8
YO SOLO QUERÍA UNA CAMA MULLIDA...
No
podía ser posible. Agitó el pañuelo un par de veces con brusquedad
como si quisiera deshacerse de un bicho y después lo cogió con
ambas manos y lo extendió para mirar cada costura por ambos lados.
Las letras se fueron difuminando hasta desaparecer por completo de la
tela. Ginny
sabía lo que había visto, no podía haber sido un simple engaño de
sus ojos; Primero el trozo de medallón ardiendo, luego la chimenea
encendiéndose sola, después los extraños cristales de su ventana y
luego el pañuelo. Eran demasiadas alucinaciones para añadir a esa
noche. Y si le daba por hablar de ello con el resto seguramente le
dirían que todo aquello se debería al cansancio. ¿Podría ser solo
eso?
¿De
verdad se lo estaba imaginando todo?
Era
tan absurdo... Y si a todo aquello le sumaba la extraña sensación
de estar siendo observada y el completo silencio del desierto hotel,
se sentía más confusa todavía. Todo debía de tener su lógica.
Estaba
verdaderamente agotada. Volvió a tapar la medalla con el pañuelo y
regresó a paso lento hacia su cuarto cerrando de un portazo. Posó
su mirada en el crepitante fuego de la chimenea y fue a depositar la
medalla en la mesilla cercana a la cama.
Le
empezaba a doler la cabeza con tanta paranoia. Todo debía de tener
su explicación, se lo repetía una y otra vez. Pero nadie había
subido a su dormitorio a encender la chimenea, el cuarto se caldeó
enseguida, y el hotel era antiguo para tener un control remoto de las
ventanas y las cortinas por las cuales empezaba a sentir
claustrofobia.
Zyron
estaba tardando demasiado, pensaba acostarse en cuanto terminasen la
reunión que tenían pendiente con el gerente del hotel. Sabía que,
tal como había transcurrido el día, el resto no tendría ganas de
pasar la noche en vela, cada uno iría a lo suyo.El impacto con el
coche y la lluvia solo les llevó a discusiones y a un profundo
agotamiento, -por el cual ella estaba empezando a alucinar- y lo
bueno era que Ron necesitaba dormir mucho para el día siguiente y
Draco seguiría obstinado y ofendido en su habitación, por lo que ya
no haría falta volver a sacar el hacha de guerra lo que quedaba de
noche.
Se
puso a deambular de nuevo por la habitación. Vio un reloj pequeño
encima del escritorio. Le resultaba casi increíble lo rápido que
habían transcurrido las horas en el bosque, iba a ser la una de la
madrugada. A ella el trayecto se le hizo más corto y juraría que al
resto también, pero el cansancio ya hablaba por todos.
Decidió
sentarse en el sofá, el dolor de cabeza iba en aumento. Un
escalofrió recorrió su cuerpo. Se dio cuenta de que sus pantalones
seguían húmedos. Decidió cambiarse por fin antes de que Zyron les
llamara.
-Vete. –escuchó
un leve susurro a su espalda, lo que hizo que la joven sintiese un
escalofrío y se diese la vuelta bruscamente. No había nadie en la
habitación y afuera resonaban truenos. Sintió una punzada de dolor
en la sien.
Había
sentido una presencia en el dormitorio, eso no lo se lo podía negar
a ella misma. Estaba cansada de imaginar cosas. –Son solo
estúpidas visiones por el cansancio, Ginny- se dijo a sí misma.
Cogió su mochila y se metió en el cuarto de baño. –Estás
encerrada con desconocidos en un hotel antiguo, empapada, y ahora ves
y oyes cosas. Todo se pasará en cuanto te tomes una aspirina,
descubras quién te está gastando una broma de cámara oculta y te
metas en la cama...-.
El
cuarto de baño era más grande de lo que aparentaba y sus griferías
iban acorde con el ambiente del hotel. Había una enorme bañera en
el centro con un juego de palanganas al lado, y el lavabo era de los
antiguos, de madera con un espejo oscilante, una cubeta y en la parte
de abajo una jarra con un juego de toallas a ambos lados. Más que un
cuarto de baño era un lavadero.
-Han
cuidado cada detalle... -dijo en tono de sorpresa al no encontrar
nada que se pareciera al cuarto de baño de su casa.
Mientras
rebuscaba en su mochila un pantalón deportivo con el que estar más
cómoda sintió una quemazón en la pierna al moverse de un lado para
otro. Era una especie de calor y urticaria en el muslo derecho. Al
quitarse los pantalones mojados y arrojarlos al suelo comenzó a
observarse con detenimiento las piernas por si el golpe con la
camioneta le había dejado alguna señal. Cogió una sedosa toalla
blanca y empezó a buscar el origen de esa molesta urticaria. Para
añadir una sorpresa más a esa noche, encontró una marca con forma
ovalada del tamaño del dedo pulgar en la parte del muslo cercana a
su cadera. Al mirarla fijamente en el espejo del cuarto de baño pudo
comprobar con exactitud que la marca era de color morado, como un
moretón, con el dibujo de una rosa encerrada en el óvalo y en
relieve. Perpleja, pasó los dedos por la marca sintiendo el calor
que notó cuando llevaba la medalla en el bolsillo. Rápidamente
volvió a buscar la medalla a la mesita para compararla con la señal
de su pierna. El tamaño del extraño tatuaje en relieve coincidía
con el del trozo de medalla con una foto borrosa. Sin podérselo
creer, dio vueltas y paseó su mirada por el objeto y por sus piernas
algo asustada, buscando por si acaso tuviera otra marca que hubiese
pasado por alto.
No
sabía cómo, poco a poco fue llegando a la conclusión de que la
medalla le había dejado una profunda marca al haberla llevado en el
bolsillo del pantalón tanto tiempo. Como si la hubiesen marcado con
un hierro candente. Pero, en su pierna tenía el dibujo de una rosa,
y en la medalla se veía solo lo que parecía un retrato muy
estropeado y mal definido.
¿Qué
diablos estaba pasando?
Se
olvidó de todo lo demás por un rato y se quedó dado vueltas en el
baño intentando borrar el moretón por todos los medios que se le
ocurrían y con los pocos utensilios que tenía a mano. Pero se dio
por vencida. Ese dibujo con la forma de una rosa abierta le molestaba
como una quemadura, estaba definitivamente impregnado en su
epidermis.
Una
vez que estuvo un poco más presentable salió del baño y guardo el
trozo de medalla con el pañuelo en el cajón de la mesilla con otros
objetos de aseo que llevaba en la mochila. Se sentó en la cama.
Estaba al borde de un ataque de estrés.
De
repente, llamaron a la puerta. Tres toques pausados que la sacaron de
su ensimismamiento. Al abrir se encontró el pasillo desierto. Tanto
silencio empezaba a perturbarla. Pensaba en ir al cuarto de una de
las chicas con tal de hablar con alguien. Dudaba en si comentar el
descubrimiento del tatuaje, así la visita no la haría sentirse tan
estresada, puesto que esa marca era bien visible, no podrían decirle
que ese extraño suceso era producto de su imaginación, como lo del
pañuelo, por ejemplo.
De
repente sintió como posaban una mano helada en su hombro. Eso
era real. Sucedió muy deprisa. Al darse la vuelta
bruscamente contuvo un grito. Notó cómo la puerta del dormitorio se
cerraba sola y una extraña silueta grisácea con forma de mujer se
materializaba ante sus ojos y se abalanzaba hacia ella tapándole la
boca para que no gritara. Al volver a entrar en contacto con su piel
tuvo una sensación extraña y desagradable, era como entrar en
contacto con la mano de una persona corriente pero estaba helada y a
la vez parecía casi transparente y áspera.
-No
grites, por favor –susurró una voz rasgada y aguda. Su rostro aún
no se definía, pero ahí estaba; la silueta luminosa y cetrina de
una joven, no veía sus facciones pero notaba una mirada penetrante.
En ese momento, Ginny supo que, aunque quisiera, no podría ni
siquiera susurrar ante tal impresión—. Quiero advertirte. No debes
estar aquí, muchacha. ¡Márchate, llévate a tus amigos y no mires
atrás!
La
pelirroja Weasley sintió una punzada en el sitio en donde había
aparecido el tatuaje de la rosa, y notó cómo el frio de las gélidas
manos de la figura gris se expandía por todo su cuerpo. No movió un
músculo, esperaba a que ella, o lo que eso fuera
hablara antes:
-Voy
a soltarte, pero prométeme que no vas a gritar. –imploró
arrastrando con parsimonia las palabras de manera suave y taciturna-.
Quiero ayudarte.
Ginny
tenía la boca seca. Cuando la figura fue separándose de ella poco a
poco, la pelirroja la miró de arriba abajo intentando asimilar lo
que estaba pasando: Era una chica, definitivamente. Lo que mejor se
definía eran sus ojos, de un blando perlado escalofriante sin
pupilas. Levitaba, parecía estar sostenida por una pequeña ráfaga
de viento, puesto que ondulaba a su alrededor una melena y una
especie de vestido antiguo lleno de volantes, más o menos podían
tener ambas la misma estatura, lo único que daba la impresión que
llevaba al descubierto eran sus brazos esqueléticos; Era la figura
de una muñeca fantasmagórica. Podía ver a través de ese extraño
ser si permanecían quietas un instante.
-¡¿Q-quién
eres?!... ¡¿Qué eres?! ¡¿Qué maldito sitio es este?! –preguntó
atropelladamente la joven Weasley, por fin armada valor.
-Ahora
necesitas saber que soy una amiga. Es mejor que te vayas antes de que
den las dos en punto.
-Pero...
¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasa esa hora? –Ginny empezó a buscar
lentamente y de manera inconsciente el pomo de la puerta.
-Ella
vendrá. Si no te vas, no podrás volver a ver tu mundo.
Daba
la sensación de que la extraña aparición estaba tan intranquila y
confusa como Ginny, como si dudara de sí misma. Intuía la
desesperación en su fantasmal rostro.
-Por
favor, confía en mí. No te haré daño. No te fíes de lo que hay
más allá de esa puerta.
De
repente la figura se evaporó dejando ante los ojos de Ginny una leve
capa de humo blanco, era como se le hubiese acabado la energía para
permanecer en esa habitación. La pelirroja se quedó de nuevo
estática mirando las ondas de humo que habían quedado mientras se
le hacía un nudo en la garganta.
Al
salir al pasillo, la Weasley encontró todas las puertas de los
dormitorios de sus compañeros abiertas de par en par. Miró a su
alrededor, las habitaciones estaban desiertas por lo que se aventuró
a asomarse al otro extremo del pasillo, y solo se escuchaba un leve
"tic-tac" de lo que parecía un reloj grande y antiguo
proveniente del pasillo cercano a la gran escalera.
¿Dónde
demonios se habían metido los demás?
-¡Chicos!
–camino a paso ligero dando zancadas. Definitivamente estaba harta
de tantas sorpresas extrañas. El corazón le latía a ritmo
frenético recordando la rasgada voz y los ojos de pena de la extraña
silueta.
Se
iba a volver loca.
¿Qué
era esa visión vaporosa de una joven deprimida y por qué le
advertía una y otra vez que se marchara? ¿Habría sido ella la que
habría provocado los otros extraños sucesos?
-No
seas tonta –se dijo a sí misma en voz alta-. Los fantasmas no
existen.
"Los
fantasmas no existen."
"Los
fantasmas no existen."
"Los
fantasmas no existen."
De
repente el "tic-tac" del reloj se escuchó con más
intensidad, provenía de las primeras plantas. Bajó las escaleras
decidida a buscar a Zyron Burke por toda la casa. Mientras pensaba
cómo ver toda esa serie de absurdos desde una manera lógica y su
enfado y frustración iban en aumento. Al llegar a la planta baja se
encontró un ambiente muy cambiado: El amplio vestíbulo era más
luminoso recargado en decoración, todo le pareció más grande y con
una luz más cálida. Se topó en una esquina de un pasillo con el
enorme y extravagante reloj de péndulo que en ese momento dio las
dos de la madrugada en unas campanadas extrañamente largas y
parsimoniosas haciendo vibrar las manecillas.
Sintió
un escalofrío al contemplar que la gran puerta principal se abría
de par en par dejando entrar a través de la tormenta sombras y
siluetas parecidas a la que había visto hace un instante en su
dormitorio, pero con distinto aura. Daba la impresión de que entraba
gente, pero eran juegos de sombras, esferas y siluetas transparentes
cuyos ojos, de distinto color cada uno, centelleaban en la oscura
noche. Eran sombras con rostros poco humanos.
Un
violín empezó sonar desde el ala este de la mansión, y Ginny
sintió otro vuelco en el corazón.
¿Eran
fantasmas? Los susurros y bullicio que empezaban a emerger en el
vestíbulo le hicieron olvidar por un momento de que había perdido a
sus compañeros de viaje. Estaba sola en una sala que empezaba a
llenarse de extraños seres traslucidos que parecían no notar su
presencia a pesar de que empezó a deambular por el vestíbulo
mirando incrédula a su alrededor sin dejar que nadie o nada la
rozara.
Todo
era tan absurdo.
Empezaba
a sentirse tan cansada.
¿Por
qué estaba sola?
En
ese gran vestíbulo empezaban a entrar diversidad de siluetas
hablando en lo que parecía una lengua desconocida para la chica, sus
rostros eran apagados y daba impresión de que cada uno tenía
distinto ropaje.
-Señorita
–escucho una voz familiar a sus espaldas-, le dije que no saliese
más allá del pasillo.
Zyron
Burke la cogió con suavidad de la muñeca. Ese hombre también tenía
las manos gélidas, apretaba su muñeca firmemente y Ginny se dejó
llevar al reaccionar tarde, no entendió por qué, pero en ese
momento no fue capaz de hacer fuerza para alejarse.
-¿Y
mis compañeros? –preguntó tomando aire y frunciendo el ceño
evitando mostrarse en shock por todo lo que estaba viendo.
-Están
reunidos con la señora de la casa. O el jefe, como han prefierido
llamarla.
-Lléveme
con ellos –exigió para luego perder la poca compostura que le
quedaba volviendo a mirar a su alrededor-. ¿Qué pasa aquí? ¡¿Qué
es todo esto?!
-Esto,
es el precio de deambular por el hotel a altas horas de la noche. Le
dije que no saliese del pasillo –parecía imperturbable-. Ahora,
acompáñeme, señorita Weasley.
Tras
recorrer infinitos tramos de escalera junto a un siniestro y
extrañamente contento Zyron Burke, Ginny fue observando impactada
cómo el ajetreo y el bullicio empezaba inundar el Hotel Paradise,
entre música, murmullos y gritos desgarradores en algunas estancias.
Algunos objetos se movían solos a su alrededor, luego veía que eran
las extrañas sombras las que los manejaban como si fuesen personas
normales. Esas cosas sin embargo no parecían notar en ningún
momento la presencia de la joven.
La
chica no entendía bien por qué se dejaba llevar agarrada por Zyron
de la muñeca. En su mente aparte de del asombro con por todo lo que
iba cruzando en el camino, no había hueco para otra cosa que para
una gran sensación de rabia y no paraba de pensar qué habría sido
de su hermano y de los demás.rE
Todo
el hotel parecía metamorfosearse mientras caminaban. Ella trataba de
buscar señales que la acercasen a sus compañeros de viaje, e iba
percatándose de que incluso las paredes habían cambiado de aspecto;
ahora eran color crema y estaban llenas de cuadros con diversas caras
y paisajes y candelabros grandes y dorados. El suelo que pisaba
también era distinto, de baldosines negros y blancos, en cuya
superficie los únicos pasos que resonaban eran los de Zyron y los
suyos a pesar de que algunos pasillos estuviesen abarrotados de
siluetas de gente con ojos penetrantes y a la vez perdidos.
-¡Chicos!...
¡Ron... ¿Dónde estás?! –exclamó la muchacha.
-Por
favor, no alce la voz –dijo Zyron con seriedad-. Eso no les gusta.
-¿Dónde
estáis todos? ¡Salgamos de aquí! –gritó a pleno pulmón
ignorando al amo de llaves que la arrastraba en ese momento con paso
más ligero.
-No
le servirá de nada gritar. Así sólo molesta a nuestros huéspedes,
señorita Weasley, será mejor que no se altere.
Burke
seguía teniendo ese aire de parsimonia y naturalidad, de la nada le
hablaba por su apellido, debió de leerlo en los informes que rellenó
con el resto al entrar al hotel.
Llegaron
al último piso donde una enorme puerta tallada en madera noble y con
detalles en oro impedía el acceso al ala este de toda la planta. A
Zyron le bastó con rozar levemente con los nudillos una de las
puertas para que se abrieran de par en par resonando en el pasillo
estruendosamente, lo que hizo que la Weasley se volviera a alterar.
Pasaron un amplio salón recargado con colores oscuros y de estilo
gótico, nada que ver con las partes del hotel que había visto
antes. Esta zona era entre lúgubre y elegante. Volvieron a parar
ante una puerta entreabierta, negra, menos recargada y con una
mirilla extrañamente inquietante, con un ojo de gato verde colgando
en un grueso cordel en el pomo de la puerta. Ginny notó una arcada
al observarlo y ver que el ojo se movía de un lado a otro como si
estuviera vivo.
-¿Es
la última? –se escuchó una voz grave y femenina al otro lado.
-Sí,
solo eran seis –respondió Zyron.
-Bien.
Que entre ya...
-Pase,
señorita Weasley –dijo el amo de llaves soltando por fin la muñeca
de la joven y abriendo la puerta por completo. La chica le lanzo una
mirada de odio antes de verse obligada a entrar. De todas formas, a
pesar del miedo que empezaba a sentir, tenía una inmensa curiosidad
por ver quién se escondía tras esa puerta.
Sin
embargo no estaba preparada para lo que vio:
Una
amplia sala con paredes de un color naranja intenso con estampados en
negro y unas extrañas pinturas. Era como un despacho antiguo de
oficina, con un gran ventanal tapado con cortinas grises, las
estanterías y las mesas estaban repletas de extraños artilugios,
joyas, libros, cajas y baúles. De los candelabros colgaban extraños
amuletos y la chimenea negra con detalles desprendía un fuego
crepitante. De alguna parte emanaba olor a incienso. En la alfombra
se hallaban tendidos los cinco jóvenes con la mirada perdida y tres
manchas de sangre en sus frentes. A Ginny se quedó helada. Estaba
tan impactada intentando asimilar lo que veía que no se dio cuenta
de que alguien la observaba con atención desde la butaca del
escritorio.
-¿Te
ha gustado el paseo por mi hotel?
La
voz grave y femenina sonaba tranquila y despreocupada. Se escuchaba
el tamborileo de sus dedos en la mesa. Parecía que quien fuera se
deleitaba con la escena y que había estado esperando a Ginny mucho
rato.
La
pelirroja tardó en reaccionar y tras un instante tuvo algo de miedo
pensando en si girarse para ver quién era la mujer que reclamaba su
presencia.
-No
seas tan tímida, eso no te pega, Ginevra Molly Weasley.
La
mujer se puso en pie y dio la vuelta al escritorio para hacerse ver
con claridad a la luz de las velas, lo que hizo que Ginny se sintiese
aún más intimidada; Era esbelta y hermosa, con una mirada firme y
segura, de pómulos prominentes y largas pestañas, sus impactantes
ojos eran tan extraños como todo lo que la rodeaba, tenía el ojo
derecho de un color verde intenso y el izquierdo de color azul. Sus
finos labios carmesí esbozaban una tenebrosa media sonrisa. Tenía
una expresión tranquila. Su melena, de un rubio oscuro, estaba
firmemente recogida en una larga y gruesa trenza, pero su mirada se
escondía entre dos anchos mechones sueltos de pelo con mechas color
negro. Llevaba un vestido antiguo y largo de color negro y morado con
volantes y encaje en la falda y mangas estrechas y lisas que le
hacían los brazos delgados. Estaba cubierta de collares extraños y
en cada dedo llevaba un anillo distinto y llamativo. Era una imagen
muy gótica.
¿Quién
era esa llamativa mujer con ese aire de seguridad que hacía pensar
que se burlaba de la chica?
-¿Qué
les ha hecho a mis amigos? –dijo por fin Ginny en voz baja, con una
nota de furia en su interior al verlos a todos tendidos.
-Tranquila,
no están muertos –dijo con una nota de aburrimiento al final-.
Están inconscientes... Despertarán al amanecer.
Al
oír eso Ginny sintió cómo se le quitaba un peso de encima y miró
a Ron un momento y se sintió impotente.
-Ya,
claro, ¿cómo puedo fiarme? ¿Quién es usted y qué quiere de
nosotros? ¿¡Qué sitio este!?
-Haces
demasiadas preguntas... Calla un poco –la mujer empezó a pasearse
por el cuarto analizando a Ginny con la mirada-. Yo soy Isobelle la
gerente de este hotel. ¿Quién te crees que eres para venir a
imponer tus normas en una casa ajena y tan prestigiosa como ésta?
-¿Prestigiosa,
en serio? Este sitio es...
-Efectivamente,
este es un prestigioso hotel donde millones de espíritus anclados en
el mundo de los mortales vienen a relajarse y a buscar su camino. Y
en el que los brujos del otro lado vienen a reponerse de los estragos
que este mundo les causa.
-Espíritus...
Brujos... Qué de sandeces... ¡Está loca, y pienso decirle a todo
el mundo que usted ha agredido a mis amigos!
-Eres
demasiado escéptica para algunas cosas. A pesar de que has visto a
mi selecta clientela no te fías de lo que digo... Así que, Ginevra,
te crees que puedes irrumpir en mi propiedad con tus extraños
amigos, pedir una habitación sin poderla pagar, y deambular a tus
anchas cuando se te pide que te quedes en la zona que se asignó.
Pues bien, ya has visto lo que es este hotel... Para una vulgar
mortal es normal que te asustes.
-No
estoy asustada, quiero que me deje marchar con mis amigos.
-Has
visto demasiado para que os deje marchar. Y no me engañas... Yo me
alimento de miedos... y apestas a miedo ahora mismo, Ginevra. No me
mientas.
Ginny
se la quedó mirando desafiante y confusa a la vez. No podía creerse
nada, no asimilaba nada más que el hecho de que sus compañeros y su
hermano estaban aparentemente heridos. Isobelle siguió hablando:
-Al
llegar, tú y tus amigos firmasteis un poder para solicitar una
habitación, lo que me hace responsable y a vosotros vulnerables.
-¡Explíquese!
No dice más que locuras.
La
mujer parecía estar jugando con Ginny y disfrutar de su confusión.
La
Weasley estaba muy harta y solo quería encontrar respuestas y una
salida segura. Pero con el resto inconsciente todo le iba a resultar
aún más difícil.
-Acabo
de hacerles a tus amigos una oferta que no han podido rechazar. La
misma que te voy a proponer a ti.
-¡Yo
no hago tratos con nadie!
-Tanto
si te gusta, como si no, ahora todos vosotros trabajaréis para mí.
-¡Deje
que me vaya con mis amigos o se arrepentirá!
-¡A
mí no me levantes la voz, pequeña arpía pelirroja! –exclamó
cambiando a un semblante iracundo para luego soltar una carcajada-.
No estás en condiciones de exigir nada en mi casa. Después de
acogerte a ti y tu tropa... Desagradecida e ingenua. Lo tienes todo.
Ginny,
por un impulso, se acercó a su hermano y le zarandeó intentando que
reaccionase.
-¡Deje
que nos marchemos! –intentó mover al resto uno por uno como pudo
hacia la puerta, pero no reaccionaban. No sabía qué hacer y esa
mujer solo le provocaba desagrado y desconfianza. Cuando pasó uno
por uno entre sus compañeros pudo estar completamente segura que
nada de eso era una broma pesada y que se estaba volviendo loca de
remate-. ¡Tenéis que despertaros! Venga...
-Calla
de una vez –Isobelle, cansada de tanto melodrama e histeria ante
sus ojos, la cogió por el cuello y Ginny sintió cómo le clavaba
las uñas en la garganta.
La
joven contuvo un grito e intentó zafarse pero le fue imposible.
Volvió a sentir el frio que sintió con el tacto de la
fantasmagórica figura que se le presentó en su dormitorio y a la
vez notaba el calor en el tatuaje de la pierna.
-Ya
he jugado bastante contigo. Hasta nunca, Ginevra Molly Weasley. A
partir de ahora serás, "Bonnie"- Isobelle puso la otra
mano en su frente-. Ni pasado, ni futuro, tan sólo este presente.
El
pasillo quedó en penumbra y Ginny se desvaneció cayendo en la
alfombra con el resto.
"Ni
pasado, ni futuro, tan sólo este presente."
***
Despertó
sobresaltada en una habitación de paredes de un verde grisáceo que
le impactó en los ojos. Inhalando y exhalando con rapidez. Sentía
que el corazón se le iba a salir del pecho en medio de tanta
confusión.
El
ambiente era deprimente y extraño; se hallaba en un catre
cochambroso, frente a ella había un lavadero y un gran armario
estropeados con el tiempo y a su lado otras dos camas una mesilla.
Estaba sola, por suerte o por desgracia.
-Un
sueño –musitó Ginny mirando a su alrededor y observando la
tranquilidad tan inquietante que ambientaba aquel desconocido
dormitorio-... Ha tenido que ser un sueño... ¿Pero dónde estoy?
De
repente se dio cuenta de que no llevaba su ropa de la noche anterior,
tenía puesto un extraño camisón azul claro, con unos flecos que le
rozaban en el cuello y que le apretaban las muñecas haciéndola
sentir aprisionada.
Las
cortinas de la habitación estaban abiertas de par en par dejando que
entrara la luz de una mañana muy clara. Se escuchaba el canto de los
pájaros y se veía un cielo gris claro encapotado.
Se
vio reflejada en el espejo del lavabo y hubo algo en su rostro que
llamó su atención. Tenía la frente manchada de sangre, una sangre
seca expandida en tres líneas horizontales. Se desarropó con
dificultad, la colcha era muy áspera y pesada, y tenía más de una
sábana. Bajó con brusquedad de la cama con el hundido colchón. En
el momento en el que sus pies descalzos notaron la madera escuchó
girar el picaporte de la puerta.


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