23 abril 2018

Cap32☆


Capítulo 32:

Torturas

Ya llevaba tres días de clausura en el frío y oscuro sótano de la mansión Malfoy, arrinconada en una esquina junto a un catre oxidado, con un colchón medio descosido, casi sin muelles, y una enorme manta vieja y raída. A la izquierda de este podía encontrarse una mesa de madera carcomida con una lámpara de aceite. Había mucha humedad en el ambiente y tan sólo se apreciaba el sonido del viento colarse por los recovecos de las robustas y estropeadas paredes y de vez en cuando la lluvia.

Luna miraba a la nada pensativa.

Recordaba todo lo ocurrido antes de desmayarse por el conjuro de su carcelera Bellatrix. Si lo pensaba, aún notaba levemente la sensación de ahogo que le produjeron las cuerdas que la aprisionaban mientras era arrastrada hacia la sala donde sus nervios y recuerdos despertaron por completo al encontrarse con Draco Malfoy. Pensaba tanto en él, también en su padre y en sus amigos, que seguramente ya habrían tenido noticias de los motivos de su secuestro, pero sobre todo pensaba en él. Recordaba a la perfección la expresión de nervios y sorpresa del joven al encontrarla frente a él maniatada, Luna sentía que podía percibir en él un atisbo de impotencia al mismo tiempo, o quizá eran imaginaciones suyas, pero daba la impresión de que Draco quería hacer algo más que observar cómo su tía la apuntaba con la varita y la tiraba del pelo. Era una pequeña esperanza que Luna guardaba, que Draco aún sintiera algo por ella, pero, aun así, en esos momentos ser correspondida era algo peligroso. Comprendía que él estaba entre la espada y la pared; defender a su familia o a la chica por la que alguna vez pareció sentir algo… ¿por qué debía de hacerlo? O a lo mejor no se trataba de eso y en ese momento sólo sintió lástima por ella y la miraba apenado y con disimulo. Luna a veces parecía tenerlo claro, en su momento el propio Draco se lo explicó, él sentía cosas por ella pero “el qué dirán” era fuerte para él y le hacía dudar, y sin embargo la buscaba. Ahora eso era parte del pasado, quizá seguía sintiendo algo o quizá no. Eran tantos los motivos que Luna podía imaginar del comportamiento del muchacho en esos momentos que decidió no hacerse más daño y pensar en otra cosa.

Apoyó la cabeza en la pared abrazándose a sus piernas y lanzó un leve suspiro. Se sentía débil, no era para menos ya que estaba expuesta al frío y a base de sosas, frías y escatimadas comidas tan sólo dos veces al día.

A pesar de todo, había un problema más grave que adivinar qué pasó por la mente de Draco cuando se encontraron o el hecho de estar encerrada. Como Luna supuso que harían, le habían arrebatado sus efectos personales nada más encerrarla en el sótano, eso era lo que la ponía más nerviosa. La trajeron a esa mansión con su mochila, en su interior se hallaba su tesoro más preciado y el que le podría resultar más peligroso. Si Bellatrix lograba abrir el diario secreto, tanto Luna como Draco estarían al descubierto y en serios problemas. Podía suceder cualquier cosa; acusarla de manipulación hacia Draco, o, por parte el chico un intento de traición a su linaje por mezclarse con “traidores a la sangre”. La desconfianza se sembraría, se tomarían represarías… Cualquier cosa que acabaría mal, sobre todo para Luna.

-Señorita Lovegood, va a coger frío –dijo una voz grave, cansada pero a la vez dulce desde el catre oxidado.

No, Luna no estaba sola. El famoso fabricante de varitas, Garrick Ollivander, también había sido secuestrado para los propósitos oscuros de Lord Voldemort. En las pocas horas que habían comenzado a pasar juntos habían empezado a conocerse un poco más y ser de gran apoyo el uno para el otro. Era un gran consuelo tener a alguien allí abajo.

La muchacha levantó la cabeza mostrándole una leve sonrisa.

-No se preocupe, señor, estoy bien -decía mientras se incorporaba y se acercaba al catre.
Sin embargo Ollivander no estaba convencido de eso.

-Hoy la noto más… distraída –dijo el hombre arqueando una ceja mostrando una cansada y apagada sonrisa-, parece que le esté dando muchas vueltas a algo en concreto –observaba cómo la joven cogía la lámpara y la acercaba más al catre, lo que permitió a ambos fijarse mejor en el aspecto de su compañero de celda.

La muchacha se sentó en un hueco a los pies de la estropeada cama mientras escudriñaba atentamente al anciano, ahora mejor iluminado. El rostro de  Ollivander contaba la triste historia de su reclusión en ese sótano; independientemente de los agravios producidos por la edad, tenía unas ojeras muy pronunciadas y sufría en silencio el dolor de pequeños cortes tanto en su cara como en sus manos. Además, su ropa empezaba a desgastarse, estaba desnutrido, pálido y frío como la nieve. Empezaba a enfermar.

Luna se sentía tan mal al verle en esas condiciones que a veces se le hacía un nudo en la garganta por mera impotencia. La chica sólo podía observar cómo le torturaban. De vez en cuando alguien bajaba, una o dos veces al día, y arrastraba, literalmente, al pobre Ollivander hacia la salida, pasaban unas horas y al volver el anciano estaba exhausto y con más cortes que antes. En ese momento, cuando sus carceleros volvían a dejarlos solos, Luna aprovechaba para secarle las heridas y le dejaba el colchón para él solo. A la hora de “la comida” la muchacha siempre insistía en darle su ración, pero Ollivander siempre se negaba y decía que debía ser al contrario, que ella necesitaba acumular más fuerzas. Eran igual de insistentes y protectores.

Luna salió de sus pensamientos y se dispuso a contestar a su nuevo amigo:

-Oh, pienso en muchas cosas a la vez. Aquí el tiempo parece ir más  despacio…

El anciano la devolvió la misma mirada analítica que ella le había transmitido hacía un instante. No quería que Luna acabara en el mismo estado de depresión en el que él se encontraba, un estado depresivo que no quería mostrar, evitaba a toda costa quejarse o derrumbarse delante de la chica, porque sabía que el hecho de estar recluida ya era un pesado obstáculo para ella. Daba gracias a que los mortífagos no la habían hecho nada esos días.  Sabía cómo se sentía, y en el poco tiempo que empezó a pasar con ella había  comenzado a tomarla cariño. Aunque él sabía que Luna era fuerte y optimista, cosa que reconocía por su carácter y al recordar el tipo de varita que iba con ella (gajes del oficio), notaba que la chica empezaba a añorar el exterior, que  añoraba su vida, por lo que se dispuso a animarla como pudo.

-Piense en lo que piense, señorita, intente que esos pensamientos sean positivos. Ya lo sabe, ese es el único entretenimiento que se puede tener aquí abajo –dijo suspirando apesadumbrado-. Sólo se puede pensar, así que, no vale la pena que alguien tan joven y soñadora como usted ocupe su mente con cosas que la entristezcan.

-Lo sé, está siendo difícil mantener la esperanza, pero no por eso se debe dejar de intentarlo –mostró una cansada sonrisa llena de la dulzura infantil que a veces desprendía.

-Sin embargo, no se sabe lo que pasará… -no podía evitar el pesimismo, para Luna era lógico.

-Yo lo sé, señor, Harry nos salvará a todos. Se ve en sus ojos. El mismísimo Dumbledore lo veía, eso era por algo. Además, tenga en cuenta que no es el único que está luchando, siempre habrá alguien más. Y en cuanto salgamos de aquí, le ayudaremos nosotros también como mejor sepamos. No se deprima –dijo acariciándole la mejilla, estaba helado-. ¿Sabe?, usted me recuerda mucho a mi abuelo.

-¿A tu abuelo? –logró volver a sonreír.

-Sí, por su carácter y su memoria. Verá, mi abuelo por parte de madre era un excelente mago relojero y, al igual que usted, recordaba a la perfección todas y cada una de sus mágicas creaciones y a su comprador. Era muy cuidadoso con su trabajo, un gran artista, además muy sabio. Murió cuando yo tenía seis años… Usted tiene su misma nariz –dijo ladeando la cabeza tímida pero a la vez sonriente.

-Me siento halagado –dijo el anciano riendo con ganas, como hacía tiempo que no reía, con la mirada más relajada.

De repente se escuchó un portazo procedente de las escaleras superiores y unos pasos apresurados, alguien bajaba. Ambos reclusos estaban pendientes de la puerta, esperando a divisar alguna silueta tras los gruesos barrotes.

-Ahí vamos otra vez –susurró Ollivander exhausto volviendo a su pesadumbre interior.

Luna se limitó a estrecharle la mano con afecto. Todavía atenta a la entrada,  observaba cómo las figuras se aproximaban murmurando. Esta vez parecían un grupo más numeroso de lo normal, algo que a Luna no le gustó. Colagusano abrió, sonriente pero intimidado por sus acompañantes.

Para sorpresa de la joven, que temía por Ollivander, esta vez también bajaba Bellatrix Lestrange, con expresión iracunda. Lestrange propinó un empujón a Colagusano para que se hiciese a un lado. Tras ella entraron tres mortífagos; los dos más altos y fornidos, con ropas desgastadas, entraron sosteniendo a un duende cada uno por un brazo y con dureza, tras dejarle bruscamente en el suelo en una esquina sin cuidado alguno, se aproximaron al señor Ollivander. Mientras, el tercer mortífago se quedaba fuera en el quicio de la puerta sin dejarse ver claramente haciendo juego con las sombras, observando la escena en silencio.

Luna miró al duende. Griphook, antiguo empleado de Gringotts, había sido secuestrado un tiempo antes que ella. Ollivander le había hablado de él, pero unos días antes de que Luna llegase a la mansión Malfoy, reclamaron la presencia del duende en los nuevos aposentos de Voldemort para que identificase ciertos objetos. Estuvo todo el tiempo arriba, por lo que no le había visto hasta ese momento. La muchacha observó que en sus ojos no había miedo alguno, sino rencor y cansancio, pero Griphook se mantenía firme, devolvió la mirada a Luna un instante, la miró de la misma manera que lo hacía con sus carceleros, con frialdad.

La chica salió de sus pensamientos con rapidez, puesto que Bellatrix se le acercaba empuñando su varita con firmeza mientras que tras de sí parecía esconder algo.

-Llevadle ante el Señor Tenebroso, -dijo la mortífaga señalando a Ollivander mientras clavaba sus fríos ojos en Luna –tengo que charlar un rato con Lovegood…

Luna sintió de nuevo ese nudo en la garganta, devolvía la mirada a su carcelera de la forma más serena que podía.

Los dos robustos mortífagos levantaron a Ollivander con la misma delicadeza  con la que trataron a Griphook y se lo llevaron con prisa.

Colagusano miró a Luna un instante y pareció lanzar una leve risita estúpida antes de marcharse también cerrando la puerta tras de sí dejando fuera al tercer motífago, que aún permanecía inmóvil entre la penumbra de la puerta y las escaleras, ahora observándolo todo a través de los barrotes.

La mortífaga respiró hondo y comenzó a pasear por la descuidada estancia con aires de sofisticación que disfrazaban su ira. Comenzó a hablar seria:

-Al parecer, pequeña traidora a la sangre, escondes mucho más de lo que  aparentas…

Luna la seguía con la mirada sin terminar de comprender a qué se refería. Bellatrix continuó hablando:

-¿Sabes? He echado un vistazo a tu andrajosa mochila y algo me ha llamado la  atención hasta llegar sacarme de quicio –decía bajando a un tono cada vez más severo y furioso mientras paraba su vaivén justo enfrente de la muchacha y dejaba ver lo que tenía escondido detrás suyo, era el diario secreto de Luna-. En el lomo están escritas tus iniciales. ¿Qué hay aquí dentro? ¿Cómo se abre? –preguntó en un tono más alto y autoritario.

Luna no era capaz de articular palabra, en fondo esperaba que ese momento  llegara, pero el corazón se le aceleraba por la presión, la impotencia y el miedo sin que pudiera evitarlo. Aun así, no mostraba del todo el estado en el que se encontraba, simplemente se quedaba seria mirando su diario con los ojos muy abiertos.

-¡Responde! –gritó la mortífaga haciendo a la chica ponerse un poco más nerviosa.

-Sólo es un diario –dijo Luna más decidida, despacio, con la voz apagada y levantando la mirada hacia su carcelera-, lo uso para escribir mis pensamientos, para desahogarme… Es un diario como otro cualquiera –sabía que si negaba que el diario era suyo todo sería mucho peor, Bellatrix había visto sus iniciales en él y la reacción de Luna en ese momento daba muchas pistas.

-¡Mentirosa! –gritó de repente Bellatrix, la apuntó con su varita- ¡CRUCIO!

Luna sintió un dolor tan horrible y punzante que la hizo retorcerse hasta resbalar de la cama oxidada. Para sorpresa y rabia de la mortífaga, la chica no profirió ningún grito, se limitó a mostrar una leve mueca de dolor. Al caer al suelo el dolor cesó, tomó aliento y se agarró al catre. Bellatrix, con suma rapidez, se agachó a su lado y la cogió por el cuello de su jersey con fuerza mientras la miraba furiosa y comenzaba a hablar apresuradamente.

-¡No intentes tomarme el pelo! Esto no es un simple diario, sé de sobra que está marcado por algo, un fuerte hechizo lo protege, y quiero saber por qué. Sólo el verdadero propietario sabe abrirlo -la mortífaga, tras quedarse un instante mirando a Luna, la soltó de un empujón y se levantó un poco más serena, volvió a apuntar a la chica con su varita y le lanzó otro Crucio. Luna aguantó como pudo-. Explícame cómo ha llegado esto a tus manos. ¡Explícame para qué iba una insignificante niña a marcar un diario con uno de los ritos de Vudú más poderosos que se conocen si no es para esconder algo de gran valor! -volvió a lanzar un Crucio más.

Luna empezaba a sollozar y respirar entrecortadamente mientras se aferraba a al catre de la cama.

-Yo… yo no sé… qué hechizo es ese… de verdad.

-Pero sabes lo que el diario esconde. Debes saber cómo o quién lo ha conjurado. ¡O lo abres o desearás estar muerta!

-Tan sólo es un regalo…

Luna y Bellatrix se miraron a los ojos, en los de la mortífaga la ira emanaba cada vez más intensamente, los de la joven se llenaban cada vez más de lágrimas.

-Si no quieres colaborar por las buenas…

La impaciente Bellatrix volvió a alzar su varita contra ella y lanzó un Crucio más poderoso que los anteriores, uno que parecía agrupar todo el odio que tenía hacia la joven para ser disparado contra ella. Ese Crucio fue el que consiguió hacer gritar a Luna por fin como nunca había gritado, eso era algo que la morifaga necesitaba oír, lo que estaba buscando desde el principio.

Luna se convulsionaba en el suelo, empezaba a sentir una ponzoñosa quemazón en su interior, la vista se le nublaba, sentía ahogo de tanto gritar pero en ese instante ya ni siquiera se oía a sí misma. Sentía que iba a desaparecer, sentía que se iba a transformar en algo volátil e incorpóreo, casi empezaba a notarlo cuando el dolor cesó de golpe y la quemazón disminuyó pero aún seguía latente en ella.

Tan sólo percibía agitados murmullos muy dispersos, solo veía sombras, sombras que le inspiraban temor, mientras notaba cómo las lágrimas surcaban sus mejillas. De repente se sintió más serena sin entender por qué se vio envuelta en halo de luz del que parecía salir una voz.

Bellatrix ya no disfrutaba de la escena, algo le obligaba a detener su maldición imperdonable. Mientras observaba cómo Luna se envolvía en destellos multicolores, un rayo de luz doraba había salido disparado hacia ella arrebatándola su varita y quemándole la mano.

El diario empezaba a abrirse.


Continuará




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