Capítulo 32:
☆☆Torturas☆☆
Ya llevaba tres días de clausura en
el frío y oscuro sótano de la mansión Malfoy, arrinconada en una esquina junto
a un catre oxidado, con un colchón medio descosido, casi sin muelles, y una
enorme manta vieja y raída. A la izquierda de este podía encontrarse una mesa
de madera carcomida con una lámpara de aceite. Había mucha humedad en el
ambiente y tan sólo se apreciaba el sonido del viento colarse por los recovecos
de las robustas y estropeadas paredes y de vez en cuando la lluvia.
Luna miraba a la nada pensativa.
Recordaba todo lo ocurrido antes de
desmayarse por el conjuro de su carcelera Bellatrix. Si lo pensaba, aún notaba
levemente la sensación de ahogo que le produjeron las cuerdas que la
aprisionaban mientras era arrastrada hacia la sala donde sus nervios y
recuerdos despertaron por completo al encontrarse con Draco Malfoy. Pensaba
tanto en él, también en su padre y en sus amigos, que seguramente ya habrían
tenido noticias de los motivos de su secuestro, pero sobre todo pensaba en él. Recordaba a la perfección la
expresión de nervios y sorpresa del joven al encontrarla frente a él maniatada,
Luna sentía que podía percibir en él un atisbo de impotencia al mismo tiempo, o
quizá eran imaginaciones suyas, pero daba la impresión de que Draco quería
hacer algo más que observar cómo su tía la apuntaba con la varita y la tiraba
del pelo. Era una pequeña esperanza que Luna guardaba, que Draco aún sintiera
algo por ella, pero, aun así, en esos momentos ser correspondida era algo
peligroso. Comprendía que él estaba entre la espada y la pared; defender a su
familia o a la chica por la que alguna vez pareció sentir algo… ¿por qué debía
de hacerlo? O a lo mejor no se trataba de eso y en ese momento sólo sintió
lástima por ella y la miraba apenado y con disimulo. Luna a veces parecía
tenerlo claro, en su momento el propio Draco se lo explicó, él sentía cosas por
ella pero “el qué dirán” era fuerte para él y le hacía dudar, y sin embargo la
buscaba. Ahora eso era parte del pasado, quizá seguía sintiendo algo o quizá
no. Eran tantos los motivos que Luna podía imaginar del comportamiento del
muchacho en esos momentos que decidió no hacerse más daño y pensar en otra
cosa.
Apoyó la cabeza en la pared
abrazándose a sus piernas y lanzó un leve suspiro. Se sentía débil, no era para
menos ya que estaba expuesta al frío y a base de sosas, frías y escatimadas
comidas tan sólo dos veces al día.
A pesar de todo, había un problema
más grave que adivinar qué pasó por la mente de Draco cuando se encontraron o
el hecho de estar encerrada. Como Luna supuso que harían, le habían arrebatado
sus efectos personales nada más encerrarla en el sótano, eso era lo que la
ponía más nerviosa. La trajeron a esa mansión con su mochila, en su interior se
hallaba su tesoro más preciado y el que le podría resultar más peligroso. Si
Bellatrix lograba abrir el diario secreto, tanto Luna como Draco estarían al
descubierto y en serios problemas. Podía suceder cualquier cosa; acusarla de manipulación
hacia Draco, o, por parte el chico un intento de traición a su linaje por
mezclarse con “traidores a la sangre”. La desconfianza se sembraría, se
tomarían represarías… Cualquier cosa que acabaría mal, sobre todo para Luna.
-Señorita Lovegood, va a coger frío –dijo una voz grave,
cansada pero a la vez dulce desde el catre oxidado.
No, Luna no estaba sola. El famoso
fabricante de varitas, Garrick Ollivander, también había sido secuestrado para
los propósitos oscuros de Lord Voldemort. En las pocas horas que habían
comenzado a pasar juntos habían empezado a conocerse un poco más y ser de gran
apoyo el uno para el otro. Era un gran consuelo tener a alguien allí abajo.
La muchacha levantó la cabeza mostrándole una leve sonrisa.
-No se preocupe, señor, estoy bien -decía mientras se
incorporaba y se acercaba al catre.
Sin embargo Ollivander no estaba convencido de eso.
-Hoy la noto más… distraída –dijo el hombre arqueando una
ceja mostrando una cansada y apagada sonrisa-, parece que le esté dando muchas
vueltas a algo en concreto –observaba cómo la joven cogía la lámpara y la
acercaba más al catre, lo que permitió a ambos fijarse mejor en el aspecto de
su compañero de celda.
La muchacha se sentó en un hueco a
los pies de la estropeada cama mientras escudriñaba atentamente al anciano,
ahora mejor iluminado. El rostro de Ollivander
contaba la triste historia de su reclusión en ese sótano; independientemente de
los agravios producidos por la edad, tenía unas ojeras muy pronunciadas y
sufría en silencio el dolor de pequeños cortes tanto en su cara como en sus
manos. Además, su ropa empezaba a desgastarse, estaba desnutrido, pálido y frío
como la nieve. Empezaba a enfermar.
Luna se sentía tan mal al verle en
esas condiciones que a veces se le hacía un nudo en la garganta por mera
impotencia. La chica sólo podía observar cómo le torturaban. De vez en cuando alguien
bajaba, una o dos veces al día, y arrastraba, literalmente, al pobre Ollivander
hacia la salida, pasaban unas horas y al volver el anciano estaba exhausto y
con más cortes que antes. En ese momento, cuando sus carceleros volvían a dejarlos
solos, Luna aprovechaba para secarle las heridas y le dejaba el colchón para él
solo. A la hora de “la comida” la muchacha siempre insistía en darle su ración,
pero Ollivander siempre se negaba y decía que debía ser al contrario, que ella
necesitaba acumular más fuerzas. Eran igual de insistentes y protectores.
Luna salió de sus pensamientos y se dispuso a contestar a su
nuevo amigo:
-Oh, pienso en muchas cosas a la vez. Aquí el tiempo parece
ir más despacio…
El anciano la devolvió la misma
mirada analítica que ella le había transmitido hacía un instante. No quería que
Luna acabara en el mismo estado de depresión en el que él se encontraba, un
estado depresivo que no quería mostrar, evitaba a toda costa quejarse o
derrumbarse delante de la chica, porque sabía que el hecho de estar recluida ya
era un pesado obstáculo para ella. Daba gracias a que los mortífagos no la habían
hecho nada esos días. Sabía cómo se
sentía, y en el poco tiempo que empezó a pasar con ella había comenzado a tomarla cariño. Aunque él sabía
que Luna era fuerte y optimista, cosa que reconocía por su carácter y al
recordar el tipo de varita que iba con ella (gajes del oficio), notaba que la
chica empezaba a añorar el exterior, que añoraba su vida, por lo que se dispuso a
animarla como pudo.
-Piense en lo que piense, señorita, intente que esos
pensamientos sean positivos. Ya lo sabe, ese es el único entretenimiento que se
puede tener aquí abajo –dijo suspirando apesadumbrado-. Sólo se puede pensar,
así que, no vale la pena que alguien tan joven y soñadora como usted ocupe su
mente con cosas que la entristezcan.
-Lo sé, está siendo difícil mantener la esperanza, pero no por
eso se debe dejar de intentarlo –mostró una cansada sonrisa llena de la dulzura
infantil que a veces desprendía.
-Sin embargo, no se sabe lo que pasará… -no podía evitar el
pesimismo, para Luna era lógico.
-Yo lo sé, señor, Harry nos salvará a todos. Se ve en sus
ojos. El mismísimo Dumbledore lo veía, eso era por algo. Además, tenga en cuenta
que no es el único que está luchando, siempre habrá alguien más. Y en cuanto
salgamos de aquí, le ayudaremos nosotros también como mejor sepamos. No se
deprima –dijo acariciándole la mejilla, estaba helado-. ¿Sabe?, usted me
recuerda mucho a mi abuelo.
-¿A tu abuelo? –logró volver a sonreír.
-Sí, por su carácter y su memoria. Verá, mi abuelo por parte
de madre era un excelente mago relojero y, al igual que usted, recordaba a la
perfección todas y cada una de sus mágicas creaciones y a su comprador. Era muy
cuidadoso con su trabajo, un gran artista, además muy sabio. Murió cuando yo
tenía seis años… Usted tiene su misma nariz –dijo ladeando la cabeza tímida
pero a la vez sonriente.
-Me siento halagado –dijo el anciano riendo con ganas, como
hacía tiempo que no reía, con la mirada más relajada.
De repente se escuchó un portazo
procedente de las escaleras superiores y unos pasos apresurados, alguien
bajaba. Ambos reclusos estaban pendientes de la puerta, esperando a divisar alguna
silueta tras los gruesos barrotes.
-Ahí vamos otra vez –susurró Ollivander exhausto volviendo a
su pesadumbre interior.
Luna se limitó a estrecharle la mano
con afecto. Todavía atenta a la entrada, observaba cómo las figuras se aproximaban
murmurando. Esta vez parecían un grupo más numeroso de lo normal, algo que a
Luna no le gustó. Colagusano abrió, sonriente pero intimidado por sus
acompañantes.
Para sorpresa de la joven, que temía
por Ollivander, esta vez también bajaba Bellatrix Lestrange, con expresión
iracunda. Lestrange propinó un empujón a Colagusano para que se hiciese a un
lado. Tras ella entraron tres mortífagos; los dos más altos y fornidos, con
ropas desgastadas, entraron sosteniendo a un duende cada uno por un brazo y con
dureza, tras dejarle bruscamente en el suelo en una esquina sin cuidado alguno,
se aproximaron al señor Ollivander. Mientras, el tercer mortífago se quedaba fuera
en el quicio de la puerta sin dejarse ver claramente haciendo juego con las
sombras, observando la escena en silencio.
Luna miró al duende. Griphook,
antiguo empleado de Gringotts, había sido secuestrado un tiempo antes que ella.
Ollivander le había hablado de él, pero unos días antes de que Luna llegase a
la mansión Malfoy, reclamaron la presencia del duende en los nuevos aposentos
de Voldemort para que identificase ciertos objetos. Estuvo todo el tiempo
arriba, por lo que no le había visto hasta ese momento. La muchacha observó que
en sus ojos no había miedo alguno, sino rencor y cansancio, pero Griphook se
mantenía firme, devolvió la mirada a Luna un instante, la miró de la misma
manera que lo hacía con sus carceleros, con frialdad.
La chica salió de sus pensamientos
con rapidez, puesto que Bellatrix se le acercaba empuñando su varita con
firmeza mientras que tras de sí parecía esconder algo.
-Llevadle ante el Señor Tenebroso,
-dijo la mortífaga señalando a Ollivander mientras clavaba sus fríos ojos en
Luna –tengo que charlar un rato con Lovegood…
Luna sintió de nuevo ese nudo en la
garganta, devolvía la mirada a su carcelera de la forma más serena que podía.
Los dos robustos mortífagos
levantaron a Ollivander con la misma delicadeza
con la que trataron a Griphook y se lo llevaron con prisa.
Colagusano miró a Luna un instante y
pareció lanzar una leve risita estúpida antes de marcharse también cerrando la
puerta tras de sí dejando fuera al tercer motífago, que aún permanecía inmóvil entre
la penumbra de la puerta y las escaleras, ahora observándolo todo a través de
los barrotes.
La mortífaga respiró hondo y comenzó
a pasear por la descuidada estancia con aires de sofisticación que disfrazaban
su ira. Comenzó a hablar seria:
-Al parecer, pequeña traidora a la sangre, escondes mucho más
de lo que aparentas…
Luna la seguía con la mirada sin
terminar de comprender a qué se refería. Bellatrix continuó hablando:
-¿Sabes? He echado un vistazo a tu andrajosa mochila y algo
me ha llamado la atención hasta llegar
sacarme de quicio –decía bajando a un tono cada vez más severo y furioso mientras
paraba su vaivén justo enfrente de la muchacha y dejaba ver lo que tenía
escondido detrás suyo, era el diario secreto de Luna-. En el lomo están
escritas tus iniciales. ¿Qué hay aquí dentro? ¿Cómo se abre? –preguntó en un
tono más alto y autoritario.
Luna no era capaz de articular
palabra, en fondo esperaba que ese momento
llegara, pero el corazón se le aceleraba por la presión, la impotencia y
el miedo sin que pudiera evitarlo. Aun así, no mostraba del todo el estado en
el que se encontraba, simplemente se quedaba seria mirando su diario con los
ojos muy abiertos.
-¡Responde! –gritó la mortífaga haciendo a la chica ponerse
un poco más nerviosa.
-Sólo es un diario –dijo Luna más decidida, despacio, con la
voz apagada y levantando la mirada hacia su carcelera-, lo uso para escribir
mis pensamientos, para desahogarme… Es un diario como otro cualquiera –sabía
que si negaba que el diario era suyo todo sería mucho peor, Bellatrix había
visto sus iniciales en él y la reacción de Luna en ese momento daba muchas
pistas.
-¡Mentirosa! –gritó de repente Bellatrix, la apuntó con su
varita- ¡CRUCIO!
Luna sintió un dolor tan horrible y
punzante que la hizo retorcerse hasta resbalar de la cama oxidada. Para
sorpresa y rabia de la mortífaga, la chica no profirió ningún grito, se limitó
a mostrar una leve mueca de dolor. Al caer al suelo el dolor cesó, tomó aliento
y se agarró al catre. Bellatrix, con suma rapidez, se agachó a su lado y la
cogió por el cuello de su jersey con fuerza mientras la miraba furiosa y comenzaba
a hablar apresuradamente.
-¡No intentes tomarme el pelo! Esto no es un simple diario,
sé de sobra que está marcado por algo, un fuerte hechizo lo protege, y quiero
saber por qué. Sólo el verdadero propietario sabe abrirlo -la mortífaga, tras
quedarse un instante mirando a Luna, la soltó de un empujón y se levantó un
poco más serena, volvió a apuntar a la chica con su varita y le lanzó otro
Crucio. Luna aguantó como pudo-. Explícame cómo ha llegado esto a tus manos. ¡Explícame
para qué iba una insignificante niña a marcar un diario con uno de los ritos de
Vudú más poderosos que se conocen si no es para esconder algo de gran valor! -volvió
a lanzar un Crucio más.
Luna empezaba a sollozar y respirar
entrecortadamente mientras se aferraba a al catre de la cama.
-Yo… yo no sé… qué hechizo es ese… de verdad.
-Pero sabes lo que el diario esconde. Debes saber cómo o
quién lo ha conjurado. ¡O lo abres o desearás estar muerta!
-Tan sólo es un regalo…
Luna y Bellatrix se miraron a los
ojos, en los de la mortífaga la ira emanaba cada vez más intensamente, los de
la joven se llenaban cada vez más de lágrimas.
-Si no quieres colaborar por las buenas…
La impaciente Bellatrix volvió a
alzar su varita contra ella y lanzó un Crucio más poderoso que los anteriores,
uno que parecía agrupar todo el odio que tenía hacia la joven para ser
disparado contra ella. Ese Crucio fue el que consiguió hacer gritar a Luna por
fin como nunca había gritado, eso era algo que la morifaga necesitaba oír, lo
que estaba buscando desde el principio.
Luna se convulsionaba en el suelo,
empezaba a sentir una ponzoñosa quemazón en su interior, la vista se le
nublaba, sentía ahogo de tanto gritar pero en ese instante ya ni siquiera se
oía a sí misma. Sentía que iba a desaparecer, sentía que se iba a transformar
en algo volátil e incorpóreo, casi empezaba a notarlo cuando el dolor cesó de
golpe y la quemazón disminuyó pero aún seguía latente en ella.
Tan sólo percibía agitados murmullos
muy dispersos, solo veía sombras, sombras que le inspiraban temor, mientras
notaba cómo las lágrimas surcaban sus mejillas. De repente se sintió más serena
sin entender por qué se vio envuelta en halo de luz del que parecía salir una
voz.
Bellatrix ya no disfrutaba de la
escena, algo le obligaba a detener su maldición imperdonable. Mientras
observaba cómo Luna se envolvía en destellos multicolores, un rayo de luz
doraba había salido disparado hacia ella arrebatándola su varita y quemándole
la mano.
El diario empezaba a abrirse.

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