Epílogo
☆☆Diecisiete años después…☆☆
De todas las habitaciones y recovecos que había en esa casa,
la biblioteca era sin duda su sitio preferido, un santuario donde podía
evadirse tranquilamente de todo haciendo volar su imaginación.
Abrió la puerta lentamente; las grandes cortinas azules con
llamativos bordados grises y blancos cubrían los magníficos ventanales de la
estancia haciendo que resultara difícil admirar el interior. Cruzó la
habitación hasta los ventanales, pasando al lado de los cómodos sillones y el
sofá, a juego con las cortinas y situados enfrente de una enorme chimenea, y
dejó entrar la luz con cuidado. El sol se presentó majestuoso dejando ver una
cantidad inmensa de libros ordenados con sumo cuidado en grandes estanterías
que cubrían todas las paredes de la sala dejando solo un hueco para la chimenea
revestida en mármol y un bello cuadro renacentista colgado encima.
Estaba aburrido y esa tarde le apetecía leer aventuras;
batallas contra tenebrosos villanos, mucha magia, quizá algo de romance, pero
nada de cursilerías, historias de piratas o de justicieros, sus favoritas. Comenzó
su típica ronda por la habitación dejándose llevar. Cada vez que terminaba un
libro le daba por elegir una estantería distinta, para hacer de su elección
algo más interesante, según él. Le gustaba encontrarse con sorpresas y empezaba
a memorizar muchos títulos y su orden correspondiente, lo que hacía su ronda
menos atrayente, por lo que prefería el azar y el desorden dentro de su propio
orden. Consideraba a cada libro un valioso tesoro y a las enormes estanterías
majestuosas montañas, imponentes y difíciles de escalar debido a su menuda e
infantil estatura, un poco por debajo de la normal para un niño de nueve años,
era bajito, pero bastante maduro para su edad.
Decidió coger una de las escaleras portátiles, esa vez
exploraría los libros más altos, fue a buscarla a las estanterías cercanas al escritorio
en el que sus padres solían trabajar, situado de cara a las ventanas de la gran
habitación. Caminó curioso alrededor del escritorio, fijándose en si habría
algún documento interesante olvidado por su madre mientras rozaba la elegante
butaca de cuero a juego con el mobiliario. Una vez conseguida la escalera, se
dirigió a la estantería que había elegido ese día, se detuvo cerca de la
colosal chimenea y subió hasta llegar a la altura del comienzo del marco del
cuadro renacentista colgado encima del decorado monumento en mármol. Los
personajes retratados en el lienzo, un caballero y una doncella en un castillo
jugando al ajedrez, le hicieron una reverencia y continuaron jugando, él les
sonrió. Algo llamó su atención en aquel momento; encima de la chimenea también
había fotografías y pequeños adornos casi saturando el espacio, en los que casi
no reparaba cuando entraba a la biblioteca al no verlos detalladamente bien
desde el suelo debido a su estatura, para u ahora que lo pensaba, la zona de la
chimenea era la que menos exploraba.
Dentro de peculiar colección de adornos y recuerdos de los
viajes de sus padres, lo que más llamó su atención fue un pequeño caballo alado
a juego con la chimenea, parecía estar incrustado a ella pues la base en la que se sostenía la
figurita era algo extraña, circular y con una pequeña ranura. ¿Sería una hucha?
No le extrañaría, su madre solía adquirir adornos muy curiosos, más de una
sorpresa se había encontrado por casa, pues la mayoría de los adornos no eran
lo que parecían, siempre tenían una función más que la de simplemente decorar.
Bien sujeto a la escalera estiró el brazo derecho para coger la figurita del
caballo alado, pero no pudo moverla a la primera, efectivamente parecía estar
pegada a la chimenea, entonces, curioso, decidió probar a moverla de nuevo en
forma de palanca, y entonces la figura se movió tapando la pequeña ranura que tenía delante en la base.
Extrañado, escuchó como algo pesado se movía entre las estanterías, se ladeó un
poco para mirar a su alrededor pero no vio nada fuera de lo normal, la escalera
en la que estaba subido se había balanceado un poco, escuchaba un sonido
parecido al de una enorme piedra moverse a sus pies. Cuando el sonido paró, se
bajó despacio de la escalera y miró dentro de la chimenea, la sorpresa lo
invadió al comprobar que la pared de
dentro y el pequeño pedestal con los leños de madera se habían movido hacia la
izquierda como una puerta corrediza dejando ver una pequeña habitación con dos
estanterías y una cajonera antiguas, más bien a él le parecía que la estancia
secreta tenía el tamaño de una despensa, pero en esa despensa no había comida, estaba
llena de lo que más le gustaba en el mundo, ¡más libros!
Asombrado, se quedó un instante delante de la entrada del
pequeño escondite, dudando un poco, se preguntaba cómo era posible que sus
padres no le hubieran dicho que la casa tenía este tipo de escondites, al
final, se decidió a entrar. Siempre había sido muy curioso, en eso se parecía a
su madre. Estaba oscuro pero se fijó que a su lado había dos candelabros,
regresó hacia el escritorio y buscó en los cajones una caja de cerillas, la
encontró enseguida y volvió a la entrada de la chimenea dispuesto a explorar.
A juzgar por el aspecto de la minúscula estancia, daba la
impresión de que sus padres entraban varias veces, pues estaba muy limpia a
pesar de que los muebles eran ya antiguos. El escondite era rectangular. Según
se entraba, en la pared de su derecha se encontraban los muebles más grandes
tapando la pared, entre las dos pequeñas estanterías se hallaba la cajonera,
bastante robusta, no solo contenían libros, también varios objetos, tanto
mágicos como muggles. En la pared de su izquierda había una pila de cajas de
madera y apoyada en ellas una escoba antigua, marca “Nimbus2001”. Al fondo pudo
encontrar una pequeña mesa con papeles esparcidos y otro candelabro junto a un
par de sillas.
¿Por qué no le habrían hablado de esa pequeña sala? Se
preguntaba una y otra vez dando vueltas entre los libros. ¿Quizá por trabajo?
Pensaba que, a lo mejor esos libros eran un asunto del Ministerio, podrían
contener magia avanzada y quizás no fueran aptos para niños… Entre todos había
uno en la parte más baja de la estantería, que aunque estaba bien apartado,
para él destacaba, incluso parecía brillar. Se agachó a cogerlo, parecía algo
estropeado, como si se hubiera usado mucho y el tiempo le hubiera desgastado, era
dorado, poco pesado, con líneas blancas alrededor de las tapas y en el lomo
había unas letras borrosas. La curiosidad pudo aún más con él y decidió
ojearlo. Se sentó en una de las sillas y, como siempre le ocurría al sumergirse en un libro, se olvidó del resto del mundo.
- ¿Scor?...
¿Qué haces ahí escondido? –dijo una voz algo aguda e infantil.
El muchacho volvió a la realidad dando un leve brinco en la
silla, miró hacia la entrada de la chimenea y divisó una diminuta cabeza rubia
asomándose con ojos curiosos.
-Me has
dado un susto –contestó volviendo a prestar atención al libro.
-Perdona, pero
¿qué haces? –dijo el propietario de los ojos curiosos aproximándose al lector-
¿Y qué es este sitio?
-Vine a
leer un rato y mientras buscaba un nuevo libro, descubrí un botón cerca de la
chimenea y apareció esta sala…
-Vaya… Pero,
Scor… ¡sabes que tienes que avisar enseguida si descubres sitios nuevos que
explorar! –dijo cruzándose de brazos.
-Ya, ya, os
lo iba a decir, pero me he entretenido…
- ¡Pues la
próxima vez avisa enseguida, hombre! –dijo comenzando a recorrer la habitación-.
Estoy a puntito de cazar al fantasma y viene bien conocer los recovecos de la casa nueva.
-Que no hay
fantasmas, pesado…-dijo entornando los ojos- Ya llevamos seis meses aquí, si
hubiera alguno ya nos habríamos dado cuenta.
-¡Se
esconde porque es tímido o miedoso!
-El único miedoso
eres tú, paranoico. Por cierto, ¿cómo aguantas estar aquí si te da miedo la
oscuridad y los sitios con poca luz?
-¡Os he
dicho que ya no me da miedo! –dijo el niño volviendo hacia el apasionado lector
de un brinco- Bueno, no tanto… Mamá siempre me dice que me ponga a cantar
cuando me ponga nervioso, y funciona desde entonces. Y sigo pensando que esta
casa es muy siniestra a veces. Alguien ha debido de quedarse deambulando por
aquí...
-Vale,
antes la casa era de los abuelos y pasaron cosas, pero de todas formas no hay
nadie más aquí, te lo aseguro, Lysander, sólo hay gente de carne y hueso. Si
hubiera fantasmas papá y la abuela ya se habrían dado cuenta hace mucho y te lo
pueden acabar de confirmar.
-¡No me
rendiré!
-Cómo te
aburres…
-No me
aburro. Estoy jugando con Lorcan al escondite, se le da fatal, no hagas ruido
–susurró poniéndose un dedo en los labios en señal de silencio.
-Entonces
será mejor que cerremos la entrada, porque si no le llamará la atención y
vendrá enseguida.
-¿Pero y si
luego no podemos salir? ¿Sabes si se puede abrir por dentro?
-No.
-Mejor
déjala así… Yo me quedo por aquí entre las cajas.
-Como
quieras, mientras que no me molestes.
Durante
unos segundos se hizo un pequeño silencio que fue roto por el niño entre las cajas.
-Scor… ¿Y qué
lees?
-Un diario.
- ¿Escribes
un diario?
-No, leo un
diario.
- ¿De
quién? –dijo acercándose de nuevo a la mesa olvidándose del escondite y
fijándose en el estropeado aspecto del diario.
-Pues, la
verdad es que no estoy muy seguro. Creo que es una especie de conversación
entre dos personas que se quieren o se quisieron mucho, pero no usan sus
verdaderos nombres…
-¡Qué
romántico! –exclamó emocionado el otro niño entrelazando las manos.
-La verdad
es que me intriga mucho –dijo mirando al niño algo extrañado arqueando una ceja.
- ¿Me lees
un poco?
-No sabía
que te interesasen estas cosas.
-Y no me
interesan, pero Lorcan va a tardar en encontrarme, mientras puedo matar el
tiempo. Tampoco sabía que te interesasen a ti.
-Tampoco me
interesan, pero parece muy real… Venga, vale, te leo–dijo encogiéndose de
hombros.
Al cabo de
un largo rato la puerta de la biblioteca volvió a abrirse:
-¡Ey,
Lysander, sal de una vez! Me aburro, tengo hambre, no quiero seguir jugando, me
voy a merendar –dijo otra voz infantil parecida a la anterior aunque algo menos
aguda y más malhumorada.
-¿Entonces,
he vuelto a ganar? –dijo el aludido contento.
-¿Dónde estás?
-Aquí,
leyendo con Scorpius.
-Estamos en
la chimenea, Lorcan –dijo Scorpius, el apasionado lector y a la vez el mayor de
los tres.
-¿En la
chimenea? ¿Esperáis a Papá Noel o qué?
-Asómate y
verás.
Por la entrada del nuevo escondite apareció un niño idéntico
al curioso Lysander que escuchaba entusiasmado los relatos que Scorpius leía,
Lysander animó con la mano a su gemelo Lorcan a que se acercara.
-¿Qué es
este lugar?
-Parece que
es un escondite donde papá y mamá guardan cosas importantes y del trabajo
–informó su gemelo-. Scor lo descubrió.
-Muy bonito
–dijo Lorcan cruzándose de brazos malhumorado-, lo descubrís, no avisáis y me
quedo buscándote media tarde como un tonto por toda la casa.
-Estaba
esperando a que buscarás por aquí –se defendió Lysander encogiéndose de hombros
mostrando una media sonrisa.
Cuando Scorpius veía discutir a sus hermanos era cuando más
lograba diferenciarlos, sus disputas le hacían gracia la mayor parte del
tiempo; Lorcan tenía un carácter más frío y serio, aunque también sabía aceptar
de vez en cuando una buena broma no le gustaba que la gente le incordiara y era
callado como él; Lysander, en cambio, era más sensible e impulsivo, expresaba
más lo que sentía, ambos gemelos se complementaban al ser opuestos en la
mayoría de sus características, como el Yin y el Yang, se protegían mutuamente
e incluso a veces se leían el pensamiento. Scorpius a veces envidiaba esa
conexión, no le hubiera importado tener un gemelo, y pensaba que él también era
un equilibrio entre ambos, a pesar de sacarles dos años.
-Mira lo
que hemos encontrado, Lorcan –dijo su gemelo.
-Un libro
antiguo…
-¿Niños?
–interrumpió una voz desde la entrada de la biblioteca.
-Oh, oh
–musitó Lysander llevándose un dedo al labio inferior en forma de puchero- Nos
va a reegañar.
-No creo,
no es culpa nuestra que encontrásemos esto por casualidad… -dijo Scorpius
levantándose de la silla.
-¿Niños?
Tenemos que empezar a prepararnos ya, se va a hacer tarde, daos prisa o no llegaremos –la voz era dulce y
musical- ¿Estáis aquí?
-Mami, no
te enfades –dijo Lysander saliendo por el hueco de la chimenea seguido de sus
hermanos-, pero… ¡es que ese cuarto es muy guay!
El niño corrió hacia la puerta donde aguardaba una bella
mujer con una larga y ondulada melena rubia y ojos azules con una niña entre
sus brazos idéntica a ella pero con el pelo más corto en media melena, se
frotaba los ojos. El pequeño la abrazó en cuanto llegó a la puerta.
-¿Eh? Vaya,
conque habéis descubierto el cuarto… -dijo la mujer sonriente.
-Bueno
–dijo Scorpius-, estaba buscando un libro y por casualidad encontré el botón.
-Sabía que
esta casa esconde muchas cosas mami –dijo Lysander-, no me quieren creer
ninguno.
-Claro que
esconde muchas cosas, cielo, sólo hay que observar bien, como ha hecho
Scorpius. Pero creo que por hoy ya habéis explorado bastante –dijo poniendo la
niña en el suelo-. En ese cuarto papá y yo guardamos cosas importantes, me
gustaría que tuvierais cuidado con todo lo que hay allí, ¿de acuerdo? No es un
sitio para jugar.
-Vale
–dijeron los tres chicos al unísono.
-Yo también
quería jugar… -se quejó la pequeña- Nunca me avisáis de cosas importantes.
-Sabes que
yo sí, Calista –dijo Lysander.
- ¿Y dónde
estabas? –preguntó Lorcan quién había estado buscando a su hermano por toda la
casa y se extrañó de que la más pequeña no les siguiera para apuntarse a
explorar o a jugar esa tarde.
-Me quedé
dormida…
- ¿Ves? Si
te hubiéramos despertado te habrías enfadado.
-No, la
próxima vez avisadme y punto. ¿Qué habéis descubierto? –preguntó la niña
frotándose los ojos de nuevo.
-Una
habitación y un libro raro–explicó Lysander.
- ¿Que
tienes en ahí, Scorpius?
- ¿Esto?
–dijo mostrando el diario- Lo he encontré dentro, pensaba que era un libro
normal y corriente, es una conversación algo rara. No está entero, falten muchas
hojas casi no se entiende. Toma –dijo entregándoselo a su madre-, a lo mejor no
debimos leerlo.
-Yo si lo
entiendo –dijo la mujer sonriente-. Hacía mucho que no ojeaba este libro. No
pasa nada porque lo hayáis leído. No hay nada que esconder. A papá y a mí nos
gusta guardarlo aquí porque nos da la sensación de que está más seguro. Es
nuestra novela favorita –rio dirigiéndose a la chimenea para volver a cerrarla
mientras los niños se sentaban en los sofás.
-¿Y si es
vuestro libro favorito, por qué esta medio roto? –preguntó Calista.
Luna Lovegood pensó detenidamente la repuesta adecuada para
sus hijos, se quedó mirándolos fijamente en momento con una media sonrisa y se
apoyó en el escritorio:
-Porque, si
os habéis fijado, este libro trata de amor, y en el amor hay obstáculos y
sacrificios, a veces debemos de ser pacientes. Hay muchas clases de amor, no
solo entre los enamorados, sino entre los hermanos, los amigos, o entre los
padres y los hijos, eso también es una forma de amar aunque no se esté
enamorado, y si un vínculo es verdadero resiste a pesar de todo. El amor
verdadero no se puede destruir. Cuando seáis un poco más mayores lo iréis
entendiendo.
Luna deseaba que llegara el día en que pudiera contarles a
sus hijos la historia por la que pasó ese diario junto a su gemelo, pero sus
corazones eran demasiado jóvenes e inexpertos para toda la historia, de momento
esperaba que crecieran felices y aprendiendo a amar lo que les rodeaba. Sabía
que no estaban muy conformes con la respuesta, pero todo a su tiempo.
Mientras los niños subían a prepararse para salir, Luna se
quedó en la biblioteca con el diario pensativa. Al pasar la mano por el lomo
repasó las iniciales estropeadas “propiedad
de Draco Malfoy”. No se
veían bien, pero ella las reconocía de sobra.
Tanto Luna como Draco se llevaron una agradable sorpresa al
comprobar que el diario gemelo no había sido destruido durante la tortuosa
estancia de Luna en esa mansión a la que se acababan de mudar seis meses atrás.
El primero en darse cuenta fue Draco, la misma noche en que Calista se despidió
de ellos y de haber dejado a Luna con las cenizas de su diario en el sótano, el
muchacho se fue a su habitación tras separarse de su tía, y comprobó que su
diario solo se había estropeado, le faltaban páginas y la letra estaba borrosa
pero no había desaparecido como esperaban. Ya no contenía magia, solo recuerdos
en tinta, recuerdos de los que no quería deshacerse en el fondo, y temiendo que
aún pudieran encontrarlo en esa casa tan llena mortífagos lo escondió en el
lugar menos frecuentado y a su parecer el más seguro, en el hueco de la
chimenea, escondite que solo usaban él y su madre, pero no lo dejó ahí sin más,
con un encantamiento protector lo escondió en un maletín entre los robustos muros y allí permaneció
escondido durante años, cosa que Luna ignoraba. Con el fin de la guerra, la
mansión Malfoy quedo completamente en ruinas. Debido a unos problemas legales
con los Malfoy, en los que se incluía la reclusión de Lucius Malfoy en Azkaban
y varias deudas, la casa estuvo en ruinas durante años y sin que se pudiera
usar magia para restaurarla de forma muggle, y Draco perdió la esperanza de que
el diario no se hubiera estropeado. Pero no todo era negro en esa época, pues
se reencontró con Luna y tras mucho tiempo de noviazgo dieron a conocer a todo
el mundo una relación formal que terminó en una concurrida boda. Solo un par de
años después del nacimiento de Scorpius, la mansión pudo ser restaurada por
completo y se encontró el diario. Con el paso del tiempo, la familia
Malfoy-Lovegood creció un poco más con los gemelos y un año después con Calista.
Y debido a los negocios de Draco y a la soledad de Narcisa en una casa tan
grande, decidieron irse a vivir a la mansión.
Luna se dirigió a una de las grandes ventanas y se sentó en
el alfeizar; pensaba en todo lo ocurrido desde que extravió su diario en
Hogwarts, en cómo había pasado todo a partir de un descuido. De repente sintió
como posaban un beso cerca de su frente y la sujetaban los hombros con
delicadeza, sabía bien de quién se trataba, y sonriente se puso en pie y se
giró para besar a su esposo en los labios.
-Qué
pensativa…-le dijo él.
-Me he ido
un momento a las nubes –dijo ella riendo a la vez que le mostraba el diario.
-Hacía
tiempo que no lo sacábamos del cuarto–dijo cogiéndolo.
-Han sido
los niños, han estado explorando.
- ¿De
veras? –preguntó arqueando una ceja- ¿Lo han leído?
-Sí, lo que
han podido, y al parecer les ha gustado, incluso a Lorcan.
-Ahora que
han encontrado el hueco de la chimenea estarán todo el día entrando y saliendo
–dijo en un suspiro pero sonriente.
-Se
portarán bien, les he dicho que ese sitio no es para jugar, pero es inevitable
que sigan explorando –dijo Luna encogiéndose de hombros.
-Está bien,
así se entretienen. Lysander sigue buscando al fantasma, a lo mejor se lleva
una sorpresa. ¿Les has contado qué es? –preguntó refiriéndose de nuevo al
diario.
-No,
quedamos en que cuando fueran un poco más mayores… Pero creo que, aun así lo
intuyen, saben que somos nosotros. Si quieres podríamos contárselo, es una
historia que acaba bien al fin y al cabo, no es de su estilo pero bueno…
-Creo que
tienes razón, mejor esperar, lo entenderán mejor incluso cuando desarrollen más
sus poderes, antes de ir a Hogwarts, si surge la conversación…
Luna asintió y rodeó el cuello de Draco entrelazando las
manos, este la tomó por la cintura y la volvió a besar.
-Te amo,
Luna Lovegood.
-Y yo a ti,
Draco Malfoy.
Tras muchos, obstáculos, dudas e incertidumbre, Draco y Luna sentían
que se necesitaban. No fue amor a primera vista. No tenían el mismo carácter,
ni las mismas costumbres, pero eso, a parte de un descuido, un diario y un
pacto con tres semanas de recados, era lo que les hizo unirse aún más, aprendían
cada día el uno del otro, y por fin lograron la paz que ansiaban y se llenaban
de serenidad y alegría viendo crecer a sus hijos. Habían logrado construir el
universo con el que soñaban desde su primer beso y lo vivían día a día. No les
molestaba no saber qué les depararía el mañana, si venían obstáculos, los
superarían juntos
.

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