaba por sí sola tras el comentario:

((-¡Por Dios! ¡Esto es una biblioteca…! -dijo escandalizada de la reacción de los Slytherin.

-Pero ignórala -dijo Ron sorprendido de que su amiga entrase al trapo.

-Es que no puedo con ciertas estupideces… -le susurró con exasperación.

-¿Por qué susurras ahora? Si no te oyen –señaló Harry.

-Por respeto a la biblioteca –respondió la chica con solemnidad.))

 

-Vaya, este no es el ejemplar que nos hace falta –comento Milicient- tenemos que volver a por el siguiente número.

-Déjalo –dijo Draco cuando vio que estaban dispuestos a moverse para localizar el libro-, mejor lo busco yo, vosotros acabad de copiar ese pergamino.

Necesitaba ponerse en pie y alejarse de ese estúpido escenario y tanto de sus enemigos como de sus amigos, perderse un poco entre las estanterías, porque si no sentía que sería capaz de empezar un duelo con Potter aunque un hechizo silenciador reinase entre ambos. Aprovecharía para buscar libros sobre venenos y encantamientos que tenía en mente en lo que buscaba el ejemplar para el trabajo. Seguramente tendría que lanzar algún hechizo aturdidor a algún curioso.

zLlevaba ya un buen rato buscando entre varios pasillos y le agradó ir viendo menos gente. Cuando tuvo un par de libros de venenos en su poder y uno  sobre hechizos para la mente decidió buscar un sitio donde ojearlos sin ser observado. Encontró lo que parecía un recoveco una esquina de la biblioteca que formaba un acogedor cubículo de estanterías donde solo podías salir por donde habías entrado. El pequeño espacio estaba iluminado por una gran cristalera con un alfeizar lleno de objetos de decoración: bustos, un globo terráqueo que mostraba las fosas marinas más encantadas un pergamino enorme y  algún trofeo, debajo del mismo había una amplia mesa y una silla. Pensó que era un sitio bastante íntimo donde poder echar un vistazo a lo que había logrado seleccionar. Soltó su cartera en la mesa y empezó a sacar de la misma varios títulos.

Sacó además una cajita de ranas de chocolate, que llevó esa mañana a clase y que se le había olvidado guardar en su dormitorio antes de ir a la biblioteca y se quedó observándola con sorpresa un momento. La dejó apartada a un lado de la mesa y cuando se dispuso a sentarse para leer el índice del primer libro con rapidez una vocecilla le sobresaltó:

-Me parece que, según las normas de la biblioteca, está prohibido comer.

-¡Pero, qué diablos! –exclamó Draco. El chico pegó un salto en su silla y maldijo en voz alta buscando a la causante de su sobresalto, al parecer no se había dado cuenta de que ese rincón ya estaba ocupado, pero podía jurar que al principio no había visto a nadie. Miró a su izquierda y la vio en el suelo:

Luna Lovegood y sus rarezas…

La chica estaba tumbada boca arriba y tenía las piernas apoyadas en alto en la estantería que tenía de frente y sin zapatos: Parecía leer absorta de todo y sin importarle lo que dijesen los que por allí pudieran pasar a buscar algún libro o si por sorpresa decidía pasar la bibliotecaria. Tenía el pelo suelto y desparramado por el suelo y la túnica en sendos tirabuzones rubios, sostenía en sus manos un libro no muy liviano y por lo que él podía apreciar lleno de ilustraciones. Sus piernas alzadas y en cruz, eran delgadas y estaban cubiertas por unas medias negras tupidas y por los pliegues de su falda. Estaba ridículamente cómoda. Y dejaba ver una silueta que al chico no le desagradaba sino que le dejaba extrañado preguntándose por qué la estaba contemplando tanto rato. De repente ella apartó la vista de su libro y le lanzó una mirada que al estar del revés hacía que sus ojos fueran más saltones y el Slytherin reaccionó sintiendo cómo ella le lanzaba un enorme interrogante el cual no supo ni quiso responder, en su lugar se puso a la defensiva:

-No estaba comiendo, pero, ¿qué más te da a ti? –Cuestionó Malfoy esta vez en susurro moderando su sobresalto anterior- ¿Es que acaso vas a delatarme?

-Para nada. Estoy demasiado entretenida leyendo un capítulo sobre las sirenas mitad ave y mitad mujer –dijo Lovegood volviendo a su libro.

-¿Por eso estas bocabajo? ¿Estás esperando a que te salgan alas o aletas? –preguntó el chico con sorna.

-Sería interesante, pero mejor un día que no llueva tanto...

Ahora Malfoy estaba indeciso; por un lado la chica entorpecía su momento para echar un vistazo a los libros, no sabía hasta qué punto podía quedarse ahí sin que ella le observara, y por otro ya había pasado bastante tiempo desde que había dejado a su grupo de Slytherins y no le hacía gracia que la gente le viera compartiendo espacio con Lovegood y se hicieran ideas equivocadas.

Se quedó pensando un instante tapando los libros con discreción por si a la chica le daba por volver a alzar la vista. Aunque se notaba que había bastante distancia entre ellos y que no estaban tampoco a la misma altura para que la chica pudiera ver todo lo que había en la mesa no se quería arriesgar. Sí había visto la cajita de dulces podía darle por curiosear o ponerse en pie.

Draco deliberaba qué hacer mientras contemplaba inquieto la lluvia a través de la ventana.

-Me parece que algo a parte de la tormenta ha interrumpido un importante pensamiento en ti –volvió a comentar la Ravenclaw.

-Lovegood, necesito estar solo –le respondió finalmente en un tono serio.

-Tranquilo. Las tormentas nos afectar a todos, no me molestas –respondió la Ravenclaw pasando una página.

-¡Pero tú a mí sí! Y la biblioteca está llena.

-¿No se te ha ocurrido que podríamos compartir el espacio? Aquí hay sitio para al menos tres estudiantes.

-Tú ni siquiera sabes estar bien sentada, ¿cómo me aseguras que no me vas a molestar?

-Sin embargo, creo que yo estaba aquí antes. Es curioso, porque creo que ya hemos tenido una conversación parecida en otra ocasión… -comentó Luna con la atención puesta en su libro y con un tono más pensativo.

-Oye, no estoy de humor y tengo prisa –obviando el último comentario de la joven con algo de vergüenza.

-Ya veo, parece que estás como la tormenta de afuera. Pero si de verdad necesitas este espacio para trabajar igual que yo, creo que le podrás sacar partido independientemente de que yo esté leyendo en una esquina.

-¿Y eso cómo me lo aseguras? –preguntó él arqueando una ceja cansado.

-Tendrás que fiarte de que puedo ser invisible como algunos me consideran.

-Sí, pero no he hecho más que poner un pie aquí y ya me estás quitando tiempo y cotilleando lo que hago y leo.

-Doy por hecho que tienes libros porque estamos en la biblioteca, pero lo demás es cosa tuya.

-Por Merlín, ¿es que tienes respuestas para todo?

-Según lo que me planteen –contestó la joven encogiéndose de hombros.

               Malfoy sabía que no tenía tiempo que perder. Se limitaría a copiar en un pergamino encantado que solo pudiera leer él algunos títulos de los libros que había seleccionado con mucha discreción, lo que le hizo tardar unos minutos en recopilar algunas notas sin quitar ojo a Lovegood, que parecía que podía evadirse por completo e ignorarle. Pero él trataría continuamente de mostrar una fachada de alumno normal sin sacar nada más de su cartera. No era prudente darle a una chica que frecuentaba la compañía de Potter ningún tipo de información, ni siquiera visual, por lo que debía ser rápido y devolver los ejemplares a su sitio en la biblioteca y regresar con su grupo cuanto antes con alguna escusa.

Por un momento se sintió muy inquieto y observado, pero el resto del tiempo que el chico pasó ahí pareció que la joven mantenía su palabra de que no le iba a molestar más. De vez en cuando él le lanzaba alguna mirada sospechando y reacio a que se pudiera acercar, pero la chica parecía absorta en su lectura y no sabía por qué, pero había conseguido contagiarle un poco esa tranquilidad.

De toda la gente que ese día le andaba dando la lata Luna Lovegood parecía que era de lo menos pesado, aunque por su forma de hablar tan impertinente para él, en otra ocasión en la que no estuviera tan comprometido buscando libros prohibidos o que le dejasen en evidencia, podría haberla amenazado para salirse con la suya y que le dejase en paz, hasta podía haberse quejado a la bibliotecaria para decir que la chica estaba montando un espectáculo con su tonta manera de ponerse a leer.   

Al terminar su tarea, el joven Malfoy simplemente se alejó de ella recogiendo sus cosas discretamente y mirando a la chica con extrañeza cruzó el pasillo, le parecía increíble que pudiera estar ahí tumbada como si nada tanto rato. No obstante, se quedó observándola por un hueco de la estantería para ver qué hacía. En ese momento se dio cuenta de que se había olvidado de recoger la cajita de ranas de chocolate que había sacado de su cartera, pero no le dio importancia a unos simples dulces.

Lovegood en ese momento se empezó a incorporar mirando a su alrededor como si buscase algo o a alguien. Parecía que se acababa de dar cuenta de que el muchacho se había marchado y observando su libro comenzó a ponerse en pie y a buscar mirando entre las cosas que había dejado por el suelo. Se acercó a la mesa y observó la caja de chocolatinas de Draco. Este seguía sus acciones atentamente desde fuera del cubículo en la estantería, viendo cómo se movía de forma patosa y distraída y pensando que se llevaría la caja para ella y se sorprendió al ver que solamente cogió un envoltorio de una de las ranas que ya estaba vacío y lo utilizó como marca páginas para su libro aplastando un poco el cartón. Sonriente, se puso los zapatos, cogió su bolso y se marchó tranquilamente hacia la entrada de la biblioteca con el libro con la página señalada.

El joven Malfoy la siguió con la mirada con incredulidad pensando en el uso tan raro que le daba a algunas cosas y se sorprendió a sí mismo lanzando una leve risa tras toda esa escena presenciada.

“Esa chica es un cuadro…” -pensó                                      

Decidió que definitivamente era momento de regresar con las serpientes y ya volvería a darle vueltas a su plan. 

A lo mejor era cierto eso de que las tormentas afectaban a todos.