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Un tren atestado de voces.
Ella no presta atención al
bullicio ni a las palabras, se deja llevar por el traqueteo, deja que los
raíles la lleven al lugar que desde ese día será su segunda casa.
Está en el pasillo en medio de
todo.
Al parecer, no hay sitio para
ella y sus revistas en ninguno de los compartimientos, pero piensa que a esas
horas se lee mejor fuera con la luz natural entrando por las ventanas sin
cortinas. Lo malo será cuando anochezca y baje la temperatura y deba ponerse la
túnica. Pero, por otro lado, será la primera en enterarse de cuándo pasa la
señora del carrito de los dulces.
Siempre se ha arreglado muy bien
sola, pero debía de admitir que en casa la soledad se vive de una manera más
placentera que en ese pasillo.
Se había despedido de su padre
con una gran sonrisa en el rostro y el corazón lleno de emoción por la nueva
aventura que se le presentaba, y pensaba que este primer traspié de no haber
logrado conseguir un buen sitio en el tren solo era eso, algo que no ensombrecería
su viaje por nada.
A pesar de todo, se encontraba
cómoda, había logrado conseguir la postura adecuada en la esquina junto a la
puerta que conectaba un vagón con otro, colgaba su chaqueta en uno de los
pasamanos de la ventaba, llevaba puestas sus espectrogafas de color rosa, a un
lado tenía su mochila repleta de llaveros y amuletos de recuerdo de muchos
viajes que le hacían pensar qué otros recuerdos podría encontrar en el castillo
de Hogwarts durante el tiempo que iba a pasar en él y donde los pondría, y a su
otro lado pegado a la ventaba tenía esparcidas varias revistas y un cuaderno de
dibujo. Había pintado en él durante las primeras horas del trayecto varios
seres mágicos que según ella pululaban por el pasillo y sin las gafas que
llevaba puestas serían muy difíciles de detectar.
Algunos alumnos del vagón habían
estado cruzando el pasillo de un lado para otro, para ir a charlar con los de
otros compartimientos o para ir al servicio. Siempre veía pequeños grupitos de
gente, pero nadie parecía reparar mucho en su presencia.
En esos momentos ya todos los
pasajeros se habían acomodado y acostumbrado al tren. El sol brillaba a pesar
de que en Londres hacía mal tiempo y todos habían encontrado cómo pasar sus
horas de viaje al menos en esa zona.
Tenía las piernas cruzadas para
dejar paso a quien apareciese, pero aún así casi la pisan en el momento en el
que la puerta del vagón se abrió de repente y una voz la sacó de su lectura de
un sobresalto:
-¡Eh, mira por donde andas, niña!
-Curioso que seas tú quien lo
diga, ya que no soy la que se ha movido… -respondió despegando los ojos de su
revista para identificar al portador de los relucientes zapatos negros que
acababan de hacerle una carrera en sus medias estampadas con ojos de todos los
colores... sus favoritas por el momento.
-Estás en medio del pasillo,
¿cómo no quieres que te lleve por delante?
-Deberías mirar hacia el suelo
con más frecuencia, a estos bichitos les gusta meterse dentro de los calcetines
–dijo ella señalándole una ilustración de la página que estaba leyendo
mostrándole un dibujo de lo que parecía un ciempiés con alas.- Por eso suelo
llevar medias.
-¿Y el cerebro, te lo sueles
poner de vez en cuando? –espetó el chico observando la página de la revista
entre asqueado y analítico.
-Te aseguro que tú si lo llevas
porque ahora mismo tienes unos cuantos Torposoplos flotando alrededor de tu
cabeza –contestó ella quitándose unas gafas de un estilo algo hippie y que le
quedaban algo grandes ignorando la bordería que desprendía el niño de pelo
plateado.
-¿Pero tú de dónde diablos sales?
–volvió él a ponerse a la defensiva esta vez observando a la niña más
detenidamente y al pequeño campamento que había montado en la esquina del
pasillo, el cual, no sabía por qué, pero le desconcertaba tanto que le empezaba
a poner de mal humor viendo lo que para él solo era desorden. Sentía que eso no
debería pasar en el tren, algo en ella no pegaba en ese lugar- … ¿Te has
escapado de San Mungo o qué?
-No. Soy de primero. Me llamo
Luna Lovegood. ¿Y tú?
El muchacho arqueó una ceja y se
dispuso a seguir su camino tratando de ignorarla. Empieza a caminar por el
pasillo asomándose con discreción a las ventanillas de los compartimientos
procurando que nadie más reparase en él y que la mayoría tuviera las cortinas
echadas.
Ella entonces le sigue con la
mirada e ignorando la falta de respeto e indiferencia que le está mostrando le
pregunta:
-¿Tú tampoco has encontrado un
sitio?
-¿Qué? Por favor, yo soy un
Slytherin, ¿no lo ves? Yo siempre encuentro a los míos. Soy un alumno privilegiado
–decía mientras le enseñaba orgulloso los colores de su túnica y el escudo con
la serpiente grabada – Y ahora, guarda silencio, tengo una tarea que hacer.
-Vaya… Qué bien. Yo no sé en qué
casa me podría tocar.
-Pues ojalá no tenga que verte en
Slytherin. Y menos si vas a estar siempre tirada por el suelo y en medio de
todo.
-No tengo preferencia… -dijo ella
encogiéndose de hombros- Me parece emocionante no saber dónde me tocará.
-Muy bien, me da igual. Te he dicho
que estés en silencio, niña…
Él mira el reloj que hay encima
de la puerta sobre la cabeza de Luna Lovegood y ella sigue sus movimientos con
curiosidad.
-Debe de estar al caer… -murmura
él.
-¿Esperas a alguien?
-Podría decirse, ¡cállate!
Desde el otro extremo del vagón
la puerta del pasillo se abre dejando ver un enorme carrito lleno de aperitivos
y la menuda figura de una señora caminando hacia atrás varita en mano
haciéndolo levitar para posarlo con cuidado en el pasillo de ese vagón
-¿Algo del carrito, niños?
–exclamó la señora.
Y de repente, como si se hubiera
accionado un botón, las puertas de todos los compartimientos de ese vagón se
abren casi al mismo tiempo dejando ver a grupitos de alumnos de diferentes
cursos y casas que salían a hacer cola para comprar. El bullicio crece y las
conversaciones se entremezclan. El espacio se llena enseguida de gente y a la
señora regordeta del carrito casi ni se le ve desde la esquina en la que Luna
está sentada. Ella ve como el chico Slytherin muestra una mirada pensativa,
como si estuviera en medio de una partida de ajedrez y estuviera pensando en su
siguiente movimiento.
Los alumnos hacían cola,
impacientes y hablando de lo que les apetecía comprar, contaban monedas y se
apretujaban. El Slytherin quitaba a la gente de su camino a empujones y con
cara de desdén. Algunos se apartaban por si solos, al parecer reconociendo de
quien se trataba.
Luna estaba pensando que a lo
mejor debería aprovechar la ocasión para comprar algún aperitivo para el largo
camino que quedaba aún. Pero esperaría a que todo el mundo terminase sus
compras y que la señora llegase hasta el extremo del pasillo donde ella estaba,
además no quería que sus cosas se extraviasen entre la multitud o que alguien
las pisara. Le había parecido escuchar a un par de Nargles, pero eso sería muy
extraño porque por ahí no había muérdago.
Quiso poner atención de nuevo en
su revista, pero en ese momento nota algo extraño, algo le tapa la luz, había
cambiado de repente, una gran sombra cruzaba por ese lado del vagón. Extrañada,
alza de nuevo la cabeza para comprobar como la mayoría de niños deshacen la
fila para pegarse apresuradamente a las ventanas exclamando y poniendo cara de
asombro. Nadie daba crédito a lo que veía:
-¡Mirad eso!
-¿Qué es?
-¿No será un dragón?
-¿Qué dices? ¡Es un coche muggle!
-¡Pero está volando!
-¿Pueden hacer eso?...
-¿Y por qué no van siempre así
entonces?
-No, hombre. Claro que no pueden…
Se supone que ninguno puede.
-Parece que va solo.
-No sé, no se ve nada desde aquí.
-¡Jo, acaba de pasar rozando las
vías!
-¿¡Y si se estrella!?
-¿Tiene vida propia?
-¿Pero entonces pueden o no
pueden volar?
-¡Que no! Lo tienen que haber
hechizado…
-¿Será una broma?...
Luna Lovegood se incorporó para
observar el paisaje y ver si en realidad se trataba de una nueva y extraña
criatura. Todos seguían el coche con la mirada lanzando comentarios de
desconcierto y asombro. Ella se desilusionó un poco al comprobar que
efectivamente era un coche muggle, pero imaginaba que podría ser también algún
ser cambia-formas que adquiere la imagen de objetos comunes para pasar
desapercibido… Aunque, si se trataba de eso en realidad, al cambia-formas no le
serviría de mucho esa técnica de camuflaje con un objeto de tal magnitud...
Empezaba a divagar en esos pensamientos mientras seguía observando la escena
cuando volvió a recibir otro empujón, esta vez de los alumnos que tenía pegados
a su derecha echando el aliento en el cristal. Ella ya algo más agobiada, se
echó para atrás pensando en la curiosa escena. El coche muggle se iba alejando
cada vez más del tren, pero los niños seguían entretenidos y sin acabar de
entender lo que veían y haciendo bromas al respecto. Casi se les había olvidado
para qué habían salido al pasillo.
En esos momentos, el chico rubio
de Slytherin aprovecha la distracción de sus compañeros de escuela para caminar
de nuevo por el pasillo y en su paso volvió a chocar con Luna, lo cual provoca
que la niña observe la extraña escena más detalladamente con todo el mundo
echado a un lado del vagón:
La señora del carrito comentaba
con unos alumnos que parecían de cursos más elevados las cosas tan peculiares
que se solían ver viajando en el Expreso de Hogwarts, por lo cual, no se
percata de que le están sustrayendo por medio de un encantamiento una bolsa
entera de lo que parecen cajitas de ranas de chocolate.
El chico rubio de
Slytherin se guardó el botín en un bolsillo de la túnica y su varita en el
otro.
Cuanto el espectáculo del coche
volador perdió interés y se escondió entre las montañas y árboles del paisaje,
todo regresó a la normalidad y los presentes volvieron a lo suyo.
A la niña en ese momento se le
quita el hambre y surge en ella un conflicto interno por lo que acababa de
presenciar. Permaneció de pie con la revista en las manos.
Cuando la cola se disipó y cada
alumno regresa a su sitio, el chico rubio deshace su camino y se acerca de
nuevo a la puerta del vagón por la que había entrado analizando el carrito
disimuladamente y mostrando estar muy tranquilo. Observa también a la niña
extravagante y le lanza una mirada amenazadora cuando la señora se acerca a
ellos y les pregunta si quieren comprar algo. Sabía que le había visto.
Luna niega con la cabeza y le da
las gracias para, seguidamente, mirar de nuevo al niño serio que se cruza de brazos
y responde que tampoco quiere nada.
La mujer hace levitar el carro de
nuevo para pasarlo por la puerta y cuando esta se cierra tras de ella el chico
suelta una risa y un gesto de suficiencia.
-Le acabas de robar una caja de
ranas de chocolate a la dependienta –comentó Luna, pero para sorpresa del chico
el tono era más de curiosidad que de reproche. No se la notaba escandalizada
por lo que acababa de ver.
-Cierra la boca. Así es más
emocionante. Además, ¿qué harás? –el chico se acerca más a ella, le saca una
cabeza de altura, y le susurra de forma muy arrogante y algo amenazadora- ¿Vas
a ir a decírselo? Puedo decir perfectamente que has sido tú.
Ella se queda en silencio,
pensativa y cabizbaja. Decidió sentarse de nuevo en el suelo.
-Eh, Draco, ¿lo tienes? –preguntó
otra voz. Luna vio como desde la puerta se asomaba otra cabeza de otro chico de
cara rechoncha con túnica de serpiente y supuso que sería amigo del niño
ladrón.
-Por supuesto, ¿pensabas que me
iba a rajar?
-Haces muchas preguntas… -comenta
Luna desde el suelo.
-Vale, venga, ahora se lo
podremos restregar a esos de quinto curso –dijo el chico grande ignorándola.
-Pero, por favor, Crabbe, no te
cebes como siempre y menos delante de ellos. Me dejas siempre en ridículo
cuando comes con Goyle como un cerdo.
-Vale, pero me guardaré unas para
nosotros antes de que las lleves al vagón de Slytherin.
-Ah, o sea que era una apuesta
sucia… -volvióa intervenir la niña.
-¿Y a ti qué te importa, niñata? –respondió
el chico llamado Draco ya cansado de la situación- . Mete la nariz en ese
librejo y piérdete. No vas a decir nada, porque si no nos encargaremos de
hacerte el curso insoportable te toque en la casa que te toque.
Mientras el chico gordito abre la
bolsa deja caer al suelo unos cuantos pequeños paquetitos de ranas de chocolate
que con el traqueteo del tren botaron hasta los pies de Luna. Entre los dos
muchachos comenzaron a recogerlos a prisa.
La chica se incorporó para
ayudarles dejando su revista en el suelo también y en lo que miraba hacia abajo
para buscar las ranas vio que una había salido de su cajita y se disponía a dar
un salto. Luna la cogió al vuelo adelantándose al chico rubio que en ese
momento tenía cara de fastidio y al agacharse para cogerla también se había
quedado con una mano apoyada en el brazo de ella.
-Dámela –exigió él.
-Bueno, no tendría por qué. Técnicamente
no es tuya, ya que se la has robado a la señora del carrito…
-¡Bah! Quédatela, ya la has
tocado…
Iban a incorporarse cuando en ese
momento él se dio cuenta de que aún seguía posando la mano en ella. Se miraron
un instante de suspense a los ojos; Ella esbozando una media sonrisa y él
arrugando la nariz por haberse atrevido a analizar cómo eran sus ojos sin las
gafas rosas. La soltó de golpe, se giró y exclamó dirigiéndose a su amigo que
luchaba por cerrar la bolsa:
-Maldita sea, Crabbe, vas a ir
regando el pasillo de chocolate. Si quieres ya nos delatamos del todo, imbécil…
¡Fuera de mi vista!
-Qué poco agradable…-musitó Luna
volviendo a su sitio.
Ambos chicos cruzaron de nuevo la
puerta del vagón para regresar a sus asientos victoriosos, pero el muchacho
rubio giró la cabeza para mirar por última vez a la extraña muchacha y lanzarle
una última señal de desdén, intuye lo que acababa de decir y ella se despide
haciendo un gesto de adiós con la mano mientras que él se limita a correr la
cortina de la ventanilla de la puerta para no verla más.
Luna no se movió de esa zona del
pasillo durante un largo rato y el niño Slytherin no volvió a pasar por ahí.
Una parte de ella se siente muy
mal por haber dejado que el chico de pelo rubio se saliera con la suya y haber
hecho como si nada hubiera sucedido delante de la pobre señora de los dulces
que en esos momentos estaría echando en falta una gran bolsa de dulces, por lo
que pensó en ofrecerle la ranita de chocolate a alguien del vagón. Cogió la
caja y observó el cromo que venía con ella:
Le había salido “El niño que vivió”.
Pensó que nadie querría la ranita
si ya había saltado y sin envoltorio, así que se la comió ella. Con un ligero
aunque dulce remordimiento. Y se guardó el cromo aunque no erá muy aficionada a
coleccionarlos.
Se preguntaba si se le ocurriría
pasar a Harry Potter por esa zona buscando el carrito de dulces, así su viaje
seguiría siendo curioso. Pero la única persona que la sorprendió de nuevo fue
un prefecto de Gryffindor de cabello pelirrojo y de semblante serio, que con un
tono bastante estricto, le echó una reprimenda preguntándole que cómo se le
ocurría quedarse en mitad del pasillo obstaculizando el paso al resto de sus
compañeros. Luna quiso explicarse, pero el muchacho con tono repipi no aceptó
argumento alguno, le citó varias normas de seguridad del tren y le ordenó que
se levantase para ayudarla a buscar un asiento en los primeros vagones. Continuó
diciendo que, si no había encontrado ningún sitio libre, es que no había
buscado como es debido. Ella prefirió no discutir y seguirle por los vagones
con su mochila a la espalda…
En ese momento ve sorprendida
cómo el mismo coche de antes pasa volando al lado de las ventanas de nuevo y
sonríe, sin embargo, el otro muchacho parece tan concentrado en citarle las
normas del reglamento de los alumnos de Hogwarts al ser nueva, que no repara en
la escena.
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