28 octubre 2019






10


¿DÓNDE ESTÁIS?


-El desayuno, niña. Es la comida más importante del día. Y con el golpe que te diste anoche con las estanterías del almacén, debes coger fuerzas.

      Ginny se quedó estática intercambiando la mirada de sorpresa entre la mujer y la fantasma. La señora de semblante serio no parecía sorprendida de nada, se dirigió al armario y sacó del antiguo mueble lo que parecía un uniforme de trabajo parecido al que ella misma llevaba, miró de arriba a abajo a la pelirroja y comparó la prenda con otras dentro del armario.
-Póntelo –tendió el vestido gris sobre la cama junto con un delantal que sacó de un cajón-. Date prisa.
La muchacha se limitó a asentir y a mirar fijamente la prenda encima del camastro.
-Dentro de un rato toca reunión de personal. Si quieres panecillos recién hechos más te vale darte prisa.
       La huraña mujer cogió una cesta cercana al armario y se fue volviendo a cerrar la puerta, pero esta vez no echó la llave.
-¿Quién era esa? –cuestionó Ginny en voz baja- ¿No te ha visto, verdad?
-No –musitó Adianey-. Es Miss Albury. Lleva mucho tiempo en el hotel. En su día fue humana, una de las muchas doncellas de la mansión que fue ganando ascensos, por así decirlo, y dudo que por los hechizos de Isobelle sea capaz de recordarme si me viera... Ahora sólo es un recuerdo congelado, como yo.
-¿La conocías antes de morir?
-Es una mujer supersticiosa, y supongo que si conserva ciertos recuerdos mezclados con su trabajo actual, sus supersticiones hayan aumentado con el tiempo.
-Ya, lo de las pelirrojas –murmuró Ginny-. Pero es consciente de que está...
-¿Muerta? No. Ya te lo he dicho y debes tenerlo muy presente, Ginevra; para Isobelle, el personal del hotel es un grupo de marionetas –se acercó a la muchacha con su rostro fantasmal más serio y posó una incorpórea mano en el hombro de la muchacha. Ginny volvió a sentir una extraña sensación, percibía un intenso frio con tan solo un roce-. Debo prepararte para algo más; Con el paso del tiempo he ido viendo de lejos cómo iban cambiando algunas cosas en el personal del hotel. Algunos son fantasmas, los sirvientes de mi época, como Miss Albury y otros más siguen congelados aquí, pero fallecieron el día que Isobelle desató una grandísima parte de su magia. Lo sentí desde lejos, almas perdidas, no sé si están todos ellos, pero sí una gran mayoría de los que conocí antaño... Y por otro lado, los humanos que como tú y tus amigos os aventurasteis sin saber, permaneceréis aquí con vida hasta que os consumáis. Isobelle se alimenta de esa energía vital. Podéis morir aquí y permanecer años como fantasmas, pero vosotros, los huéspedes, terminaréis desvaneciéndoos. Por eso debes irte cuanto antes.
     Ginny asintió levemente y se alejó del frio contacto del espectro para sentarse en la cama, que hizo un ruido muy desagradable, y se quedó con el ceño fruncido mirando la pared del fondo de la habitación.
-¿Puedes moverte por todo el hotel?
-Lo he intentado, pero parece que no puedo alejarme mucho de ti. Es lógico siendo la persona con la que he conectado.
La palabra «lógica» a esas alturas ya no tenía sentido alguno en Ginny. Sin embargo una pequeña parte de ella insistía en darse un pellizco y así poder despertar de lo que parecía una pesadilla.
-Intenta desplazarte todo lo que puedas –dijo levantándose para empezar a vestirse, tengo que encontrar a mi hermano y al resto.
El espectro se desvaneció y Ginny notó una leve brisa.
       Al cabo de un rato consiguió (sin saber muy bien cómo) meterse a toda prisa en el extraño vestido de agobiante cuello de encaje y faldones con mucho vuelo, refajos y enaguas, se abrochó un par de botas marrones y se acomodó las mangas y el mandil que le cubría hasta el torso anudándoselo en la espalda. La última prenda que quedaba en la cama era una cofia blanca con encajes a juego con el uniforme.
-Debe de ser una broma –murmuró la chica tomando la prenda en las manos y acercándose al espejo, se la puso en la cabeza y terminó de confirmar lo que pensaba de toda la indumentaria-. Estoy ridícula...-se movió de un lado a otro observando cómo la falda le tapaba los pies. Si minutos antes sintió frio en ese triste cuarto, la nueva indumentaria le sofocaba-. Al menos puedo respirar.
En ese instante Adianey volvió a materializarse.
-Lo siento, no puedo moverme más allá de los muros. Al parecer la energía de la medalla me lo impide. No puedo salir del hotel si tu sigues dentro ni avanzar más de un piso.
-Bueno, no pasa nada. Creo que será mejor que permanezcamos juntas y me vayas dando algún que otro consejo sobre la gente del hotel y lo poco que recuerdes.
-De acuerdo, pero será mejor que hagas la cama, Ginevra –señaló la fantasma rozando las sábanas- Son muy estrictos con su personal y el desorden.
-Vale. Lo último que quiero son problemas por estas minucias.
    Mientras la pelirroja hacía la cama con prisa se preguntaba a quién pertenecerían los otros dos colchones. A la vez notaba el desesperado intento del espectro por asir algún objeto cercano como una de las sábanas para ayudarla a hacer la cama.
-No hace falta que me ayudes.
-Pero debo intentarlo Ginevra.
La pelirroja estuvo un instante reflexiva.
-Oye, Adianey, dices que durante el tiempo que estado inconsciente y mientras te estuviste manifestando anoche, tuviste la oportunidad de conocerme mejor... ¿Cómo?
-Pues, forma parte de la invocación y la conexión con la medalla. Simplemente, pedí saber a qué tipo de mortal me manifestaba. Fuiste la primera en notar mi presencia y simplemente me llegaron pensamientos y recuerdos de tu persona.
-Entonces, deberás saber que prefiero que me llamen Ginny –dijo mostrando una media sonrisa por primera vez desde que despertó.
-Oh, intentaré corregirme –musitó algo avergonzada la fantasma.
Fuera de la estancia se volvieron a escuchar pasos agitados. Llamaron sonoramente un par de veces. De nuevo era Miss Albury con tono agitado:
-Vamos niña, ¿ya has acabado?
-S-sí –respondió Ginny alisando la gruesa colcha de la cama.
-Pues venga, abajo.
     Por un momento a Ginny se le aceleró el corazón al cruzar el umbral de la puerta, pues ya no sabía cuán cambiante podía llegar a ser el hotel después de los recuerdos de la otra noche. Tomando aire siguió a la mujer.
Al girarse para cerrar la puerta observó cómo Adianey traspasaba la pared estampada pasando completamente desapercibida.
-Parece que Miss Albury es mi supervisora –dijo en completo susurro-. ¿Es muy numeroso el personal de hotel?
-Bastante, depende de la época –respondió el espectro tomándose la libertad de usar un tono más elevado comprobando que no causaba ningún efecto en Albury-. Mis sirvientes eran numerosos, veintiuno, sin contar con los trabajadores de la hacienda y las plantaciones, los cuales no he visto a ninguno. Debe de haber más gente al mando. Como los amos de llaves. Pero no creo que Isobelle confíe verdaderamente en nadie. Nunca he podido permanecer aquí lo suficiente, cuando estaba a punto de obtener nuevas pistas de lo que pasa aquí dentro, volvía a aparecer en mi tumba. Quizá ahora pueda averiguar más.
       El camino hasta la amplia cocina fue largo, puesto que Ginny pudo comprobar que las estancias del servicio del hotel se encontraban en los pisos superiores del ático. Bajaron infinidad de escaleras introduciéndose en estrechos pasadizos al parecer solo eran usados por el servicio. Eso último lo intuyó porque recorrieron un par de pasillos amplios muy bien cuidados en la decoración pero no vio a nadie, ni un alma (nunca mejor dicho). Supuso que si la calidad o el aspecto decaían seria porque esas zonas serían las frecuentadas por el personal y ocultas a los huéspedes. Casi se mareó con las estrecheces y el apagado papel pintado de la pared. De vez en cuando miraba de reojo a Adianey o se sujetaba la holgada falda del vestido para no tropezar.
        Las ventanas ya no estaban entablilladas en ningún lugar por el que pasó. Eran amplias y dejaban entrar la misma luz grisácea que en el cuarto, pero el hecho de que las cortinas estuviesen también abiertas le animó un poco.
      Parecía que el camino no terminaría nunca hasta que de pronto le llegó olor a pan tostado y a algo dulce. Dentro de la cocina se escuchaba un monótono murmullo y el borboteo y el crepitar de un fuego. Era muy espaciosa y tenía dos grandes y alargadas mesas en el centro, estaba abarrotada de objetos antiguos y peroles, por lo que a Ginny le parecía, daba la impresión de que la cocina podía haber estado expuesta en un museo y que la gente que n ese momento se reunía allí eran maniquíes, o que acababa de ser sacada de un cuadro.
      La estancia a su pesar estaba a su gusto abarrotada, no sentía preparada para ser analizada aunque fuera brevemente por esos ojos; unos sentados en una amplia mesa de madera terminando de desayunar y otros recogiendo y limpiando. Había diez personas pero le parecían cien, todos iban vestidos de la misma forma con traje de servicio y parecía que había gente de varias edades, pero en su mayoría jóvenes, y entre esos jóvenes pudo reconocer a cuatro: Harry estaba junto al alfeizar de una ventana alisándose la chaqueta, Draco le sacaba brillo a sus zapatos sentado en una silla, Hermione cortaba hogazas de pan y las servía a los tres jóvenes comensales que quedaban sentados en una de las mesas y Luna fregaba unos platos en un barreño.
        Eran ellos, pero a la vez le parecían extraños, no solo por la indumentaria, sino por cuán relajada e impasible eran las breves miradas que la ofrecieron. Todos eran un calco entre unos y otros. Las muchachas llevaban la misma prenda que Ginny y los chicos estaban peinados muy elegantemente con el pelo hacia atrás, por lo que esa situación la entristeció y a la vez le pareció algo cómica, sobre todo si añadía al fantasma que seguía detrás de ella analizando la estancia de la misma forma.
-Buenos días –fue lo único que pudo decir. Todos saludaron con una especie de reverencia con la cabeza.
-Hola, Bonnie –saludó una muchacha rubia sentada a la mesa-. ¿Cómo te encuentras?
-Bien, gracias –mintió y se sentó enfrente del grupo sosteniendo la mirada de preocupación de Hermione en ese momento.
-Vaya susto nos dimos anoche –siguió diciendo la primera muchacha.
-Pero es increíble que estéis ilesos –comentó un chico moreno que estaba a su lado.
-Ya sabes, Brooks –contestó esta vez Harry al fondo con ánimo-. No hay alacena o almacén que pueda con nosotros.
      El chiste malo hizo reír a los cuatro hombres que allí se hallaban, el cuarto era un señor alto y corpulento que removía un caldero en un extremo de la cocina. Ginny intentó por todos los medios disimular su cara de incredulidad ante el comentario.
-Menudo estás hecho, Radcliffe –contestó el tal Brian levantándose.
¿Radcliffe? –Pensó la pelirroja- Pero eso es un apellido, ¿no?... -analizó largo y tendido al chico que ya no seguía poseyendo sus gafas y tenía una expresión cordial.
-Os dije que debimos ir a recoger las cajas por turnos –protestó Hermione esta vez dejando el cuchillo de cortar pan en la mesa- ¿Bonnie, seguro que te encuentras bien?
     Ginny no pareció escuchar la pregunta, de nuevo volvió a estar absorta en el nuevo Harry.
-¿Bonnie?
-Ginevra –susurró Adianey.
¿Ah, es a mí? –Pensó ladeando la cabeza- ¡Sí, espera, que ahora soy Bonnie!
-Sí, de verdad, podré trabajar en cuanto coja fuerzas en el desayuno.
-Es que me siento mal, fui yo la que te pidió que me acompañases a recoger el género y tú te llevaste el peor golpe.
-Cierto, vaya golpe debe tener en la cabeza, señorita Wright –comentó Brooks de nuevo.
¿Señorita Wright? –contuvo el impulso de arquear una ceja.
-Anoche no escuchaste tu nombre completo, ¿verdad? –preguntó Adianey a sus espaldas. La aludida negó con la cabeza en señal de respuesta a ambas cuestiones.
-La verdad es que –intervino de nuevo Ginny suspicaz- no me importaría que me refrescaseis la memoria de lo ocurrido anoche... ¿Me desmayé?
-Fue un lio –comentó una voz aguda y cantarina a sus espaldas. Luna se secó as manos con un trapo y se sentó en la silla de al lado.
-Bueno –empezó a explicar Hermione-, al principio estábamos; Evanna, el señor Radcliffe, el señor Felton, tú y yo en el almacén. Cada uno buscando una cosa distinta, ya sabes el ajetreo que hay durante los preparativos de la cena. Fuera hacía un viento tremendo y el techo del almacén ya estaba muy mal. De repente escuchamos cómo una gran pila de cajas chocaba contra otra que dio con una viga y a partir de ahí se cayeron un par de trozos del tejado y del género almacenado como en una cadena. Con tan mala suerte que te cayó un trozo bastante pesado del techo.
-Madre mía –Ginny solo se preguntaba quién sería quién en toda esa historia. Por descarte intuyó que la tal Evanna era Luna y el tal Felton debía de ser Draco.
-Nos alegramos de que se encuentre bien señorita Wright –señaló el cocinero del fondo haciendo una inclinación que imitaron Harry, el tal Brooks y Draco.
-Ayer definitivamente no era un buen día de trabajo –intervino este último frunciendo el ceño-, yo salí del almacén con un corte bastante feo también.
-Vamos, Felton, puedes fardar entre las damas e inventarte una historia de cómo te hiciste el corte –comentó Harry.
-En definitiva –siguió narrando Hermione, de la cual esperaba que alguien dijera su nombre tarde o temprano- en ese momento no te desmayaste pero no tenías muy buen aspecto. Al cabo de un rato pediste un descanso y fue aquí donde al final te desmayaste y entre los señores te llevaron a la estancia.
-Les doy las gracias por ello –dijo Ginny con una extraña timidez.
-La caballerosidad que no muera dentro de los muros de este hotel –comentó la sexta mujer que había en la estancia que parecía más mayor que las cuatro chicas pero no más que Miss Albury, quien en ese instante se hallaba sacando brillo a una tetera sin decir nada con el ceño fruncido.
-Lamento decir que no fuimos nosotros, señorita –señaló Brooks- La socorrieron el señor Dinlake y el señor Stone.
¿Y quién diablos son esos? –se preguntó Ginny algo angustiada,
Por lo que pudo notar la joven Weasley mientras tomaba un extraño desayuno, el hechizo había surtido efecto en sus compañeros de viaje de una manera muy eficaz sin dejar nada suelto. Sólo había una cosa que la reconcomía de todo aquello, y se trataba de dónde estaba su hermano y qué papel ocupaba en toda esa historia.
    Siguieron hablando de las malas condiciones en las que se hallaba el patio trasero del hotel y el almacén y de lo necesario que era reparar y ordenarlo todo lo antes posible.
     Era como si todos se conociesen de siempre, tenían una extraña forma de hablar que para Ginny no cuadraba ni con la actual ni con la del siglo al que correspondía a la casa. Y lo que más le irritaba era que ninguno de sus acompañantes dijo en ese rato su nombre completo ni dio pistas de ello ni de dónde estaba el sexto chico de cabello pelirrojo que se suponía debía ir con los jóvenes.
Frustración.
    Recorrió infinidad de veces la estancia con la mirada con el mismo desconcierto como lo había hecho en el cuarto donde despertó. Y se vio sobresaltada cuando escuchó abrirse la puerta del fondo, y ese sobresalto se convirtió en ira al observar a Zyron Burke aparecer por la puerta.
-A ver, señoras y señores, reunión de personal –exclamó cansinamente Miss Albury.
     En ese instante todos dejaron sus quehaceres y se pusieron en fila alrededor de las mesas, mientras, por la misma puerta por la que apareció Zyron entraron otros diez empleados.

Continuará



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