Capítulo 4
☆☆Un trato
es un trato☆☆
Al anochecer Luna se dirigía a su sala común pensando dónde podría
estar su diario, estaba cansada y pensaba en lo rápido que cambian los estados
de ánimo de las personas. Esa tarde se sentía más animada de lo normal porque
le habían puesto muy buena nota en su trabajo de Transformaciones, notaba como la
cálida brisa y los rayos del atardecer recorrían el castillo de una forma
especial, y ahora que había perdido uno de los objetos más valiosos que tenía
se sentía muy disgustada consigo misma, la noche empezaba y la brisa era fría.
«¿Por
qué el diario, Luna? - se repetía a sí misma- ¿Por qué tenías que descuidar el regalo
más preciado que te hizo tu madre?».
Ya en su habitación se puso el pijama y antes de irse a dormir
buscó un poco por los rincones. Pensaba que a lo mejor, como era algo
despistada, sólo creyó haberlo sacado de la habitación, y como en su bolso
llevaba tantos libros. Luego pensó que eso no podría ser posible puesto que
Harry y sus amigos lo encontraron cuando dejó la biblioteca y se lo
describieron con suma exactitud. Sin embargó, recorrió la habitación un par de
veces… Pero no lo hallaría pues una serpiente lo tenía bien escondido.
A la mañana siguiente, la rubia se preparó para bajar a desayunar
inmersa en sus preocupaciones. Pensaba que a lo mejor podría poner carteles de
objetos perdidos para que la ayuden a encontrar su diario, ya lo había hecho
varias veces. A pesar de todo, esa mañana se encontraba de mejor humor, porque
recordó que su madre siempre decía que las cosas que perdemos siempre vuelven, tenía
más esperanza de encontrar su diario. Quería ser optimista.
Observó que sus compañeras ya se habían levantado y estaba
dispuesta a avisarlas.
—Buenos días -las saludó.
—Hola… -dijo una chica morena medio extrañada y medio adormilada.
Luna no hablaba mucho con sus compañeras de habitación, más bien,
eran ellas las que no estaban interesadas en hablarla por ser considerada “la Lunática”,
no tenían una relación ni buena, ni mala.
—Esto… veréis… He perdido un libro de color marrón con flores
doradas y con el grabado “Diario L.L.”
en el lomo, y quería deciros que, si lo veis, me haríais un gran favor
devolviéndomelo.
Se produjo un pequeño silencio en el cuarto durante un instante.
Las Ravenclaw se miraron entre ellas.
—Está bien -le respondió al fin amablemente esta vez una chica de
pelo castaño y liso hasta la cintura.
Luna terminó de vestirse con ropa de calle, ya que su uniforme
estaba en la lavandería y el de repuesto había vuelto a desaparecer
misteriosamente de su baúl. Se atavió de manera sencilla con sus vaqueros
preferidos, camiseta lavanda con flores blancas estampadas, una chaqueta azul
marino, zapatos negros, sus pendientes de rábano y el collar de cochos de
cerveza, para ella indispensable.
Una vez lista, bajó al Gran Comedor y en la puerta encontró a
Ginny charlando con Harry. Era pronto para juzgarlo por lo poco que conocía a
sus nuevos simpatizantes, pero se diría que entre ellos había algo especial. Por
lo que tenía entendido, él estaba saliendo con Cho Chang recientemente, y Ginny
salía con Michael Corner,
pero le daba la impresión de que la Weasley mostraba una atención especial por
Harry. Tampoco la conocía muy bien que digamos ya que había empezado a conectar
con ella ese curso, sólo era un presentimiento.
—Hola, Luna -saludó el azabache.
—Buenos días –la chica mostró una leve sonrisa.
—Qué, hubo suerte ayer? -preguntó esta vez Ginny.
—No, pero he avisado a mis compañeras de cuarto de que si lo ven
que me avisen.
—Hmm… ¿Y si han sido ellas? -sospechaba la pelirroja con cara
pensativa.
—No lo creo… ¿Para qué querrían quitármelo? Yo soy la única que sabe
abrirlo.
Luna era también algo inocente en algunas ocasiones, no era una de
esas personas que desconfían todo el tiempo o ven el mal en todo lados como
ciertos Slytherins que espiaban la escena. Malfoy y Zabini estaban atentos a
los tres chicos hasta que entraron en el comedor.
—No sé, Blaise… Me gusta el plan, pero que tenga que ser esa
Lunática…
—Oye, no tejes que saldrás beneficiado. Ya la has visto, Lovegood
es una inocentona, hará lo que sea.
—Sí, pero es rara…
—Lo sé, bueno tú mismo, estoy dándote ideas. Tuya es la decisión
de actuar o no, yo solo intento ayudar en malos tragos -decía con una mano en
el pecho y poniendo una cara de desolación.
—Mira que eres payaso -susurró Draco.
— ¿Eh? ¿Qué has dicho? No te he entendido -le dijo confuso.
—Digo que no sé cómo no se me habrá ocurrido a mí la idea desde el
principio.
—Ah, bueno… -se echó a reír- No todos somos igual de brillantes -le
respondió con superioridad.
—Ni tan idiotas, gracias a Merlín -volvió a susurrar.
— ¿Qué?
—Qué entremos a desayunar ya.
La verdad era que el descabellado plan que le propuso Zabini ya se
le había ocurrido al joven Malfoy, sólo que su compañero le dio el último toque
de seguridad para actuar. Aunque al ver a Lovegood empezaba a echarse atrás.
La mañana había sido lenta y tediosa como el día anterior, un poco
antes del almuerzo, aprovechando la ausencia de Umbridge, los profesores habían
organizado una salida secreta a Hogsmeade. Ron corría a dar la noticia a la Sala
de los Menesteres, eufórico de salir un poco.
— ¡Eh! McGonagall ha organizado una salida, somos libres por una
tarde entera.
—Puede que Umbridge tome represalias si se entera… Pero me apunto
-contestó Hermione.
—Seguro que Filch se chiva -comentó Fred Weasley.
—No sé, pienso que sería buena idea quedarnos y practicar un poco –opinó
Harry–. Ahora vamos a tener muchos exámenes inventados por Umbridge y no vamos
a poder reunirnos con tanta frecuencia.
—Anda, Harry… -le dijo Ron suplicante- ¿Es que ahora vas a ser más
aburrió que Hermione?
—Idiota -le respondió ésta al mismo tiempo que le daba un codazo
en la barriga.
—Bueno, es verdad, lo cierto es que últimamente estás más cambiada
–respondió mientras se frotaba la tripa quejocoso.
—Está bien, hoy no hay clase –cedió Harry.
— ¡¿Quién se apunta a ir a Hogsmeade?! -preguntaron los gemelos al
unísono.
La repuesta era obvia, todos salieron contentos de poder
distraerse y con cuidado de que no hubiera nadie alrededor.
La joven y rubia Ravenclaw de ojos soñadores observaba sentada en
un cojín cómo sus compañeros recogían sus cosas con rapidez hasta que alguien
llamó su atención:
— ¿Luna, te vienes a dar una vuelta? -le preguntó Neville
Longbottom algo tímido acercándose con Ginny.
—Bueno, es que había pensado ir a la lechucería. Tengo que pedirle
a mi padre que me mande unas cosas.
—Piénsalo, tenemos todo el día a nuestro aire, ¿No le puedes
enviar la carta mañana? -le dijo la pelirroja.
—Es que también he de hacer más recados.
—Está bien, nos vemos -se despidió el chico.
—Pasadlo bien -se despidió la rubia con una dulce sonrisa.
Al cabo de un rato, el castillo estaba semivacío, tan solo había
unos cuantos que tenían que estudiar para los exámenes del día siguiente y los
de primer y segundo año. Tal vez algunos otros se quedaran por miedo a lo que
podría decir Umbridge si se enteraba, como los de la Brigada Inquisitorial. Después
de almorzar y de haber mandado la carta su padre, la rubia Ravenclaw se dirigía
a su habitación a por una mochila para recoger comida de las cocinas y
llevársela a los Thestrals, los elfos domésticos eran muy generosos a la hora
de llenarle la mochila de sobras. Caminaba atenta a las esquinas por si
aparecía un Nargle cuando escuchó una voz detrás de ella:
—Lovegood –era una voz masculina. Se dio la vuelta.
— ¿Si, Malfoy? -dijo tranquilamente.
— ¿Has perdido algo? -le preguntó el chico en tono de mofa, mostrando
el diario de la rubia.
— ¡Oh! –Luna dio un leve saltito- ¡Lo has encontrado! No sabes
cuánto te lo agradezco, Malfoy -ilusionada se acercó para cogerlo- ¿Sabes? Creo
que no eres tan desagradable como todos dicen…
—No tan deprisa, Lunática -le dijo maleducadamente, dándole un pequeño
empujón hacia atrás- ¿Quién ha dicho que vaya a devolvértelo así por las
buenas? Este no es tu diario, sólo es una ilusión mágica, el tuyo lo tengo bien
escondido. ¿Crees que soy tan ingenuo como tú?
A Luna le invadió el desconcierto por un instante y tras un
momento respondió:
—Bueno, no creo que a ti te sirva de mucho, porque, veras, yo soy
la única que sabe abrirlo. Aunque, si quieres uno, venden unos modelos muy
bonitos en el Callejón Diagón -le dijo con toda inocencia.
— ¡Cállate, loca! –exclamó poniendo cara de asco- Yo no uso
diarios, soy un chico.
— Los chicos también pueden plasmar sus sentimientos. Todos somos
humanos, no tiene nada de malo que nos desahoguemos así -le explicó con su
peculiar vocecita- Oh… A lo mejor por eso eres así de arisco con los demás…
— ¿Qué intentas, psicoanalizarme?
—Un poco.
—¿Sabes qué? Lo de Lunática te viene a la perfección.
—Puede ser…
— ¡Me estoy yendo por las ramas por tu culpa! ¡¿Quieres tu dichoso
diario o no?! -el Slytherin estaba a punto de explotar.
—Pues claro, es mío, fue un regalo de mi madre.
—Pues tendrás que hacer unos recados por mí. Tú sacas muy buenas
notas, ¿no?
—Sí, bueno, la verdad es que no se me dan mal los estudios.
—Pues serás mi ayudante. Ahora vienen los trabajos difíciles del
curso, tendrás que hacerme todos los deberes durante tres semanas enteras. Si
no, le daré el diario a la directora y seguro que ella es capaz de abrirlo. O
quizás lo rompa o lo vuelva a extraviar… Y no querrás que lo lea o lo pierda de
nuevo, ¿no, Lunática?
“Sinceramente,
no creo que lo pueda abrir -pensó Luna-, pero no quiero arriesgarme”.
— ¿Solo tres semanas? –cuestionó reflexiva.
—Sí, luego te lo devolveré, pero has de hacer bien tu trabajo. Si
saco malas notas por tu culpa… adiós a tus secretos -dijo con una mirada
maléfica.
—Espera un momento -le dijo Luna mientras sacaba su varita-, haremos
un trato mágico, así nadie podrá faltar a su palabra. Veamos las condiciones.
Draco miró con cara de total extrañeza a Luna, la había
subestimado, resultó ser más previsora de lo que pensaba. Se quedó un instante
anonadado. Al fin y al cabo, aunque hicieran un pacto, ella le haría el trabajo
que él quisiera esas semanas
—Dame la mano –le dijo la chica arremangándose.
— ¿Por qué? –preguntó cauteloso.
—Porque se hace así. ¿Es que me tienes miedo?
—Sí, tengo miedo a que se me pegue tu locura -el Slytherin se
empeñaba en ofender a la rubia, pero esta se veía impasible ante sus comentarios
hirientes y eso le hacía rabiar. Al final terminó dándole la mano.
— ¿Prometes, Draco Maloy, que me devolverás mi diario si te ayudo
durante tres semanas?
—Sí, lo prometo. Y tú, Luna Lovegood, ¿prometes hacer todo lo que
yo te ordene durante esas tres semanas?
—Sí, lo prometo. Ambos somos conscientes de que si no mantenemos nuestro
trato… moriremos.
El chico dio un respingo al oír esa última frase:
— ¡ESTÁS LOCA! ¿SE PUEDE SABER QUE SARTA DE ESTUPIDECES DICES?!
Luna soltó una sonora carcajada que duró varios minutos mientras el
muchacho la miraba con cara de incredulidad mientras permanecían agarrados de
la mano. Luna trató de sosegarse, tras unos largos segundos tomó aire, se
repuso un poco y comenzó a hablar:
— Tenías que haberte visto la cara cuando he dicho lo de morir.
Qué asustado estás.
— ¡No tiene gracia! Decir sandeces mientras estás haciendo un
conjuro, es peligroso –espetó con cara de muy pocos amigos.
—No te preocupes, no es el juramento inquebrantable.
—Ya, pues con esas cosas no se juega. Venga, di lo que nos puede
pasar y acabemos con esto.
— Bien –la chica se puso seria y volvió mover su varita-. Ambos
somos conscientes de que si no mantenemos nuestro trato, el mismo trato nos
obligará a cumplirlo muy a la fuerza, tomando las medidas necesarias hasta que
los dos estemos conformes.
Al terminar de decir eso un destello rojo-violáceo salió de la
varita de la joven e iluminó las manos de ambos, al desvanecerse el destello se
soltaron.
— ¿Qué significa eso? –preguntó Malfoy con desconcierto y mal
humor.
— Significa que si no me devuelves el diario en el plazo acordado tendrás
muy mala suerte hasta que decidas dármelo. Al igual que puedo tenerla yo si no
cumplo con mi parte.
—Veo que eres muy previsora, Lovegood –el chico pareció calmarse
un poco y observaba a Luna analíticamente.
—Así los dos estamos conformes. En parte es justo que te ayude por
haber encontrado mi diario.
—Sí, eso creo yo -dijo con una mirada de serpiente aprovechada
lleno de cinismo.
—He de irme -la chica guardó su varita y acomodó un poco su
chaqueta.
—Espera, ven aquí mañana después del almuerzo, he de darte tu
primera tarea.
—Está bien.
Los chicos se alejaban en direcciones contrarias hasta que Luna se
dio la vuelta:
—Ten en cuenta el trato, Malfoy, si no lo cumples, será a la
fuerza y lo lamentarás.
—Lo mismo te digo, Lovegood. Un trato es un trato -dicho esto, se
marcharon dejaron el pasillo vacio.

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