18 agosto 2021

Ranas de chocolate - 7

 




7

               A Draco Malfoy siempre le gustó su casa y la opulencia que desprendían todos y cada uno de sus muros. Podía sentir cómo la renombrada mansión perteneciente desde hacía generaciones a su familia desprendía toda la magia que en ella se escondía, rodeada del estilo gótico y pulcro a través de todos y cada uno de los escudos, cuadros, candelabros, cortinas y demás objetos poderosos y bellos de los cuales a su familia le encantaba siempre presumir. Además de eso, cuando el chico estaba en el colegio no paraba de pensar en los planes que tenía preparados para las siguientes vacaciones en su casa, con sus fiestas y reuniones secretas, rodeado de amigos poderosos e influyentes... En su casa siempre fue un príncipe, sentía comodidad y plenitud.

Era su hogar y su fortaleza.

Un paraíso.

Solo había un lugar de la mansión al que el joven Malfoy no se acercaba sin contar las cocinas, ya que ese era territorio exclusivo de sus elfos domésticos y sentía que ahí no se le había perdido nada  el sótano le provocaba mucha tensión y desconcierto… Sabía que antiguamente en él la familia aprovechaba el espacio para practicar todo tipo de magia, a la vez que en ocasiones mantenían cautivos a sus criados y se castigaba allí a todo tipo de transeúntes, tanto si tenían intenciones de robar como si no. Y si resultaba que capturaban a un sangre sucia… no permanecía mucho tiempo entre esas paredes, pero tampoco salían siendo los que eran. La familia siempre quiso que en toda la mansión reinara la pulcritud, y en ese sentido hasta la sangre debía ser la más limpia y digna.

Había que guardar las apariencias.

Para Draco había mucha exageración en cuanto algunos hábitos y tradiciones que se decía que seguían en su casa y en cuanto a otros, daba por sentado que era otra época e incluso pensaba que no estaba mal traer de vuelta algunas viejas costumbres, unas por que las consideraba naturales y otras solo por diversión... Hasta que se vio sorprendido con la visita del Señor Tenebroso anunciando que había decidido hacer de la mansión uno de sus refugios. Desde ese día para el joven comenzó un reinado de terror en el que había sido su lugar preferido del mundo. Ahora para él todas las estancias eran como el sótano, las paredes tenían otros oídos y el sobrio ambiente de majestuosidad se llenó de sombras tenebrosas.

Debía sentirse satisfecho. Había conseguido acercarse a ese mundo que tanto le atraía y para el que le habían educado. Era uno de ellos… El orgullo de su padre, pero se había imaginado todo ese mundo de otra forma, pensaba que sería el dueño de sus actos, pero no era así desde hacía ya mucho, desde que la marca tenebrosa se impregnó en su piel la emoción y el deseo de ese mundo se fue nublando. Nada de eso era un juego y ya había visto morir a demasiada gente.

Lo peor era que tanto él como sus padres se sentían en constante observación, el señor Tenebroso les evaluaba continuamente, les perseguía de forma sibilina. El chico ya no se sentía a gusto ni en su propio dormitorio y las pesadillas aumentaban.

Estaba en su casa pero ya no era nadie, ni él ni sus padres, solo títeres que rendían pleitesía al heredero de Slytherin.

 

Uno de los días más fríos de diciembre, su señor oscuro les convocó en otra de sus frecuentes reuniones para tratar el seguimiento que estaban haciendo a la hora de dar con el paradero de Potter y sobre cómo los mortífagos estaban tomando cada vez a más velocidad el control del Ministerio. Pero para sorpresa de Draco, no se esperaba que se comentara que finalmente por esas fechas se sospechaba que Potter podía regresar al castillo en busca de algo poderoso que le sirviera de arma contra Voldemort. Para estar seguros, se decidió que los mortifagos inspeccionaran el tren que iba de regreso a Londres esa semana y así poder tratar de tender una emboscada a algún sospechoso seguidor de la causa del niño que vivió.

Los mortífagos habían interceptado un tren repleto de estudiantes que regresaban con cautela para lo que se suponía eran unas vacaciones con sus seres queridos.

Draco recordaba esos viajes de regreso a casa con nostalgia, recordaba lo dichoso que se sentía y la cantidad de planes que tenía para pasar con sus amistades más cercanas descansando un poco de la organización que había en ese castillo. Ahora para él todo eso había quedado muy lejos, y pensaba en lo que podían encontrar sus compañeros mortífagos en ese viaje, o a quién.

Sentado en la mesa del gran salón comedor, con su madre a la derecha y su padre a la izquierda, prefería mantener la mirada fija en pequeños detalles de la sala, como en la mantelería o los grabados en madera de la mesa por ejemplo, antes que atreverse a dirigir la mirada a otro sitio si su señor no se lo pedía. Esas reuniones le ponían los pelos de punta. Sobre todo cuando la imponente y peligrosa mascota de Lord Volvdemort les acompañaba. Ya había visto lo que podía hacer a magos poderosos. No sabía cuánto tiempo más podía aguantar la presión.

Ya habían tenido a varios prisioneros en su sótano desde hacía bastante tiempo, no solamente en tiempos de Voldemort. Draco había escuchado historias que incluso le habían gustado acerca de cómo sus antepasados encerraban a quienes no consideraban dignos de pisar sus terrenos en los calabozos de la mansión, pero las historias eran una cosa y vivir la realidad era otra muy diferente. Él nunca había tenido necesidad de frecuentar esas zonas de su casa, las conocía pero nunca hasta esos momentos había tomado tan en serio esas historias que le contaban y la visión que le transmitían ahora era completamente diferente, antes le emocionaba pensar que en la mansión tenían un lugar donde mantener a raya a la gente, donde impartir lo que los Malfoy consideraban justicia, ahora le transmitían una visión triste y escalofriante de la cual ya no se sentía tan orgulloso. Y todo se tornaba más extraño cuando empezó a ver cómo se le daba un uso de nuevo a esas zonas después de tanto tiempo, ahora con la presencia de gente y criaturas mágicas que incluso conocía. Lo peor de todo es que los gritos ya no eran algo imaginario.

               Voldemort bajaba de vez en cuando a interrogar al viejo Ollivander, quien parecía llevar allí ya una eternidad. Su tia Bellatrix por su parte se encargaba de que junto a la celda del experto en varitas hubiera alguien de vez en cuando también, gente que consideraba espías, transeúntes, carroñeros, pero nadie había permanecido tanto tiempo como el anciano. Draco conocía el lugar y sus recovecos, pero ahora con “huéspedes” no se asomaba por allí a no ser que su familia se lo pidiera y agradecía que no hubieran hecho aún que entrase dentro de sus tareas visitar el sótano.

               Durante la reunión, el chico estaba intentando poner toda la atención en bloquear su mente para que nadie pudiera practicar Legeremancia con él -eso era lo único bueno que podía agradecerle a su tía en esa época-, pero no estaba preparado para lo que se había acabado de anunciar como último punto; Draco había presenciado el paso de conocidos por su casa, había visto lo peor, en su mente no se hacía a la idea de que durante esa cruzada por la limpieza y pureza de sangre podía tener como prisioneros bajo el mismo techo a antiguos profesores y compañeros de Hogwarts.

El señor tenebroso no consideró a Luna Lovegood suficientemente digna de estar en su presencia, poco le importaba el caso de una familia de traidores a la sangre, por la cual no merecía muchas atenciones, pero sí algo que les mantuviese a raya. Por eso, tal y como ordenó para el resto de magos que se atrevían a salir en defensa de Potter y de los organismos que ahora controlaba el nuevo ministerio, decidió dar la orden a sus mortífagos de investigar y darle a Xenophilius Lovegood dónde más le podía doler como hacían tanta otra gente. De esa forma quizá el redactor de esa extraña revista podría retractarse de sus palabras y recapacitar para ayudar en la misión de limpiar el mundo mágico.

Tal fue la sorpresa de Draco que tuvo que contenerse y concentrarse el doble para que nadie pudiera leer ni su mente ni su expresión tras el resumen de la misión en el tren a Londres de aquel día. La chica fue hechizada para que no opusiera ninguna resistencia, rompieron su varita para enviarle la mitad al traidor a la sangre de su padre junto con una carta informando de su secuestro, la dejaron inconsciente durante el camino a la mansión y la llevaron directamente hacia el sótano, en la celda contigua de Ollivander. Una nueva visitante.

Cuando la reunión acabó, Voldemort volvió a desaparecer con su serpiente dejando una sensación de frío en el interior del muchacho.

La sala se iba vaciando poco a poco y él intentaba mantener la compostura por sus padres.

-Draco, ¿conoces a esa chica de? –le preguntó su madre en voz baja mirando a su alrededor comprobando que madre e hijo se habían quedado por fin solos.

-No… Bueno, de vista –respondió titubeante mirando a la chimenea en vez de al rostro de inquietud, alerta y suspicacia que tenía Narcissa, el cual últimamente no cambiaba demasiado esas expresiones.

-Es que, se dice que más que una colaboradora, puede ser una amiga cercana de Potter, y, si así fuera, podría servir de ayuda para capturarle –explicó pensativa-. Si les diera alguna información… Puede que todo se terminase más rápido.

¿Y cómo pretendían conseguir esa información? Si Lord Voldemort no se encargaba de ella entonces lo haría su tía. Y no sabía qué podía ser peor.

-Solo es una niña solitaria… No sé qué relación tendría con Potter, madre, el colegio es muy grande... Y ni siquiera es de mi año.

-Entonces es más joven… -Narcissa pareció poner una cara de preocupación y sorpresa tras decir eso- Eso me pareció cuando la vimos entrar. 

Eso último sorprendió a Draco otra vez, no sabía que sus padres habían visto entrar a sus compañeros mortifagos con la chica, pero, por otro lado, entendía que aún eran los dueños de la casa y querían saber quiénes iban a ser sus "huéspedes" cuando pasaban ese tipo de situaciones incómodas.  Él les había acompañado en alguna ocasión en la que no se podría librar ni por Volvermor ni por su tía, pero siempre que su madre podía evitaba que Draco presenciase ciertas cosas. Y siendo sincero con él mismo, agradeció a su madre que no le hubiera hecho bajar a comprobar quién había llegado en esas condiciones. Era mucho por asimilar.

-Bueno –continuó su madre lanzando un leve suspiro-, mejor que sea así y que no hayas tenido relación. No es bueno que te involucren en muchos conocidos de Potter, pero si tuviera algo que decir…

Ahora todo tenía doble filo para los Malfoy, porque si colaboraban y se mostraban fieles, el señor tenebroso siempre les humillaba y les acusaba de tener miedo y segundas intenciones. Por eso si conocían a alguien era mejor decirlo abiertamente, pero en el momento adecuado y eso acababa siempre mal, para los Malfoy y más para la persona del calabozo.

No sabía por qué pero la situación le iba frustrando cada vez más, siempre se había sentido intimidado y asombrado ante la llegada de la gente a los calabozos, pero esto no se lo esperaba.

En ese momento no consideraba un motivo de peso decir que la conocía y que habían hablado un poco, porque hasta esos momentos parecían borrosos para él en ese instante. No merecía la pena. Y si decía que era amiga cercana de Potter, bueno, eso por un lado debían intuirlo al leer lo publicado en su revista, pero él no había repasado esos artículos en defensa de Potter con otra intención que no fuera burlarse.

Ella era un punto en enorme patrón más complicado que todo lo que se podía imaginar el chico.

Todo el mundo quería sobrevivir en esa casa.

Esa noche fue una de las peores que pasó en la casa, no se atrevió a salir de su cuarto el resto de la tarde y buscaba maneras de mantenerse ocupado y abstraerse, Tampoco bajó a cenar, puesto que ciertas rutinas no era necesarias compartirlas con todos los mortífagos en conjunto, pensaba que ya había tenido suficiente con la reunión de esa mañana y se disculpó con su madre diciendo que estaba algo indispuesto, cosa que tampoco era del todo mentira, solamente lamentaba dejarla sola.

               Se tumbó en la cama y permaneció un buen rato mirando al techo intentando controlar su respiración.

Hacía mucho que no la veía, tenía recuerdos vagos de ella…

No se atrevía ni a susurrar su nombre por si acaso.

Pero sus ojos… estaban grabados en él.

Era una niña inocente, ingenua y distraída, y que, al parecer, no había sabido elegir a sus amistades, por ello estaba allí. Prefirió a Potter, como casi todo el mundo, y no sabía por qué ese pensamiento le empezaba a molestar un poco. Era rara, no sabía qué podía esperar de ella, ni se imaginaba cómo iba reaccionar durante su cautiverio.

¿Sabría Lovegood que la habían traído a su casa? Ese pensamiento le hacía estar más inseguro y avergonzado. Esperaba que si se enteraba de donde estaba, ella no lo asociase todo exactamente con él. Se tapó la cara con una almohada para bloquear ese pensamiento. Tampoco entendía por qué se sentía así.

Pasara lo que pasara esperaba que Lovegood aguantase, pero que no se tuviera que encontrar con esos ojos por si se terminaban apagando de alguna forma.

 

Sin darse cuenta, Draco Malfoy se había dejado llevar por los brazos de Morfeo. No se había dado cuenta de lo cansado que estaba hasta que su cabeza se posó en la almohada y de la nada cayó en la oscuridad total.

De la nada se encontraba un extenso y frió pasillo, parecido a los del castillo de Hogwtars, en el cual según iba avanzando se iban encendiendo antorchas a los lados de las paredes; En la lejanía observó un destello dorado, parecido al que desprendía la snitch en los partidos de Quidditch, y sintiendo cómo le embargaba la curiosidad, decidió seguirlo avanzando a paso ligero por el corredor. Tras un momento, se dijo que finalmente debía estar en la escuela puesto que al final del pasillo siguiendo el rastro dorado, llegó a una amplia aula que le resultaba familiar, pero que a la vez le parecía algo extraña, ya que en el medio de la fila de pupitres se encontraba un enorme y alto espejo.

El destello se detuvo justo frente al objeto que más desentonada con la clase y Draco decidió avanzar extrañado y con cautela a contemplar el reflejo. Al principio, como esperaba, se observó a sí mismo, y no se sorprendió de lo que iba a encontrar; era el reflejo del Draco que había estado observando esos meses: sombrío, pálido, cansado, con un elegante traje de chaqueta que podría ser la envidia de todos los magos jóvenes, sí, pero con un semblante casi demacrado.

No le gustó lo que vio y parecía que el reflejo hablaba por él y le mostraba una mueca de desagrado.

Se reparó un poco y comenzó a observar con detenimiento el espejo, podía ver cómo en la parte superior que estaba más decorada había unas palabras grabadas:

“Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse”.

El chico no entendió nada de la inscripción y no se detuvo a pensar mucho en ello. Pues cuando volvió a fijar la vista en el reflejo, este empezó a cambiar lentamente. A parte de verse a sí mismo, esta vez se sorprendió al ver el reflejo de Luna Lovegood a sus espaldas, sobresaltado, se giró de inmediato, pero, no entendía por qué, la chica no estaba. Parecía que solo se proyectaba en el espejo, iba caminando con aire descuidado y sonriente y Draco pudo observar que llevaba puesto el uniforme de la escuela junto con sus extraños accesorios en el cuello y las orejas. Se detuvo junto al Draco del espejo que imitaba los movimientos del chica desde el otro lado.

Era como observar una fotografía mágica. Luna le devolvía la mirada, como si en ella no hubiera ningún rencor, ni reproche, y él de repente ya no sentía tanto frío ni se veía tan cansado en el espejo. La chica se sacó del bolsillo de su túnica envoltorio de chocolate con forma de cajita pentagonal, como el que le dio en su segundo año a él y como todos los demás que había parecido estar intercambiando inconscientemente. De repente, el destello dorado que Malfoy había estado persiguiendo dejó de levitar ante él y se transformó en una cajita similar y se posó en su mano.

-Lovegood -dijo él aun a riesgo de que pareciera que le hablaba a la nada– lo siento…

La chica le miró ladeando la cabeza y fijó su mirada en el Draco del espejo para darle el envoltorio a él y sin decir nada la chica fue desapareciendo lentamente tal como apareció en el espejo caminando hacia el aula opuesta dando saltos y despidiéndose a lo lejos con la mano.

Pero él no quería que se marchase… Por lo que tocó el espejo esperando así poder llegar al otro lado y tras ello, todo se tornó oscuro de nuevo…

 

Se despertó empapado en sudor frío, confuso, todo había parecido tan real, podría decir que había sido algo más que un sueño lúcido. Podía escuchar su voz, su respiración, notar cómo los ojos centelleantes se posaban en él y cómo el olor a chocolate le venía a la mente.

Pensando en todo ello se incorporó en la cama, se frotó los ojos y observando la luz de la luna reflejada que se colaba por las cortinas de su dormitorio, tomó aire e intentó reponerse.

Y de repente, todo lo que empezaba a ver borroso, lo comenzaba a recordar con claridad, cómo una niña invisible le había hecho dar tantas vueltas a su mente en pocos momentos y pocas palabras cruzadas.

Poco a poco volvió a sumirse en un sueño profundo sin importar cuantas horas le quedaban para despertarse.

 

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