26 abril 2020

Ranas de chocolate 1




RANAS DE CHOCOLATE

(Draluna)



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1

Un tren atestado de voces.

Ella no presta atención al bullicio ni a las palabras, se deja llevar por el traqueteo, deja que los raíles la lleven al lugar que desde ese día será su segunda casa.
Está en el pasillo en medio de todo.

Al parecer, no hay sitio para ella y sus revistas en ninguno de los compartimientos, pero piensa que a esas horas se lee mejor fuera con la luz natural entrando por las ventanas sin cortinas. Lo malo será cuando anochezca y baje la temperatura y deba ponerse la túnica. Pero, por otro lado, será la primera en enterarse de cuándo pasa la señora del carrito de los dulces.

Siempre se ha arreglado muy bien sola, pero debía de admitir que en casa la soledad se vive de una manera más placentera que en ese pasillo.

Se había despedido de su padre con una gran sonrisa en el rostro y el corazón lleno de emoción por la nueva aventura que se le presentaba, y pensaba que este primer traspié de no haber logrado conseguir un buen sitio en el tren solo era eso, algo que no ensombrecería su viaje por nada.

A pesar de todo, se encontraba cómoda, había logrado conseguir la postura adecuada en la esquina junto a la puerta que conectaba un vagón con otro, colgaba su chaqueta en uno de los pasamanos de la ventaba, llevaba puestas sus espectrogafas de color rosa, a un lado tenía su mochila repleta de llaveros y amuletos de recuerdo de muchos viajes que le hacían pensar qué otros recuerdos podría encontrar en el castillo de Hogwarts durante el tiempo que iba a pasar en él y donde los pondría, y a su otro lado pegado a la ventaba tenía esparcidas varias revistas y un cuaderno de dibujo. Había pintado en él durante las primeras horas del trayecto varios seres mágicos que según ella pululaban por el pasillo y sin las gafas que llevaba puestas serían muy difíciles de detectar.

Algunos alumnos del vagón habían estado cruzando el pasillo de un lado para otro, para ir a charlar con los de otros compartimientos o para ir al servicio. Siempre veía pequeños grupitos de gente, pero nadie parecía reparar mucho en su presencia.

En esos momentos ya todos los pasajeros se habían acomodado y acostumbrado al tren. El sol brillaba a pesar de que en Londres hacía mal tiempo y todos habían encontrado cómo pasar sus horas de viaje al menos en esa zona.
Tenía las piernas cruzadas para dejar paso a quien apareciese, pero aún así casi la pisan en el momento en el que la puerta del vagón se abrió de repente y una voz la sacó de su lectura de un sobresalto:

-¡Eh, mira por donde andas, niña!

-Curioso que seas tú quien lo diga, ya que no soy la que se ha movido… -respondió despegando los ojos de su revista para identificar al portador de los relucientes zapatos negros que acababan de hacerle una carrera en sus medias estampadas con ojos de todos los colores... sus favoritas por el momento.

-Estás en medio del pasillo, ¿cómo no quieres que te lleve por delante?

-Deberías mirar hacia el suelo con más frecuencia, a estos bichitos les gusta meterse dentro de los calcetines –dijo ella señalándole una ilustración de la página que estaba leyendo mostrándole un dibujo de lo que parecía un ciempiés con alas.- Por eso suelo llevar medias.

-¿Y el cerebro, te lo sueles poner de vez en cuando? –espetó el chico observando la página de la revista entre asqueado y analítico.

-Te aseguro que tú si lo llevas porque ahora mismo tienes unos cuantos Torposoplos flotando alrededor de tu cabeza –contestó ella quitándose unas gafas de un estilo algo hippie y que le quedaban algo grandes ignorando la bordería que desprendía el niño de pelo plateado.

-¿Pero tú de dónde diablos sales? –volvió él a ponerse a la defensiva esta vez observando a la niña más detenidamente y al pequeño campamento que había montado en la esquina del pasillo, el cual, no sabía por qué, pero le desconcertaba tanto que le empezaba a poner de mal humor viendo lo que para él solo era desorden. Sentía que eso no debería pasar en el tren, algo en ella no pegaba en ese lugar- … ¿Te has escapado de San Mungo o qué?

-No. Soy de primero. Me llamo Luna Lovegood. ¿Y tú?

El muchacho arqueó una ceja y se dispuso a seguir su camino tratando de ignorarla. Empieza a caminar por el pasillo asomándose con discreción a las ventanillas de los compartimientos procurando que nadie más reparase en él y que la mayoría tuviera las cortinas echadas.  

Ella entonces le sigue con la mirada e ignorando la falta de respeto e indiferencia que le está mostrando le pregunta:

-¿Tú tampoco has encontrado un sitio?

-¿Qué? Por favor, yo soy un Slytherin, ¿no lo ves? Yo siempre encuentro a los míos. Soy un alumno privilegiado –decía mientras le enseñaba orgulloso los colores de su túnica y el escudo con la serpiente grabada – Y ahora, guarda silencio, tengo una tarea que hacer.

-Vaya… Qué bien. Yo no sé en qué casa me podría tocar.

-Pues ojalá no tenga que verte en Slytherin. Y menos si vas a estar siempre tirada por el suelo y en medio de todo.

-No tengo preferencia… -dijo ella encogiéndose de hombros- Me parece emocionante no saber dónde me tocará.

-Muy bien, me da igual. Te he dicho que estés en silencio, niña…
Él mira el reloj que hay encima de la puerta sobre la cabeza de Luna Lovegood y ella sigue sus movimientos con curiosidad.

-Debe de estar al caer… -murmura él.

-¿Esperas a alguien?

-Podría decirse, ¡cállate!

Desde el otro extremo del vagón la puerta del pasillo se abre dejando ver un enorme carrito lleno de aperitivos y la menuda figura de una señora caminando hacia atrás varita en mano haciéndolo levitar para posarlo con cuidado en el pasillo de ese vagón 

-¿Algo del carrito, niños? –exclamó la señora.

Y de repente, como si se hubiera accionado un botón, las puertas de todos los compartimientos de ese vagón se abren casi al mismo tiempo dejando ver a grupitos de alumnos de diferentes cursos y casas que salían a hacer cola para comprar. El bullicio crece y las conversaciones se entremezclan. El espacio se llena enseguida de gente y a la señora regordeta del carrito casi ni se le ve desde la esquina en la que Luna está sentada. Ella ve como el chico Slytherin muestra una mirada pensativa, como si estuviera en medio de una partida de ajedrez y estuviera pensando en su siguiente movimiento.

Los alumnos hacían cola, impacientes y hablando de lo que les apetecía comprar, contaban monedas y se apretujaban. El Slytherin quitaba a la gente de su camino a empujones y con cara de desdén. Algunos se apartaban por si solos, al parecer reconociendo de quien se trataba.

Luna estaba pensando que a lo mejor debería aprovechar la ocasión para comprar algún aperitivo para el largo camino que quedaba aún. Pero esperaría a que todo el mundo terminase sus compras y que la señora llegase hasta el extremo del pasillo donde ella estaba, además no quería que sus cosas se extraviasen entre la multitud o que alguien las pisara. Le había parecido escuchar a un par de Nargles, pero eso sería muy extraño porque por ahí no había muérdago.

Quiso poner atención de nuevo en su revista, pero en ese momento nota algo extraño, algo le tapa la luz, había cambiado de repente, una gran sombra cruzaba por ese lado del vagón. Extrañada, alza de nuevo la cabeza para comprobar como la mayoría de niños deshacen la fila para pegarse apresuradamente a las ventanas exclamando y poniendo cara de asombro. Nadie daba crédito a lo que veía:

-¡Mirad eso!

-¿Qué es?

-¿No será un dragón?

-¿Qué dices? ¡Es un coche muggle!

-¡Pero está volando!

-¿Pueden hacer eso?...

-¿Y por qué no van siempre así entonces?
-No, hombre. Claro que no pueden… Se supone que ninguno puede.

-Parece que va solo.

-No sé, no se ve nada desde aquí.

-¡Jo, acaba de pasar rozando las vías!

-¿¡Y si se estrella!?

-¿Tiene vida propia?

-¿Pero entonces pueden o no pueden volar?

-¡Que no! Lo tienen que haber hechizado…

-¿Será una broma?...

Luna Lovegood se incorporó para observar el paisaje y ver si en realidad se trataba de una nueva y extraña criatura. Todos seguían el coche con la mirada lanzando comentarios de desconcierto y asombro. Ella se desilusionó un poco al comprobar que efectivamente era un coche muggle, pero imaginaba que podría ser también algún ser cambia-formas que adquiere la imagen de objetos comunes para pasar desapercibido… Aunque, si se trataba de eso en realidad, al cambia-formas no le serviría de mucho esa técnica de camuflaje con un objeto de tal magnitud... Empezaba a divagar en esos pensamientos mientras seguía observando la escena cuando volvió a recibir otro empujón, esta vez de los alumnos que tenía pegados a su derecha echando el aliento en el cristal. Ella ya algo más agobiada, se echó para atrás pensando en la curiosa escena. El coche muggle se iba alejando cada vez más del tren, pero los niños seguían entretenidos y sin acabar de entender lo que veían y haciendo bromas al respecto. Casi se les había olvidado para qué habían salido al pasillo.

En esos momentos, el chico rubio de Slytherin aprovecha la distracción de sus compañeros de escuela para caminar de nuevo por el pasillo y en su paso volvió a chocar con Luna, lo cual provoca que la niña observe la extraña escena más detalladamente con todo el mundo echado a un lado del vagón:

La señora del carrito comentaba con unos alumnos que parecían de cursos más elevados las cosas tan peculiares que se solían ver viajando en el Expreso de Hogwarts, por lo cual, no se percata de que le están sustrayendo por medio de un encantamiento una bolsa entera de lo que parecen cajitas de ranas de chocolate. 

El chico rubio de Slytherin se guardó el botín en un bolsillo de la túnica y su varita en el otro.

Cuanto el espectáculo del coche volador perdió interés y se escondió entre las montañas y árboles del paisaje, todo regresó a la normalidad y los presentes volvieron a lo suyo.

A la niña en ese momento se le quita el hambre y surge en ella un conflicto interno por lo que acababa de presenciar. Permaneció de pie con la revista en las manos.

Cuando la cola se disipó y cada alumno regresa a su sitio, el chico rubio deshace su camino y se acerca de nuevo a la puerta del vagón por la que había entrado analizando el carrito disimuladamente y mostrando estar muy tranquilo. Observa también a la niña extravagante y le lanza una mirada amenazadora cuando la señora se acerca a ellos y les pregunta si quieren comprar algo. Sabía que le había visto.

Luna niega con la cabeza y le da las gracias para, seguidamente, mirar de nuevo al niño serio que se cruza de brazos y responde que tampoco quiere nada.

La mujer hace levitar el carro de nuevo para pasarlo por la puerta y cuando esta se cierra tras de ella el chico suelta una risa y un gesto de suficiencia.

-Le acabas de robar una caja de ranas de chocolate a la dependienta –comentó Luna, pero para sorpresa del chico el tono era más de curiosidad que de reproche. No se la notaba escandalizada por lo que acababa de ver.

-Cierra la boca. Así es más emocionante. Además, ¿qué harás? –el chico se acerca más a ella, le saca una cabeza de altura, y le susurra de forma muy arrogante y algo amenazadora- ¿Vas a ir a decírselo? Puedo decir perfectamente que has sido tú.

Ella se queda en silencio, pensativa y cabizbaja. Decidió sentarse de nuevo en el suelo.

-Eh, Draco, ¿lo tienes? –preguntó otra voz. Luna vio como desde la puerta se asomaba otra cabeza de otro chico de cara rechoncha con túnica de serpiente y supuso que sería amigo del niño ladrón.

-Por supuesto, ¿pensabas que me iba a rajar?

-Haces muchas preguntas… -comenta Luna desde el suelo.

-Vale, venga, ahora se lo podremos restregar a esos de quinto curso –dijo el chico grande ignorándola.

-Pero, por favor, Crabbe, no te cebes como siempre y menos delante de ellos. Me dejas siempre en ridículo cuando comes con Goyle como un cerdo.

-Vale, pero me guardaré unas para nosotros antes de que las lleves al vagón de Slytherin.

-Ah, o sea que era una apuesta sucia… -volvióa intervenir la niña.

-¿Y a ti qué te importa, niñata? –respondió el chico llamado Draco ya cansado de la situación- . Mete la nariz en ese librejo y piérdete. No vas a decir nada, porque si no nos encargaremos de hacerte el curso insoportable te toque en la casa que te toque.

Mientras el chico gordito abre la bolsa deja caer al suelo unos cuantos pequeños paquetitos de ranas de chocolate que con el traqueteo del tren botaron hasta los pies de Luna. Entre los dos muchachos comenzaron a recogerlos a prisa.

La chica se incorporó para ayudarles dejando su revista en el suelo también y en lo que miraba hacia abajo para buscar las ranas vio que una había salido de su cajita y se disponía a dar un salto. Luna la cogió al vuelo adelantándose al chico rubio que en ese momento tenía cara de fastidio y al agacharse para cogerla también se había quedado con una mano apoyada en el brazo de ella.  

-Dámela –exigió él.

-Bueno, no tendría por qué. Técnicamente no es tuya, ya que se la has robado a la señora del carrito…

-¡Bah! Quédatela, ya la has tocado…

Iban a incorporarse cuando en ese momento él se dio cuenta de que aún seguía posando la mano en ella. Se miraron un instante de suspense a los ojos; Ella esbozando una media sonrisa y él arrugando la nariz por haberse atrevido a analizar cómo eran sus ojos sin las gafas rosas. La soltó de golpe, se giró y exclamó dirigiéndose a su amigo que luchaba por cerrar la bolsa:

-Maldita sea, Crabbe, vas a ir regando el pasillo de chocolate. Si quieres ya nos delatamos del todo, imbécil… ¡Fuera de mi vista!

-Qué poco agradable…-musitó Luna volviendo a su sitio.

Ambos chicos cruzaron de nuevo la puerta del vagón para regresar a sus asientos victoriosos, pero el muchacho rubio giró la cabeza para mirar por última vez a la extraña muchacha y lanzarle una última señal de desdén, intuye lo que acababa de decir y ella se despide haciendo un gesto de adiós con la mano mientras que él se limita a correr la cortina de la ventanilla de la puerta para no verla más.

Luna no se movió de esa zona del pasillo durante un largo rato y el niño Slytherin no volvió a pasar por ahí.

Una parte de ella se siente muy mal por haber dejado que el chico de pelo rubio se saliera con la suya y haber hecho como si nada hubiera sucedido delante de la pobre señora de los dulces que en esos momentos estaría echando en falta una gran bolsa de dulces, por lo que pensó en ofrecerle la ranita de chocolate a alguien del vagón. Cogió la caja y observó el cromo que venía con ella:

 Le había salido “El niño que vivió”.

Pensó que nadie querría la ranita si ya había saltado y sin envoltorio, así que se la comió ella. Con un ligero aunque dulce remordimiento. Y se guardó el cromo aunque no erá muy aficionada a coleccionarlos.

Se preguntaba si se le ocurriría pasar a Harry Potter por esa zona buscando el carrito de dulces, así su viaje seguiría siendo curioso. Pero la única persona que la sorprendió de nuevo fue un prefecto de Gryffindor de cabello pelirrojo y de semblante serio, que con un tono bastante estricto, le echó una reprimenda preguntándole que cómo se le ocurría quedarse en mitad del pasillo obstaculizando el paso al resto de sus compañeros. Luna quiso explicarse, pero el muchacho con tono repipi no aceptó argumento alguno, le citó varias normas de seguridad del tren y le ordenó que se levantase para ayudarla a buscar un asiento en los primeros vagones. Continuó diciendo que, si no había encontrado ningún sitio libre, es que no había buscado como es debido. Ella prefirió no discutir y seguirle por los vagones con su mochila a la espalda…

En ese momento ve sorprendida cómo el mismo coche de antes pasa volando al lado de las ventanas de nuevo y sonríe, sin embargo, el otro muchacho parece tan concentrado en citarle las normas del reglamento de los alumnos de Hogwarts al ser nueva, que no repara en la escena.